Alma tanguera, desde la cuna
Creció en una casa donde se reunían habitualmente algunos de los más grandes del tango de los años 40. Jorge Castro integra el Sexteto 2×4, en el que canta, recita y anima
Por Juan José Flores – Redacción
“Porque cuando pibe, me acunaba en tangos…”, dice el primer verso de Celedonio Flores de “Por qué canto así”, que cualquier tanguero relaciona inmediatamente con la voz de Julio Sosa.
Lejos de la melancolía de aquellos versos, Jorge Castro fue acunado en tangos, pero recuerda con alegría su infancia en el barrio Villa Pueyrredón.
Sobrino de Angel Vargas, uno de los grandes cantantes de tango de la década del 40, vio pasar por su casa a algunos artistas que hoy forman parte del Olimpo de la música ciudadana.
En aquella época Jorgito no sabía quiénes eran esos hombres que acompañaban a su tío, que se reunían a comer en su casa.
“Fue en la época en que más creció el tango y en mi casa era frecuente que mi tío llegara rodeado de gente que luego supe que era muy famosa”, dijo Jorge, que vio pasar por su living a artistas de la talla de Enrique Cadícamo, Aníbal Troilo, Edmundo Rivero, Mario Clavel y Enzo Valentino, entre otros tantos.
Pero además de los músicos que frecuentaban su casa, de muy chico Jorge comenzó a recorrer la noche y así conoció a Osvaldo Pugliese y se hizo amigo de Alberto Morán.
A pesar de que tenía sólo 14 años, conducía su propio auto y se recorría Buenos Aires. “Me gustaba la vida bohemia, aunque debo decir que lo que llaman bohemia se parece mucho a la vagancia”, bromeó.
Con 80 años recién cumplidos, Jorge Castro sigue vinculado al tango, como toda la vida. Es uno de los integrantes del Sexteto 2×4 y el viernes se presentó en el marco de la Ruta del Tango.
Alma tanguera
“Siempre me gustó cantar, pero era uno más”, dijo Castro, que nació en 1938 y creció en la época de oro del tango, cuando había muchísimos cantores y era muy difícil sobresalir.
No obstante, siempre siguió cantando en reuniones familiares y en cada oportunidad que se presentaba.
Fue así que hace unos años conoció a Víctor García en una peña y le pidió que lo acompañara con el bandoneón. De ese encuentro fortuito surgió la oportunidad de convertirse en algo así como lo que en jazz se denomina un “front-man”, el cantante, recitador y animador de los shows del sexteto.
Antes había formado parte de otro proyecto tanguero que tuvo mucho éxito en nuestra ciudad, el recordado Patio de Tango, que se realizó durante años en el Teatro Municipal “Luis Sandrini”.
Por aquel “patio”, recuerda Jorge, también pasaron Piche Gargiulo, Raúl Arregui, Patricia Panzín, Víctor Hugo Genovese, Tito Guillerón, Orlando Dibelo, Carlos Corbellini, Mario Marrone y “El Negro” Muscile.
Para participar de estos proyectos Castro apeló a la poesía de Héctor Gagliardi, ya que décadas atrás tuvo un problema en la garganta que le impedía cantar.
Cuando se conformó el sexteto, lo integró junto a Víctor García, Jorge Fischman, Mario Marrone y Andrés Varela. Luego, Castro convocó como cantante a su amigo Rubén Arregui y más tarde se sumó Miguel Merlo.
Por amor al tango
Jorge aprendió el oficio de su padre: mecánico dental. Pero con los años, porque no le gustaba el encierro, comenzó a vender autos.
Eso lo llevó primero hasta Tres Arroyos y, luego, en los 70, lo trajo a Necochea. Aquí trabajó durante 23 años con Hugo Eguren, hasta que logró instalar su propia concesionaria.
Hoy tiene 80 años y cinco hijos, el más grande de 54 años. Además, ya tiene bisnietos. Dos de sus nietos más chicos lo acompañaban el viernes a él y su esposa Mirta. Faltaban unas horas para que volviera a subir el escenario para acompañar al sexteto.
Jorge asegura que el tango ha estado presente en la mayor parte de su vida. Durante muchos años incluso tuvo un programa de radio dedicado a la música ciudadana.
Hoy recuerda con nostalgia su infancia entre grandes músicos. “Algunos dicen que todo tiempo pasado fue mejor. Yo no lo puedo asegurar, pero sí que fue una época muy linda y el tango es parte de toda nuestra vida, por eso lo quiero tanto”, concluyó.