Delito doblemente condenable
Seguramente no existe una escala para calificar el sentimiento de desprotección, desazón y enojo que embarga a quien ha sido víctima de un robo y máxime si ha sido acompañado de destrozos y vandalismo.
Pero la cuestión resulta doblemente preocupante y condenable cuando ese ataque a la propiedad se produce en una institución educativa, y aún más si este establecimiento ha sido castigado con los robos y daños en media docena de oportunidades.
En las últimas horas el jardín estatal Nº 902, ubicado en 75 y 78 volvió a ser blanco de los delincuentes, que en esta ocasión ingresaron al inmueble durante la madrugada y además de provocar destrozos de todo tipo se llevaron un televisor nuevo, tablets un equipo de música, herramientas tecnológicas y material didáctico.
Algunos de esos elementos robados habían sido conseguidos con el aporte de la cooperadora de este centro al que están ligadas familias de clase media y otras de escasos recursos. De hecho en esta oportunidad los ladrones también se llevaron mercadería destinada a esas familias.
Desoladas, las docentes del establecimiento dijeron estar “envueltas en una enorme tristeza”, dejando en claro que robaron y destrozaron elementos que las mismas han aportado o llevan desde sus casas para cumplir su labor educativa.
Para colmo, se supo que al día siguiente se estaban ofreciendo las tablets a $2.000 en el barrio.
Cuesta explicar, más allá del “botín que en cada incursión se han llevado los atacantes, la decisión de romper a diestra y siniestra. Dejando sin elementos de trabajo a maestras y por ende perjudicando a los niños que dan los primeros pasos de su educación fuera del ámbito del hogar.
En contrapartida al desprecio que han exhibido una y otra vez los delincuentes que han hecho de las suyas en el Jardín Nº 902, el historial de este centro de educación inicial creado el 12 de marzo de 1963 guarda una historia de desinterés y colaboración de privados para que el establecimiento siguiera su camino.
Tal hecho ocurrió el 14 de octubre de 1997, cuando los exvecinos de Necochea, Mario y Orlando D´Amato, quienes eran propietarios del predio y la casona, procedieron a donarlo al Estado provincial. Años más tarde se le instituiría al Jardín el nombre de María de Osa de D´Amato, la madre de los donantes, quien había sido dueña de la propiedad y primera directora de la Escuela Nº 9, que funcionara allí.
La contraposición entre las acciones delictivas y la donación muestra claramente lo que generan el mal y el bien, en este orden. Y es una reflexión que surge como una especie de consuelo ante un nuevo hecho de inseguridad.
Con el sexto delito contra el Jardín consumado y sin que se hayan aclarado ninguno de ellos, surgen en la comunidad las típicas preguntas ante la constante impunidad de los delincuentes ¿Por qué el edificio no tiene cámaras de vigilancia o sistema de alarma? Dicho esto porque no cuenta con vecinos contiguos pese a estar ubicado en una avenida transitada; o
¿Ante los reiterados robos, por qué no se toman más medidas de control? Interrogantes que vuelven a chocar con una pasmosa actitud y profesionalismo por parte de quienes deben brindar seguridad a la gente.///