Destruir, esa maldita costumbre
De vez en tanto, con estupor, enojo y tristeza, nos enteramos de los inexplicables ataques vandálicos a monumentos que por el solo hecho de vivir en una comunidad, nos pertenecen a todos.
Días atrás, como ha ocurrido en otras ocasiones, el Paseo de la Memoria volvió a ser blanco de la imbecilidad de romper por romper, en este caso con la destrucción de placas y cartelería. Y en esta oportunidad el desprecio de los vándalos también alcanzó al monumento al general Mariano Necochea, en la rotonda central de la plaza Dardo Rocha.
Tras estos destrozos y luego de hacer la correspondiente denuncia, la Municipalidad prometió restaurar las estructuras. Una más y van…
Más allá que los ataques, que incluyen pintadas, se suceden en otros sitios y en ese sentido el anfiteatro y el sector de los museos saben de agresiones de este tipo, la principal plaza es donde se centran la mayoría de estos embates que vaya a saber qué placer les provocan a sus ejecutores.
Una plaza que, es justo decirlo, ha sido sensiblemente mejorada en los últimos tiempos y se avecina un proyecto de intervención paisajística en la manzana que da hacia la parroquia Nuestra Señora del Carmen.
Cuando suceden estas roturas, que seguramente sus ejecutores hacen en horarios nocturnos para evitar ser descubiertos, más allá de la indignación porque no solo se destruye sino porque nunca se descubre a los autores, surgen las preguntas de ¿por qué la plaza Rocha es tan vulnerable, cuando a pocos pasos se encuentra la sede policial más grande?
A esta altura, más allá de que se pueda adjudicar cierta displicencia por parte de la fuerza policial a la hora de vigilar, cuesta entender por qué no hay instaladas cámaras de seguridad en el paseo, que servirían para identificar a más de un atacante de los sitios. Máxime con la sala de monitoreo a escasos pasos, en el edificio del Centro Cívico, donde supuestamente “se sigue” lo que sucede durante las 24 horas.
Otros, más nostalgiosos, recuerdan cuando el lugar contaba con placeros, que cuidaban la plaza. Un control que ya hace muchas décadas la Municipalidad dejó de lado.
Lamentablemente por ahora los desaprensivos van ganando ampliamente. Destruyen y no reciben castigo alguno. Con estos ataques probablemente juegan sus bromas de mal gusto entremezcladas con insatisfacción y odio hacia la sociedad. Son cuestiones que, salvo excepciones, no van dirigidas a alguien en especial, sino que buscan una estúpida notoriedad y el gozo de hacer el mal.
Como telón de fondo de esta conducta, y tal cual Ecos Diarios lo ha planteado en esa columna, aparece en sus autores una manifiesta carencia de empatía y fundamentalmente de educación. Y debe quedar en claro que las personas de bien se forjan en el seno del hogar y en las escuelas. Y desde allí se debe inculcar a los niños y jóvenes valores que internalicen para siempre.
Considerando lo que significa una buena educación, es cuando más debe preocuparnos este presente de aulas vacías, producto de las medidas restrictivas que se imponen bajo el argumento de controlar la pandemia. Sin que el individuo pueda educarse como debe ser, cara a cara con un docente, es más que probable que no mejoremos como sociedad y que este tema del vandalismo sea uno más de una vida complicada y sin visión de futuro para las generaciones futuras.