Democracia: el lado oculto del tiempo presente
Los últimos 40 años pueden mostrar aciertos aprendizajes atribuibles a la política
Si miramos las últimas décadas e indicamos como referencia el año 1983, no todo estuvo teñido por el fracaso en el proceso histórico argentino contemporáneo. Máxime si lo observamos en una perspectiva que abarque gran parte el siglo 20.
En primer término, descubriremos que el relato del gobierno actual –100 años de fracasos, uno tras otro– obedece a la construcción de una narrativa para justificar sus políticas. Algo lógico y esperable de cualquier gobierno, pero no por ello cierto.
Lo concreto es que los últimos 40 años pueden mostrar aciertos y aprendizajes atribuibles a la política y su capacidad para generar acuerdos que no necesariamente se establecieron por escrito.
En primer lugar, el consenso democrático, base de cualquier otro, que la crisis de 2001 y su resolución institucional, sin ninguna salida autoritaria, reveló consistente.
En segundo lugar, la baja de la tensión con los países vecinos y la eliminación de las hipótesis de conflicto con ellos. Podríamos enunciar algunos hitos en relación con ello: el Tratado de Paz y Amistad con Chile, en 1984; la Declaración de Iguazú, firmada con Brasil en 1985, que fue un paso para la construcción del Mercosur (1991); la solución de la mayoría de las disputas de límites, entre otras acciones en las que han participado los distintos gobiernos de nuestro país. Siempre continuando, no sin matices, la tradición argentina en materia exterior: pacifista, defensora del Derecho internacional y del multilateralismo.
En tercer lugar, la preocupación por la educación pública y su financiamiento, plasmadas en la Ley Nacional de Educación, sancionada en 2006, que extiende la obligatoriedad de la educación secundaria. Un camino que se inició en 1884 y que, a pesar de las idas y vueltas, se mantiene. Podríamos incluir en este punto el sistema público de ciencia y tecnología, cuyos baluartes son el Consejo Interuniversitario Nacional y el Conicet, fundado como tal en 1958 y cuyo primer presidente fue el premio Nobel Bernardo Houssay.
En cuarto lugar, la política de derechos humanos, cuyos ejes han sido el esclarecimiento de los crímenes perpetuados por el terrorismo de Estado, la búsqueda de justicia y la consolidación de la democracia.
En quinto lugar, el rol del Estado, en sus niveles nacional, provincial y municipal, con su impulso a las distintas formas del arte y la cultura, que han redundado en premios, reconocimientos internacionales, descubrimientos de nuevos talentos y el fortalecimiento identitario de ciudades a lo largo y a lo ancho del país. Esto último, vinculado especialmente con las fiestas populares, que fomentan el turismo, el comercio y el posicionamiento productivo de distintas regiones. Desdeñarlas es desconocer la magnitud de su aporte.
Aspectos positivos
Es cierto que los ciclos económicos adversos, las crisis recurrentes y la mala praxis han perturbado mucho de estos aspectos que enunciamos, ralentizándolos y en ocasiones interrumpiéndolos. Pero esa realidad no elimina las contribuciones concretas de lo que fuimos señalando al zigzagueante desarrollo argentino.
“Oculto” quizá no sea la palabra adecuada, pero el extraordinario pesimismo del tiempo actual, ilustrado por la agresividad de las discusiones y descalificaciones por redes, la precariedad del debate, la ausencia de liderazgos nacionales más la angustia que rodea la actual y enésima crisis que transitamos, impiden ver con claridad algunas de las cosas que nos salieron y salen bien como sociedad. Recordarlas le aporta equilibrio a nuestra reflexión sobre la vida presente del país.///
Por Diego Miguel Jiménez- Abogado
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