Entré a la habitación, algo oscura pero tranquila. No sabía ni por qué estaba allí, ni qué era lo que me había impulsado a abrir esa puerta. Miré a mí alrededor y pude ver un montón de libros sobre estanterías polvorientas, pero desde donde estaba no llegaba a leer los lomos. Un escritorio con una lámpara con tulipa verde y por detrás una colección impresionante de cuadros que abarrotaban las paredes y las teñían del amarillo del papel añejo. Un sillón algo acolchonado de esos donde pones la cabeza y te acostas, a lo que pensé que tenía que ser cómodo para una siesta. Y junto a este, otro de respaldo alto y en ese momento reparo en él.
Su mirada implacable, pacífica y concentrada estudiaba minuciosamente todos mis movimientos. La forma en la que me observaba, me hacía intuir que me estaba esperando. No se sobresaltó al verme, ni me dirigió palabra, hasta que yo no lo hice primero.
-Buenos días – dije.
-Buenos días- respondió y en la voz había una cadencia que no reconocía, algo que lo volvía completamente un enigma para mí.
-No sé, porque vine a este lugar y le soy sincero, no sé quién es usted, yo creo que es momento de irme, un gusto haberlo conocido – las palabras salían de mi boca temblorosas, quien lo viera de afuera podría decir que estaba asustado o que como mínimo estaba nervioso.
-Quizás si se queda podríamos averiguarlo – dijo el hombre acomodándose los anteojos.
-Es que yo creo que solo erre de puerta, disculpe – dije poniendo mi mano en el pomo de la puerta.
-Yo creo que no se confundió, que justamente quería venir a este lugar.
-Me está diciendo a mí lo que me pasa por la cabeza, si le digo que fue una equivocación, es porque eso fue y punto – ya me había comenzado a ofuscar.
-Si, le estoy diciendo a usted que no fue un error, aunque no podría decirle que pasa por su cabeza o por lo menos no aun.
-Ah, bueno – chasqueé la lengua- resulta que usted tiene la capacidad de decirme que es lo que pasa por mi cabeza. ¿Es vidente, adivino, psíquico o simplemente un estafador?
-Bueno, se lo concedo, yo no le voy a decir que pasa por su cabeza, simplemente usted me va a contar que pasa por su cabeza y yo voy a intentar ayudarlo a interpretar aquello que usted me cuente, ¿le parece?
-Le estoy diciendo que fue un error inconsciente, probablemente tenía que abrir la otra puerta y abrí esta, fin de la historia.
-Ahí dio en el clavo, el inconsciente, aunque con su definición estoy un poco en desacuerdo.
-¿Con la palabra inconsciente? – pregunté sin saber por qué le seguía la corriente a este loco.
-Con la palabra error
-A ver… déjeme entender, usted me dice que yo no puedo errar inconscientemente de puerta.
-Exacto, yo creo que su inconsciente hizo que abriera esta puerta, pero no por error.
-Mire que bien, resulta que ahora no soy dueño ni de equivocarme de puerta, resulta que usted sabe más que yo.
El hombre ante mi respuesta se quedó pensativo y luego respondió con vos muy tranquila.
-No puedo saber que pasa por su cabeza si usted no me lo dice, aunque sí le puedo decir que toda mi carrera me dedique a estudiar el inconsciente.
-Ahhh no me diga nada, usted es uno de esos chantas, que están de moda ahora, que sacan libritos de autoayuda, muchísimas gracias pero paso, tengo que hacer algo, no me puedo quedar, muchas gracias por la charla, muy acogedora, chau – dije, giré el pomo de la puerta y tire con fuerza, pero no se abrió.- disculpe, ¿puede abrirme?
-Esta abierto, usted puede irse cuando guste, ¿no será que tiene reprimido algún sentimiento que lo impulsa a quedarse?
-¿Usted me está cargando? Le digo que me tengo que ir, tengo una junta de trabajo, y mil cosas más para hacer, necesito que me abra.
-Cuando usted realmente quiera puede abrir la puerta, ¿Por qué lo estaría cargando?
-No sé, seguro alguna broma de mal gusto, voy a llamarme un remis y usted va a abrirme la puerta – dije metiendo la mano en el bolsillo de los jeans para buscar el celular. - ¿Mi celular? Me lo ha robado.
-No sé de qué me habla.
-El móvil, celular, o cualquier otro sinónimo que se le ocurra. Esto es un secuestro, me lo ha quitado y ya no me gusta nada.
-Pero hombre, como podría yo habérselo quitado sino me he movido de mi asiento y por el otro lado no sé qué está buscando.
-¿Como no va a saber que busco? ¿Vive en Marte usted?
-No, vivo en Viena y estamos en el año 1920 para ser exactos, y también le confirmo que no sé de qué me está hablando.
-No puede ser, esto tiene que ser un sueño… Que digo sueño, una pesadilla…
-Si, justo esa es una de mis especialidades.
-¿De qué me habla? ¡Dios! Ahora hay especialistas en pesadillas, si claro…
-No me refería a las pesadillas, aunque ahora me intriga, ¿Por qué estar en terapia para usted es una pesadilla? Y si, ya veo que tenemos mucho que trabajar usted y yo.
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Sobre la autora:

Jorgelina D. Serrano, abogada de la ciudad de Necochea. Escribo desde la infancia. Actualmente estoy en la edición de mi libro de relatos cortos con la editorial Fabularia. Desde el 2024, participo del Club de escritura Fabuladores. En ese mismo año, comencé a coordinar la sección de Ecos Literatura del multimedio Ecos Diarios, con dos publicaciones semanales de autores de los partidos de Necochea, Lobería y San Cayetano.
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