El síndrome de Hamlet
Juan José Flores
de la redacción.
Mirar hacia atrás, a todo lo perdido en las últimas décadas, puede llevar a creer que todo tiempo pasado fue mejor.
Dijo el dramaturgo grieto Agatón que ni siquiera Dios puede cambiar el pasado. Sin embargo, también hay quienes dicen, como William Shakespeare, que el pasado es un prólogo.
Sin dudas, el autor de Hamlet, tragedia que tiene sus raíces en lo que ya pasó, fue preciso al señalar que el pasado es una introducción, un prólogo, a lo por venir.
Si es así, tal vez deberíamos preocuparnos, porque la historia nos muestra que Necochea tuvo muchas cosas que ha perdido y eso está de alguna manera torciendo el futuro.
El crecimiento demográfico, la tecnología y la globalización han hecho que a lo largo de los años se produjeran profundos cambios sociales que hicieron que Necochea perdiera status, servicios, industrias y hasta los hoteles frente al mar.
Hoteles frente al mar
A principios del siglo XX la ciudad se ubicó como segundo destino turístico de la Provincia de Buenos Aires, sólo por detrás de Mar del Plata. Fue la era dorada del turismo necochense, la que acuñó aquel viejo slogan de «la playa del suave declive». Los contingentes turísticos estaban integrados casi exclusivamente por representantes de la clase alta, que llegaban a los hoteles de la naciente Villa balnearia para instalarse durante un mes.
En aquel naciente balneario, los grandes establecimientos hoteleros se ubicaron frente al mar. Cien años más tarde, tras la pandemia, cerró el último hotel que le quedaba a la ciudad sobre la avenida 2.
Si bien desde sus inicios la población creció con el aporte del sector agropecuario y, en menor medida, de la actividad portuaria, Necochea siempre aspiró a convertirse en una gran ciudad turística.
Lentamente, el sector hotelero creció impulsado por la llegada de los turistas, atraídos por la playa. Sin embargo, los primeros hoteles de la ciudad funcionaron en el radio céntrico. Poco después de la fundación, en cercanías de la plaza, comenzó a funcionar el hotel El Progreso.
De acuerdo a datos de catastro, en 1896 había cuatro hoteles ubicados en lo que hoy es el centro de la ciudad: 62 y 63; 62 y 65; 59 y 62 y 59 y 64.
Hoy esos hoteles tampoco existen y Necochea hace ya varias décadas que perdió el status de segundo balneario de la Costa Atlántica.
El sueño fabril
Así como hubo quienes soñaron con una Necochea convertida en un gran balneario, otros quisieron soñaron con una ciudad fabril.
Una de las primeras industrias que existieron en esta zona, en los años de la fundación, fueron los hornos de ladrillo, de los cuales fueron saliendo uno a uno, simbólicamente, los componentes de la ciudad.
Apenas tres años después de la fundación, comenzaron en 1884 a levantarse los cimientos de un gran molino a vapor cuyo propietario fue Julián Gámez. La industrialización de la producción primaria impulsó notablemente la siembra.
En 1908 surgió la primera compañía de electricidad a partir de ese molino.
Otras industrias pioneras en los albores de Necochea fue la fábrica de carruajes, fundada en 1893 por Juan Lafforgue, mientras que aparecieron los primeros establecimientos de quesos y lecherías, como los de Pedro y Angel Redolatti; y la talabartería de Luis Arigotti.
En 1930 se reflejó el impulso de Kristian F. Bork en una fábrica de hielo, la cual era una de las más modernas en el país. Para esa época funcionaba una fábrica de bebidas gaseosas bajo el rubro Antonio Gatto y Cía.
Transcurría el año 1938 cuando un necochense de 26 años patentó una máquina hileradora. El invento de Rodolfo Ardanaz fue el inicio de una de las industrias locales con mayor trascendencia a nivel nacional.
Hasta la década del 70, se fabricaban en nuestra ciudad diversos productos de uso cotidiano. La mayoría de los comestibles de uso cotidiano provenían de nuestro distrito o de localidades cercanas.
Uno de esos productos era la leche. En diciembre de 1964 se había inaugurado en Quequén la planta Sur-Lac, que producía sachets de leche con un moderno proceso de pasteurización, estandarización y homogeneización.
Pero la economía, los cambios tecnológicos, las mejoras en el transporte y la logística, hicieron que ninguna de estas pequeñas industrias locales sobreviviera al Siglo XX.
La pesca y la industria naval
La pesca comenzó en nuestro distrito como una actividad artesanal que fue generando una amplia gama de industrias a su alrededor. La fabricación de harinas, aceites y el procesamiento de pescados, además de la construcción de embarcaciones, eran algunas de esas actividades.
Al no contar con plantas, en las primeras décadas del siglo pasado gran parte de la voluminosa captura de la flotilla local se enviaba para su procesamiento en la ciudad de Mar del Plata.
Sin embargo la industria fue creciendo y en la década del 70 el mercado de la pesca local vivió su época de oro y los establecimientos se multiplicaron, llegando a contar con unas 20 plantas.
Fue desde nuestro puerto que en abril de 1971 se realizó la primera exportación de anchoítas en salmuera producida por la empresa Complejo Anchoero Americano-Europeo SACIF con destino a Buenos Aires para su posterior embarque a Japón.
Un artículo publicado en Ecos Diarios el 2 de noviembre de 1971 y titulado “Industria en pleno desarrollo” hacía referencia que sólo una planta de la ciudad producía 16.000 latas por día de sardinas en aceite. La factoría en cuestión era la denominada Industria Pesquera Necochea, que se encontraba ubicada en la zona portuaria y elaboraba los productos “Gurí”.
En 1972 se inauguró el complejo de la Sociedad Italo Argentina de Pesca (Sitarp), cuyo edificio se encontraba en la calle 576 entre 543 y 545, en cercanías del Hospital José Irurzun de Quequén.
Cinco años después se inauguró otro complejo, el de la firma denominada Elaboración de Salazones y Conservas (ESCA).
La llegada en 1978 de Huemul creó mucha expectativa por la generación de puestos de trabajo. Llegó a tener 750 empleados y fue la fuente privada de mayor ocupación de mano de obra en Quequén.
En 1979, en pleno esplendor de la pesca local, el sector daba ocupación en forma directa a unas 1.500 personas.
Sin embargo, la bonanza duró poco, el cierre de Huemul, con la caída del grupo Sasetru, al que pertenecía, significó un gran golpe para el sector.
La crisis del sector en los 90 provocó el cierre masivo de procesadoras de pescado, tanto en nuestra ciudad como en Mar del Plata.
Este fenómeno también afectó a la industria naval, cuyo principal exponente durante décadas había sido el Astillero Vanoli, ubicado sobre la margen izquierda del río y que había iniciado su actividad en junio de 1954.
Todo cambia
Así como los cambios en los hábitos de los turistas llevaron a la desaparición de los hoteles frente al mar y las constantes crisis económicas y las políticas nacionales de transporte también llevaron a la ciudad a perder el ferrocarril y los servicios aéreos.
En el caso de los trenes, la falta de mantenimiento llevó primero al cierre de la estación de Necochea, luego la caída del puente Ezcurra fue el golpe de gracia para el apeadero y finalmente también la estación de Quequén quedó abandonada y hace unos pocos años se incendió.
En las últimas cuatro décadas la ciudad también perdió las tres salas cinematográficas de la zona céntrica, dos de la Villa Díaz Vélez, además de varios teatros, entre ellos en Auditorium del Casino, destruido con gran parte del complejo en el último incendio.
En los 70 el más abrupto cambio en el frente costero, además de la construcción del Casino, había sido la desaparición de la rambla municipal.
Muchos turistas que vuelven a la ciudad después de décadas buscan inútilmente la banquina de los pescadores, también desaparecida. Y en el caso del puerto, la caída del puente Ezcurra con la inundación de 1980, también arrastró a los barrios de ambas márgenes del Quequén, que hoy parecen abandonados.
Pero, como dice un refrán ruso, añorar el pasado es correr tras el viento. Por ello tal vez lo mejor es tomar el consejo del filósofo y teólogo Pierre Teilhard de Chardin que dijo: “El pasado me ha revelado la estructura del futuro”.
Deberíamos aprender la lección que nos ha dejado la historia: a la ciudad siempre le ha costado adaptarse a los cambios y eso la ha llevado mirar hacia atrás con nostalgia, con esa sensación de que todo pasado fue mejor.