El gaucho que pasó a la historia como bandido rural
El desventurado tropero Pascual Felipe Pacheco fue condenado por un crimen y una evasión, pero un folletín lo convirtió en el legendario bandido rural El Tigre del Quequén
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Ecos Diarios
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Años antes de que se fundara la ciudad de Necochea y cuando faltaba más de un siglo para la aparición de las redes sociales y de las plataformas de streaming, la prensa escrita era la reina de los medios de comunicación.
En los diarios y revistas de la época no sólo se publicaban noticias. A falta de radio y televisión, sus páginas eran el espacio ideal para el surgimiento de la ficción serializada. Allí surgió el folletín y en él algunas obras maestras de la literatura universal, como las novelas de Julio Verne, Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Flaubert, Dostoievski y Tolstoi.
En la Argentina, uno de los grandes cultores del folletín fue Eduardo Gutiérrez, el autor de “Juan Moreira”, escrita en el año 1880 y que con el tiempo fue llevada al circo criollo, el teatro, el cine y la historieta.
Gutiérrez se inspiró en hechos policiales de la época e hizo famosos a algunos delincuentes como Hormiga Negra, Santos Vega y Juan Cuello.
Uno de aquellos marginales que Gutiérrez inmortalizó fue Pascual Felipe Pacheco, que desde entonces fue conocido como el Tigre del Quequén.
Aunque Pacheco, ya viejo, dijo que Gutiérrez exageró. “Hay algo que es verdad, pero lo más es cuento”, dijo sobre la novelita que lo convirtió en uno de los bandidos rurales.
Vivir del folletín
El escritor necesitaba material para mantener su producción, ya que las historias se publicaban por capítulos todas las semanas en el periódico “La Patria Argentina”.
En ese diario también escribía las crónicas policiales, lo que le daba oportunidad de conocer casos resonantes.
Su preferencia por los bandidos rurales era producto de su experiencia en el campo. Gutiérrez fue soldado. A los 19 años ingresó en el fuerte “General Paz”, participó de algunas batallas contra los hombres de Calfucurá.
En sus diez años de soldado conoció la miseria de la vida rural y las penurias de los gauchos.
Al dejar el servicio activo, se dedicó a escribir y decidió hacerlo sobre aquello que mejor conocía.
En 1879 escribió su primer folletín: “Antonio Larrea”. Trataba sobre un bandido español que había cometido varios delitos en Buenos Aires.
Un año más tarde, aparecía “El Tigre del Quequén”, el libro sobre Pascual Felipe Pacheco, un gaucho al que se le habían imputado varios crímenes, fugas e incluso incesto, aunque sólo se le pudo probar una muerte y una evasión.
Gutiérrez entrevistó a Pacheco en la cárcel y esto quedó reflejado en la descripción que hace del calabozo en el que estaba alojado el Tigre, en la primera página del libro: “La solitaria celda 142 de la Penitenciaría está habitada por uno de aquellos seres en quienes hace presa la justicia de los hombres, palabra tremenda de cuyo significado no se dan cuenta los mismos que la practican”, comenzaba.
“El 142 es uno de los tipos más curiosos que habita el horror de aquel presidio, donde todo sentimiento de amor y de cariño desaparece, para ser remplazada por la cara adusta del guardián y el duro régimen de aquella disciplina severa”, señalaba.
“Allá en su juventud este fue un gaucho que andaba libremente por la inmensidad de la pampa (…) sobre su magnífico caballo, envidia de sus compañeros”, escribía Gutiérrez.
“Hoy su horizonte se ha limitado: su pampa querida es aquella celda desnuda, de cuatro varas cuadradas, y su caballo se ha convertido en el grillete que se amarra a su pie o en la condena de veinte años, que gravitará esa eternidad sobre su cabeza, hasta que su vida haya pasado de la juventud a la última vejez”, señalaba el escritor.
El Tigre
“Entre los últimos gauchos bonaerenses, ‘El Tigre del Quequén’ y Julio Barrientos presentan ciertos rasgos coinciden. Sus andanzas transcurrieron por las serranías de la zona sur de la provincia y ambos fueron a terminar sus días en los montes del antiguo centro indígena de Toay”, escribió Hugo Chumbita en su libro “Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina”.
Según este autor “El Tigre del Quequén recibió ese apodo en sus andanzas por el sur bonaerense, pero era porteño, nacido alrededor de 1827 en Palermo. Se ha dicho que era hijo natural del famoso general Angel Pacheco, aunque lo crió como huérfano una parienta de Rosas. Trabajaba de tropero y cuentan que tenía apenas 16 años cuando en una pulpería enfrentó e hirió a un afamado malevo”.
Como el mismo Pacheco dijo más tarde, algo de verdad había en lo escrito por Gutiérrez, pero lo más era cuento. Y es precisamente la biografía novelada de Gutiérrez la que le dio fama al Tigre del Quequén.
Hoy se discute si la denominación Tigre del Quequén tiene que ver con nuestro río o con el Quequén Salado. Tanto en el Partido de Coronel Dorrego como en nuestro distrito hay cuevas en las que Pacheco podría haberse escondido durante el tiempo que pasó como prófugo de la justicia y en ambos casos llevan el nombre de Cueva del Tigre.
Lo cierto es que Pacheco estuvo muy vinculado a nuestra región, ya que sus desventuras comenzaron en campos del Lobería y Necochea.
Pacheco el malo
Según Chumbita, luego de oficiar de domador en Dolores. Allí se batió a duelo con un guapo llamado “el Cinchador”. En Ensenada conoció a una muchacha, madre de una niña a la que se llevó hacia el Sur.
Rumbeó para el extenso Partido de Lobería, donde consiguió empleo como tropero en los campos de Martínez de Hoz.
Corría el año 1860 y Miguel Martínez de Hoz fue designado Juez de paz de El Moro y llevó a Pacheco como sargento de la partida.
Según el libro “El Tigre del Quequén”, desempeñando ese cargo Pacheco liquidó a varios sujetos de avería y cosechó algunos enemigos que se vengarían después.
En setiembre de 1866 mató a un capataz de apellido Rodríguez que lo había provocado, y tuvo que huir. Fue allí que comenzaron sus penurias.
Aunque se enroló en la milicia para escapar de la justicia, al fin lo entregaron al Juzgado de Paz de El Moro, acusado por homicidio.
Fue encarcelado en Dolores y luego condenado a diez años de prisión. Pero se fugó en el traslado a Buenos Aires.
Cuando en 1871 una turba instigada por «Tata Dios» asesinó a varias familias gringas en Tandil, culparon sin ninguna razón a Pacheco de ser autor de algunos de esos crímenes.
Se cuenta que al año siguiente acompañó como baqueano Calfucurá en la batalla de San Carlos.
Pacheco estuvo un tiempo instalado en la estancia de Zubiaurre, en el Partido de Necochea, pero como lo perseguían, fue a ocultarse en las cuevas que existían en las riberas del Quequén, cerca de Lobería, donde improvisó su guarida, acompañado por su caballo y varios perros guardianes.
En 1875 fue capturado por el comisario Aldaz en un confuso procedimiento. Encarcelado primero en Dolores, lo pasaron después a la Penitenciaría de Buenos Aires.
Pacheco salió en libertad alrededor de 1880. Vivió un tiempo en Tres Arroyos y luego se trasladó al territorio de La Pampa. Allí se estableció en Quehué hacia 1887 y fue postillón de galera en la ruta de General Acha a Trenque Lauquen.
Después levantó su rancho en un abra del monte de Toay, donde se afincó con una mujer joven y tuvo varios hijos.
El censo local de 1895 lo registró domiciliado en las afueras de Toay como criador, no propietario: convivía con Anacleta Viera, de 34 años y siete hijos. Una nota de Caras y Caretas lo mostró en sus últimos días, rodeado de los suyos. Falleció el 30 de noviembre de 1898. Mientras él agonizaba, en la ramada contigua su compañera daba a luz un octavo hijo.///