“El mensaje en este tiempo es que no debemos perder la esperanza”
Analia Del Valle. Docente jubilada y predicadora en el Centro Cristiano Palabra y Fuego
Mario Maruca
De la redacción
“El mensaje en este nuevo tiempo que iniciamos es de esperanza, no debemos perder la fe y la confianza en nosotros, ni dejar de mirar el lado bueno de las cosas, todos tenemos algo bueno para dar, más allá de lo que podamos estar pasando”.
Las palabras pertenecen a Analia Del Valle, docente jubilada y desde hace años predicadora en el Centro Cristiano Palabra y Fuego, que tiene la sede central en calles 63 y 90, con una trayectoria de más de 75 años en la actividad pastoral.
“A veces una palabra de aliento, un gesto, una actitud, le cambia el día a cualquier persona y si uno lo puede hacer, considero que no hay nada más maravilloso que eso”, enfatizó Del Valle durante la conservación con Ecos Diarios.
Las actividades de la iglesia también se concentran en la sala del Cine Teatro París, los domingos a la mañana, pero en el inmueble de calles 63 y 90, se llevan a cabo otras actividades destinadas a la sociedad en general.
“Hemos tenido el servicio de comedor y en la actualidad, brindamos clases de idioma Inglés, pero además desarrollamos otras acciones en favor de la comunidad y la gente ha sabido valorar todo eso en forma permanente”, enumeró Analia Del Valle.
Reconoció que es fundamental utilizar los canales de la fe, a través de un “mensaje sano que debemos emitir, con una vida sana y ofrecer a la gente la posibilidad de acercarse al camino de la fe y de la esperanza”.
En la docencia
“Estudié la carrera de docente del nivel inicial (conocida como maestra jardinera) y cuando me recibí, se abrió una sala de jardín maternal en el centro educativo Pirín Pin Pon, donde trabajé durante toda mi trayectoria profesional y hasta egresaron mis hijas”, contó.
También tuvo a su cargo a niños de las salas de 3 y 4 años y se desempeñó en las colonias de verano.
Del Valle aseveró que “fueron 12 años de labor intensa pero debido a mi problema en la visión, comenzó a costarme bastante para poder desarrollar las actividades como yo pretendía”.
Añadió que en ese momento “decidí dar un paso al costado, luego de hablarlo con mi esposo Jorge Ortega, pero siempre consideré que cuando se cierra una puerta, se abre otra enseguida”.
Además, “me enfoqué a la crianza y acompañamiento de mis hijas, en las labores del hogar y me sentí muy cómoda con todo ello, nunca me degustó ser ama de casa y dejar el cargo de docente, me permitió realizar otras actividades”.
Otro camino de vida
Analia Del Valle aseguró que estudió lo que pretendía “ser en la vida, pero cuando llegó el momento de dejar el jardín, lo asumí con calma y comenzó, paulatinamente, la etapa de trabajar en la iglesia junto a Jorge”.
Puntualizó al respecto que “entendía que antes acompañaba a los niños en su crecimiento en la sala maternal y luego con mi trabajo en la iglesia, inicié el acompañamiento a mujeres, a una familia, a los adolescentes y se trata de una nueva faceta de la vida”.
En los tiempos que se atraviesan, “cada vez son mayores las necesidades de la gente y hay una marcada apertura a la fe, antes hablar de una iglesia era hablar de religión y hoy se entiende que es hablar de la fe y de una herramienta que sirve para vivir, sin restricciones ni reglas, para afrontar la vida de una manera diferente”.
La familia, un verdadero sostén
Analia Del Valle y Jorge Ortega tienen dos hijas. Jorgelina, de 20 años, que estudia Ingeniería Industrial y reside en Olavarría, donde desarrolla su capacitación para el futuro, y Ana Inés, de 17, que recién acaba de cerrar el ciclo secundario.
La más pequeña de los Ortega, también tiene previsto continuar sus estudios en la denominada “ciudad del cemento”, junto a su hermana y la carrera proyectada estaría vinculada a la Ingeniería.
“Lo importante que mis hijas disfruten de su trabajo, sería lo más hermoso que les pueda ocurrir y con mi esposo, nos sentimos muy a gusto con la elección que hicieron” las herederas de los Ortega.
Analia nació en Necochea y vivió con su familia muchos años en Quequén. Su padre tuvo a cargo de una imprenta y cuando se casó con Jorge Ortega, nativo de Tandil, ambos se afincaron en nuestra ciudad.
“Mi esposo tiene familiares en Tandil y en mi caso, tengo parientes en Lobería y en Quequén. Amo a Necochea porque nos permite desarrollarnos como personas y crecer, mientras que nuestras hijas pueden vivir tranquilas”, finalizó diciendo. ////