Es domingo 5 de mayo y son las tres y media de la tarde. A instantes de comenzar la final de la Copa de la Liga entre Estudiantes de la Plata y Vélez, el relator invita con entusiasmo a hacer apuestas online sobre el resultado del partido. Este ofrecimiento se repite una y otra vez en cada transmisión de un partido de fútbol y en todos los programas deportivos de las señales de cable de nuestro país.
Es lunes o martes, o un día cualquiera. Un grupo de adolescentes va a la escuela en colectivo. En lo que dura el viaje, habrán visto una decena de artistas, influencers y deportistas que publicitan las mismas apuestas en sus redes sociales o streaming. Aquello que hicieron siempre libres, jugar y divertirse, hoy se les presenta y redefine como una fuente inagotable de dinero fácil. El peligro del encantamiento es total, su consecuencia una adicción y el resultado final la ludopatía digital.
En la Argentina, las apuestas y el juego fueron siempre un tema controversial, pero que nunca terminó de consolidarse en la agenda pública y legislativa. Según las estadísticas del Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticos, en el país hay alrededor de 19 millones de personas que juegan con regularidad, mientras que 7 de cada 100 argentinos pueden ser considerados adictos.
En los últimos tiempos, diferentes y valiosas crónicas periodísticas han visibilizado situaciones gravísimas que involucranafectados por las apuestas online. Las y los docentes lo identifican como una problemática en crecimiento en las aulas de las escuelas secundarias. Es un fenómeno que comenzó a crecer con la pandemia y el consumo excesivo de pantallas. Menos contacto humano, más contacto virtual.
La pregunta emerge ineludible: ¿qué lleva a miles de jóvenes a acercarse a este mundo que hasta hace poco estaba reservado para los adultos? Cerca -muy cerca- del mundo de las apuestas, vemos en redes sociales videos de chicos y chicas que buscan ser millonarios. Su impulso vital está marcado por el dinero, por un deseo indómito de obtener un ingreso alto y fácil que les permita pertenecer a un universo virtual de éxito, ya no asociado a la creatividad o a la destreza, sino a la cantidad de dólares obtenida en el menor tiempo posible y con el menor esfuerzo posible.
La combinación de esta nueva cultura con una tradición nacional asociada a la pasión por el fútbol generó un cóctel complejo que atraviesa a las familias argentinas.
Quienes creemos que el Estado tiene un rol ineludible en garantizar los derechos de la ciudadanía sabemos que, más allá de la preocupación, deviene urgente pasar a la acción. Por eso, en abril de este año presentamos un proyecto de ley para poder controlar de una forma más eficaz y segura el acceso de niños, niñas y adolescentes a los sitios y apps de apuestas online.
Casi todas las aplicaciones que utilizamos a diario nos han solicitado en algún momento validar nuestra identidad con datos biométricos. En el proyecto planteamos la necesidad de incorporar esta tecnología para limitar el acceso solo a personas mayores de 18 años que hayan acreditado fehacientemente su identidad.
Nadie puede negar la existencia de una cantidad descomunal de dinero invertido en publicidad, tanto tradicional como no tradicional, en medios de comunicación y redes sociales en las que, como dijimos, muchas veces exitosos deportistas o influencers son los encargados de recomendar las casas de apuestas online. Ahora, ¿cómo impacta en un niño o niña de 14 años que su máxima referencia cultural o deportiva le ofrezca dinero fácil por divertirse? La pregunta deviene retórica.
En un negocio global de más de 65 mil millones de dólares, la capacidad de invertir en publicidad es altísima y la ausencia de regulación, un riesgo que no podemos permitirnos correr ni hacer de cuenta que no existe.
En nuestro rol de legisladores y legisladoras, padres y madres, docentes, personal de la salud, ciudadanos y ciudadanas, debemos trabajar a partir de diagnósticos fiables para dar respuesta urgente a una problemática que sin decisión política seguirá creciendo y atravesando a todas las familias.///
Por Andrés La Blunda- Legislador de CABA
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