El Delta, aluvión de creadores
Las islas de Tigre en la literatura argentina. Desde Marcos Sastre y Domingo Faustino Sarmiento a recientes novelas vanguardistas
Por MARCELO ORTALE
Antes de que el Tigre fuera lo que es hoy y que se llamara como se llama, ya existían escritores que lo imaginaban. Nuestro delta fue receptor aluvional de ensayistas, narradores y poetas, que llegaron imantados por su encanto. Allí vivieron el amor y la muerte, la alegría y el dolor de muchos de nuestros intelectuales.
Desde los pretéritos poemas escritos por indios guaraníes, dedicados al colibrí que poblaba sus montes, hasta novelas de vanguardia publicadas hace poco como la de Claudia Aboaf (“Rey del Agua”, Alfaguara), pasando entre muchos otros por figuras de la talla de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), al que se considera en forma unánime como fundador cultural y, también, casi real, de las islas de Tigre enclavadas en el Delta inferior del Paraná, la literatura y el arte jamás dejaron de habitarlo.
En esa larga lista de escritores y artistas –que incluyen la presencia de un Nobel de Literatura, cuya vivienda se mantiene- debiera destacarse que casi todos aludieron a las características edénicas de ese lugar, en donde cada uno de ellos se sintió ingenuo y redescubridor de la inocencia.
El primer Adán que recaló en este paraíso fue Marcos Sastre (1808-1887), que se construyó una casa sobre el arroyo Gélvez, hoy todavía en pie. Escribió su famoso libro “El tempe argentino”, publicado en 1858, en el que dice que quiso bautizar así a esa zona del Delta que aún carecía de nombre. “No lejos de la ciudad de Buenos Aires existe un amenísimo recinto agreste y solitario, limitado por las aguas del Plata, el Paraná y el Uruguay. Ninguno de los que frecuentan el pueblo de San Fernando habrá dejado de visitarlo; a no ser que sea un hombre indiferente a las bellezas de la naturaleza y ajeno a las dulces afecciones”, expresa en la introducción a su libro.
En cuanto al nombre de Tigre, recién le será impuesto en forma legal a mediados del siglo pasado. Como se sabe, el hoy partido de Tigre fue originalmente llamado Las Conchas, tomando ese nombre de un río local (ahora llamado Reconquista), pero se hizo popularmente conocido como Tigre en el siglo XIX.
Según la tradición, habría llegado en esas décadas un camalote que llevaba un tigre americano, al que mejor se conoce como yaguareté o jaguar, pero los pobladores que no lo conocían lo llamaron “tigre”. Oficialmente el nombre de Tigre fue adoptado por el Concejo Deliberante en 1952, aún cuando esa denominación ya había sido asumida por todos, desde mucho antes.
SARMIENTO Y OTROS
Leyendo lo que él dice del lugar, no se sabe bien si Sarmiento esperaba descubrir a estas islas, o fueron las islas del Delta las que esperaban a Sarmiento, cuya casa isleña se conserva. “Por una predisposición especial de mi espíritu, en las cosas más sencillas encuentro siempre algo de providencial. Estas varillitas que vamos a hundir en la tierra para que se conviertan en árboles, han llegado hace tres años de las faldas de los nevados Andes…Y sin embargo la tierra de las islas y el mimbre son el cuerpo y el alma: el uno completa a las otras” dijo Sarmiento en su ensayo fundante “El Carapachay”.
Sarmiento se deslumbró ante el Delta. Pero no se quedó en eso. Llevó semillas todo el tiempo y de todas partes. Plantó el mimbre emblemático de Tigre –para que los productores tejieran canastos en que llevar las producciones de frutos a Buenos Aires-, plantó nogales y muchas otras especies. A sus amigos les hacía traer semillas de todos los lugares del planeta. Se sentía descubridor y conquistador.
La escritora Silvina Ruiz Moreno de Bunge dice que “Sarmiento fomenta el desarrollo del Delta a partir de la creación del ferrocarril y el desarrollo de la embarcación y, junto a ello, piensa en la necesidad de fomentar la educación (funda la primera escuela en las islas) y propugna el fomento de leyes para la adquisición de los títulos de propiedad de las tierras a partir de su labor en el Senado. Como sabemos, tanto él como otras figuras prominentes del ámbito político y económico, literario y artístico adquirirán durante esos años, y luego en la llamada belle époque de los años 30 y en las décadas siguientes, sus propias casas en la región del Tigre o de las islas (Mercedes Guerrico de Bunge, Horacio Butler, Leopoldo Lugones, Manuel Mujica Lainez, Juan Carlos Moretti, Raúl Monsegur, Alejandro Tomatis, Ernesto Tornquist, Xul Solar, entre otros.
Entre esos otros estuvieron, además, Haroldo Conti (1925-secuestrado y desaparecido por la dictadura militar en 1976), esencial habitante tigrense, autor de “Sudeste”, una novela en la que deja esta metafórica moneda de oro sobre la zona: “Se había confiado en el río. No hay cosa que más enfurezca al río”.
Deben ser mencionados, entre tantos que se omitirán involuntariamente, Oliverio Girondo y Norah Lange, así como también Ernesto L. Castro (autor de la novela “Los isleros”, llevada luego al cine en la versión protagonizada por Arturo García Buhr y Tita Merello. El escritor porteño-abastecense Juan Simeran, en una disertación reciente, calificó a Castro como a “nuestro Mark Twain, que, para variar, nos damos el lujo de ignorar”. Otros habitantes y amantes del Delta fueron Rodolfo Walsh y Roberto Arlt.
También Cortázar habló del Delta y Juan José Saer, entre tantos otros. Y también un escritor ineludible quiso recordar a la ciudad de Tigre, acaso para rescatar al maestro, al que cuarenta años antes no se había animado a conocer, con estas palabras: “Ninguna otra ciudad, que yo sepa, linda con un secreto archipiélago de verdes islas que se alejan y pierden en las dudosas aguas de un río tan lento que la literatura ha podido llamarlo inmóvil. En una de ellas, que no he visto, se mató Leopoldo Lugones, que habrá sentido, acaso por primera vez en su vida, que estaba libre, al fin, del misterioso deber de buscar metáforas, adjetivos y verbos para todas las cosas del mundo” (Jorge Luis Borges, “Las islas del Tigre”).