El oportunismo político como herramienta de gobierno
Para tratar de comprender la política argentina debemos adentrarnos en un tortuoso laberinto donde la hipocresía, la mentira, la distorsión de la realidad y las manipulaciones -de todo tipo y color- son las aguas en las cuales se navegará. Desde la política se genera un mundo surreal, alejado de los problemas reales de la gente común, a la que no le interesa, por ejemplo, los permanentes intentos de reformar la Corte Suprema, o la discusión en torno a si en 2023 tendremos PASO o no. El problema que padecemos todos los argentinos por igual es que esas discusiones propias de la política -y de nadie más- nos llevan a un país diferente, como si estuviéramos viviendo en Narnia en lugar de la República Argentina, mientras miles de ciudadanos padecen hechos de inseguridad a diario (como el lamentable asesinato de Andrés Blaquier y tantos otros que se suceden día tras día).
En ese contexto, el decadente soliloquio del pasado viernes de CFK reitera una cuidada puesta en escena donde ella es el centro de todo, con los teloneros de turno y un puñado de simpatizantes pagos, muchos menos que los que asisten a uno solo de los recitales de Coldplay, evidenciando que su poder actual de convocatoria es menor (y pago). Cristina Kirchner ya aburre con tanta perorata vacía sin contenido, con más sabor un pasado de fantasía anhelando un futuro que olvida el presente. Se repite culpando a Macri de todos los problemas, incluso del atentado en su contra, en un claro manoseo imprudente y peligroso de los hechos. Se volvió a mostrar más preocupada por sus problemas, olvidando, por ejemplo, proponer un minuto de silencio para todas las víctimas de violencia que tristemente se amontonan día tras día. Habló únicamente para su feligresía y con la estrategia de recuperar su centralidad luego de poco más de dos meses de ostracismo. Su relato vanidoso no es digno de un análisis más extenso, el de Máximo Kirchner solo merece el olvido y ningún comentario más que señalar la orfandad de un idea propia.
Hemos caído en la trampa del populismo, donde nos prometen un futuro mejor que nunca termina de llegar. El Frente de Todos es un claro ejemplo. Se ufanaron de volver para ser mejores en 2019 y ahora están viendo cómo hacer para no tener que irse por la puerta trasera y a escondidas en 2023, festejando la victoria de Lula en Brasil como si fuera propia, sin caer en la cuenta que se trató de otro “oficialismo” más derrotado en las urnas. Inventaron un relato oscuro de odio y división que nos está empujando a la ruptura de la sociedad, donde quien piensa diferente es el enemigo.
Argentina hoy es un peor país que en 2019 y mucho peor que en 1983, cuando recuperamos la democracia que nos había sido robada en los años oscuros de la dictadura militar. Reina la desesperanza, la incertidumbre por el futuro que vendrá nos abruma. Estamos viviendo tiempos decisivos, esos que pueden cambiar el rumbo de nuestra decadencia para siempre, o bien sumergirnos en ella hasta niveles insospechados. Padecemos un gobierno que no gobierna, que no tiene un plan. Solo van tapando los agujeros a medida que estos se hacen visibles, corriendo detrás de los mismos problemas de siempre (y están perdiendo la carrera). Esto es producto de un extenso proceso de impericia constante, con malas decisiones y políticas viejas tan ineficientes como inútiles. El ejemplo de las tarifas públicas y todo lo que se hizo con ellas, bailando la música que impuso CFK, no es ni más ni menos que la demostración más clara de la torpeza política a que nos han sometido. ¿Vaca Muerta? Bien gracias, dicen por ahí que todo sigue igual. Veremos si antes del invierno de 2023 se acuerdan de hacer algo útil.
La sociedad ya no confía en su clase dirigente, la imagen negativa de la gran mayoría de los políticos resulta alarmante. El acuerdo tácito del votante con el votado se ha roto. A su vez el Gobierno, inmerso en sus disputas internas, abandonó la gestión, con un Alberto Fernández más preocupado en abrazarse a Lula y decir públicamente que las PASO se van a hacer, para no terminar de licuar el poco peso político que le queda, ya que aún le resta el “cuarto” final de su paupérrima gestión. Solo podría decirse que desde el Ministerio de Economía se está intentando algo, pero con todas las fichas en contra. Las pujas salariales terminarán de infectar todo el entramado social, haciendo de la calle el lugar elegido para discutir las nuevas paritarias. Mientras desde el relato “cristinista” ya se empieza a criticar cada vez con mayor dureza cualquier medida de “su” propio gobierno que pudiera afectar la base electoral con la que piensan en dar vuelta la suerte en 2023. Dicho en otras palabras, cuando el Mundial quede atrás, junto con las fiestas de fin de año y las vacaciones, Sr. Lector, ajústese el cinturón porque la batalla será terrible, en 2023 nos espera un año extremadamente complejo, no apto para tibios.
Se suma un problema adicional, con la inflación devastando la economía, especialmente de los sectores más carenciados de la sociedad -que a su vez son, por esas cosas del destino, los principales votantes del Frente de Todos-. Para que nos quede bien claro, en la calle están raspando el fondo de la olla, y se nota en el clima social. El conurbano bonaerense es un problema severo para el Gobierno en particular y en general para toda la sociedad, sus consecuencias están a la vista. En efecto la nueva “Sinaloa” argentina está fuera de control, frente a un gobernador que luce impotente para intentar cualquier tipo de acción tendiente a morigerar los efectos devastadores de un fenómeno que ya se ha enquistado socialmente. La improvisación -por no decir directamente la inacción- para enfrentar seriamente el flagelo del narcotráfico nos coloca frente a un problema gravísimo que afecta a cientos de miles de familias y al futuro de todos.
En este contexto resulta claro que es, desde el propio “cristinismo”, desde donde se promueve la cultura planera que solo genera más pobres. La impotencia frente a la realidad causa estragos en el gobierno, manifestada por la fuga de ministros. Es una realidad que los ha atropellado, como sucede con la economía devastada, la pobreza en crecimiento, el dólar de múltiples caras, la inseguridad, o la pérdida de empleo genuino. La dirigencia, con CFK a la cabeza, no termina de entender que los argentinos estamos cansados y queremos vivir en paz, en un país normal, donde los piquetes y las trabas permanentes a las libertades más básicas dejen de existir.
El Gobierno de Cristina se asemeja a un gobierno líquido, que se va escurriendo sin posibilidad alguna de parar la pérdida. CFK, como dirigente política, sigue en estado de descomposición. Su reino se viene achicando a pasos agigantados. Los problemas son cada vez más y más complejos. Como política se encuentra devaluada, su falta de autocrítica la ha terminado de colocar en el peor de los lugares, donde los propios la empujan a una candidatura presidencial que ella no quiere, mientras espera, impaciente, el próximo 14 de noviembre, fecha en la cual el Fiscal Diego Luciani volverá a tomar la palabra en la causa Vialidad.
En palabras de Carl Jung: “Las personas podrían aprender de sus errores si no estuvieran tan ocupadas negándolos”.///
Por Jorge Grispo – Abogado, especialista en Derecho Corporativo