Dino Saluzzi: la rebelión contra la uniformidad
El artista reailzó la primer función de una serie de recitales que junto a su quinteto que se repetirán este viernes y sábado en Café Vinilo, Gorriti 3780 del barrio porteño de Palermo, desde las 21
Si aquello que nombramos con la palabra «música» puede aparecer en los espacios masivos como un conjunto de patrones rítmicos, melódicos y armónicos, proclives a la uniformidad –por su propia ambición de universalidad-, el bandoneonista salteño Dino Saluzzi, al inaugurar un nuevo ciclo, ofreció una aproximación antitética, contradictoria, en la que el hecho estético se despega de la inducción y el público se encuentra con una experiencia impar.
El guitarrista José María Saluzzi –hijo de Dino y miembro de su quinteto que se presentó anoche en Café Vinilo de Palermo-, a modo de introducción, llamó a olvidar el registro de fotos y videos en pos de «disfrutar la experiencia de la música en vivo». Y el fundamento apareció enseguida: una interpretación de «Loca bohemia», de Francisco De Caro, que fue a la vez una suerte de guía sobre cómo se toca en forma colectiva –sea siguiendo la partitura o en forma improvisada- y en la que los diferentes timbres no se amontonan tocando lo mismo ni las potencias de cada sonido se confunden para anularse unas con otras. Si el concierto hubiera terminado tras aquellos cuatro minutos, el público, sin embargo, ya se habría llevado un premio inusual. Pero, aquel, fue el punto de partida. La interpretación de «Milonga de mis amores», el segundo título proyectado, la interrumpió el propio Saluzzi cuando un ruido en la sala atacó su concentración. El bandoneonista bramó frente al auditorio y retó a una pelea a quien se atreviera a romper el clima del concierto. Modismos aparte, Saluzzi señaló, finalmente, el grado de compromiso indispensable para la música de escucha (y su goce) en la que el activismo del público no se expresa en saltos ni aplausos sino en una posición de aparente reposo. Justamente en ese estado, la movilización que provoca la música es posible. Saluzzi, de 85 años, ofrece una síntesis y una evolución en el desarrollo del bandoneón en la música argentina. Su estilo, lejano a las acrobacias o a los ejercicios de puntería, puede reconocer por detrás al «Pardo» Sebastián Ramos Mejía –uno de los introductores del instrumento, que, obviamente, aprendió sin método-, pero -sobre todo- a los creadores del lenguaje –Pedro Laurentz (invocado en diversas formas a lo largo de la noche) y Pedro Maffia- y claro, sus estetas del tiempo dorado. Belén Saluzzi sumó en la noche el cello como novedad a un quinteto hace tiempo establecido y conformado por José María Saluzzi (guitarra), Matías Saluzzi (bajo), Jorge Savelón Saluzzi (batería) y Félix «Cuchara» Saluzzi (saxo, clarinete). También se incorporó el bandoneonista jujeño Santiago Arias –integrante de un destacado dúo con el guitarrista salteño Seva Castro-, toda una declaración por parte de Saluzzi, que no sube todos los días a su escenario a otro bandoneonista. La gacetilla de difusión del concierto acierta en eludir las sentencias definitivas sobre el programa de la noche. Con más de veinte discos –el último, «El valle de la infancia»- Saluzzi el recorrido presenta un par de regularidades y luego composiciones originales de Saluzzi con las que conmovió espacios lejanos de su Campo Santo natal. «La gente dice tal músico es mejor que otro –afirmó alguna vez- pero eso depende de lo que cada uno percibe, del grado de familiaridad. No dicen este mes gusta más: dicen este es mejor y sugiere que, si le gusta más, también debería gustarle al otro. Pero esa es una forma de inducción e, inevitablemente, se incurre en el autoritarismo. Y allí la variedad desaparece y se convierte en uniformidad». Anoche Saluzzi entregó un programa contra la uniformidad.
Esa ambición estética se repetirá con conciertos esta noche y mañana en Café Vinilo (Gorriti 3780), desde las 21.