Violencia y anarquía
Cada vez con mayor frecuencia se vienen sucediendo respuestas desmedidas ante el accionar de las autoridades, que en el caso que nos ocupa encarnan los inspectores de tránsito e integrantes de la fuerza policial.
Por diversas cuestiones, y sin un origen en común más allá de la violencia verbal y hasta física que exhiben sus protagonistas, en las últimas semanas se han producido episodios poco entendibles desde el raciocinio. Y donde las emociones violentas no son justificativo alguno.
En cadena se han sucedido un intento de agresión de una mujer a efectivos policiales en una vivienda de Quequén; otro individuo que arrojó una silla a los uniformados; y un hombre que escapó a un control de tránsito y terminó atacando e hiriendo con un palo y machete a tres inspectores en una refriega presenciada por numerosos vecinos que no pudieron calmar al exaltado.
Al intentar explicar el porqué de estas agresiones puede considerarse como caldo de cultivo la situación actual de muchas personas que han visto sucumbir sus sueños personales; que han perdido sus trabajos y en otros tantos se han desintegrado familias. Gran parte de la sociedad argentina está viviendo muy mal y surgen estas injustificadas reacciones cuando a algunos se les intenta poner límites.
De todas maneras también hay que considerar el respeto que se ha perdido a la autoridad, que a veces se ve encorsetada por límites que le imponen algunos derechos que los transgresores consideran adquiridos. Así como también leyes “blandas” que justamente limitan el accionar de quienes deben controlar los desbordes.
Sin embargo hay que tener en cuenta las falencias que exhiben varios de quienes visten un uniforme. Muchas de esas carencias tienen que ver con la floja capacitación que han tenido y que no les otorga seguridad a la hora de actuar. Una mezcla de falta de profesionalidad e interés, ya que han privilegiado una salida laboral por sobre una verdadera vocación a la hora de elegir ser inspectores o policías.
La mezcla de no pocos ciudadanos al filo del desborde permanente con la incapacidad de quienes deben controlar esos desórdenes, provocan un cóctel explosivo en el que está en juego la integridad y hasta la vida de quienes confrontan: uno que no quiere acatar límites y otro que tiene la obligación de imponérselos, obviamente sin excesos que se pueden llegar a lamentar en gran forma.
Al respecto, es común que algunos de los involucrados en esos circunstanciales enfrentamientos acusen a los uniformados de arrogancia, destrato desmedido y violencia.
Lamentablemente el respeto a las normas y a las personas cada vez cotiza menos. Los ejemplos enumerados hablan a las claras de que no estamos lejos de que prime la ley de la selva. Donde se imponga el más fuerte, con las herramientas que se le antojen.
Educar, concienciar y fortalecer acciones para que se respeten las normas y que cada uno deje de hacer lo que le plazca.