El país inviable
La historia de cómo una nación que es independiente desde hace menos de un siglo, carece de recursos naturales y está enfrentada con sus vecinos, logró convertirse en una potencia mundial
En un encuentro del que participé esta semana, un grupo de jóvenes pedía mi opinión acerca de la frase que se escucha ante cada crisis, una que se repite de manera constante entre la nueva generación en este último tiempo: “Argentina es un país inviable. No tiene solución. Argentina es un país sin salida. La única salida es Ezeiza”. Decidí contarles una historia. La historia de un país en verdad inviable: el Estado de Israel.
El Estado de Israel se funda en 1948, apenas tres años después de terminada la Segunda Guerra Mundial. Los hornos crematorios de Auschwitz y la maquinaria asesina nazi habían exterminado a la tercera parte de la población judía. Esta semana que pasó honramos y recordamos a los seis millones de artistas, científicos, académicos, trabajadores, granjeros, periodistas, empresarios, comerciantes, amas de casa, madres, padres, niñas y niños asesinados, por el sólo hecho de pertenecer a una nación y a una fe. El Estado es levantado por los sobrevivientes de la Shoá, y por los refugiados y exiliados de la Europa que echaba de sus fronteras a todo judío.
Un día después de la declaración de la Independencia, los cinco países vecinos, que contaban con más de 300 millones de habitantes, le declararon la guerra al frágil Estado judío que aún no contaba siquiera con un millón de personas. Dentro de ese minúsculo territorio, más pequeño aun que la provincia de Tucumán, existen otros dos Estados palestinos (Gaza y Cisjordania) que por un lado luchan entre sí, y por el otro no reconocen al Estado Hebreo, atentando desde sus débiles fronteras a toda la población civil que las rodea. El fanatismo religioso y el extremismo radical de varios de sus vecinos hace que deba protegerse sistemáticamente de ataques terroristas en todo su territorio. La amenaza atómica de Irán ha vociferado públicamente en varias oportunidades su vocación de borrar al país del mapa.
Desde hace décadas sufre un constante boicot económico y el desprestigio antisionista de la prensa. Casi el 20% de su población es árabe, el 10% pertenece a movimientos ultra ortodoxos judíos, y la mayor parte de la población ha llegado desde las diásporas judías al país desde todo rincón del planeta en una diversidad cultural fenomenal. Debieron hacer renacer el hebreo que había dejado de hablarse desde hacía siglos, para tener un idioma en común. Carece de recursos naturales, la mitad del pequeño país es un desierto y no posee ni petróleo, ni gas, ni agua. Inviable. Eso, les dije, es un país inviable.
Sin embargo, el Estado de Israel sólo asombra. Es líder mundial en desarrollo tecnológico y científico, es una potencia militar, posee algunas de las mejores Universidades y centros hospitalarios del planeta, una estabilidad y crecimiento económico envidiable, una democracia sólida y vibrante, ha transformado el desierto en un jardín, y en el último tiempo es una meca para la llegada de jóvenes del mundo a partir del nivel de inversiones en conocimiento digital y de Start-Ups.
Esta semana se ha declarado el primer país en vencer al coronavirus, habilitando a su gente a comenzar a vivir su vida sin barbijos.
Uno de los secretos de su éxito ha sido la manera de comprender el tiempo. En qué lugar ubicar al pasado, dónde poner al futuro, y entonces dejar abierto el camino a las decisiones acerca del presente. Israel no se crea por lo sucedido en el Holocausto. No es producto del horror o sus tragedias del ayer, sino de su continua esperanza en el mañana. Israel no fue un regalo del conjunto de naciones en compensación a la carnicería de Hitler, sino a pesar de toda esa dramática historia.
Israel fue soñado por sus poetas, cantado en sus plegarias, inspirado por sus místicos, rezado por cada abuelo, y realizado por la convicción de honrar su pasado, pero con la mirada siempre puesta en su futuro.
Israel es el resultado de no quedarse atado a viejas antinomias, fracasos, caídas, crisis y tragedias del ayer, sino a la esperanza continua de realización de un mañana. El resultado de no quedarse paralizados por la coyuntura, sino en movimiento continuo hacia el diseño de sociedad inspirada por sus profetas.
Israel no se construyó porque nos mataron, sino porque decidimos vivir. No porque perdimos la fe en el mundo o en Dios, sino porque siempre supimos que el mañana tenía fe en nosotros. No fue buscando culpables en el pasado, sino responsables del futuro.
La Argentina no tiene ninguno de esos problemas. Tenemos la bendición de no tener conflictos limítrofes, guerras, terrorismo, fanatismos religiosos, racismo, boicot económico, problemas de territorio, de recursos naturales, de extensión geográfica, de amenazas atómicas o de generaciones exterminadas en genocidios.
Argentina sólo necesita encontrarse. Reencontrarse. Dejar debates que no nos han llevado a nada. Dejar de hablar de grietas. Todo país tiene diferentes posiciones políticas e ideológicas. Pero cuando insistimos en el concepto de grieta, lo que se hace inviable es cruzar al otro lado para dialogar. Debemos aprender a honrar nuestro pasado, pero no anclarnos en él. Diseñar dónde queremos llegar, qué futuro queremos tener. Escribir los postulados a alcanzar y acordar más allá de cualquier ideología particular, que esas metas sean una meta-idea general a lograr.
Amigos queridos. Amigos todos.
Construir algo mejor con otro, muchas veces es fuente de dudas, miedos y temores. Creemos que el otro nunca va a comprender. Que sólo nosotros tenemos la verdad y entendemos la realidad. Es entonces, que la incapacidad de sentarnos a pensar y dialogar juntos acerca del mañana, nos paraliza en un eterno confinamiento a la resignación.
En el momento en que creamos que el proyecto que tenemos en el alma es inviable, debemos recordar las palabras de Chesterton: “Lo más increíble de los milagros, es que ocurren”.///
Por Alejandro Avruj – Rabino de la Comunidad Amijai y Presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.