El viejo Molino emblema de una industria pujante
Aunque hoy el monumental edificio, ubicado en la zona Puerto, refleje el abandono su historia sabe de épocas donde el trabajo era incesante
El impulso progresista de la ciudad a comienzos del siglo pasado era notable, para cubrir necesidades de la vida diaria iban surgiendo diferentes comercios e industrias que generaban trabajo y fomentaban el crecimiento.
En cercanías de lo que se conocía como sección de cabotaje del Puerto, sobre la Av. 59 donde aún se encuentra emplazado, en el año 1884 se comenzaron a levantar los cimientos de un gran molino a “vapor de cilindro” que en poco tiempo contribuyó notablemente en el desarrollo de la agricultura de la zona, dado que absorbía toda la producción granaria regional.
El establecimiento fue fundado por la vieja Sociedad de Fomento y giraba con el nombre de Sociedad Anónima Molino Quequén, con un capital social de 300.000 pesos moneda nacional; luego fue vendido a los Señores Morixe para posteriormente ser adquirido por la compañía Molinos Harineros y Elevadores de Granos del Río de a Plata SA. que lo explotó durante muchos años.
Para comprender cómo se complementaban, en este caso, el campo y la industria, vale mencionar que en el año 1884 se habían cosechado 300 fanegas de trigo, y dos años más tarde la recolección había sido de 18.000 fanegas. Todo lo cosechado era consumido por el molino, que elaboraba sus productos y subproductos y los comercializaba en la zona, además de exportarlos. Esta industrialización masiva de granos promovió la siembra y unos pocos años más tarde se alcanzaron las 30.000 fanegas de cereal.
En los primeros años de la década del 30, siendo propiedad de Molinos Harineros Río de la Plata, la actividad en el predio, ubicado en la actual avenida 59 entre calles 16 y 18, generaba mucho movimiento y animación a la zona.
La calidad de los productos gozaban de aceptación, anualmente elaboraba entre 18.000 y 22.000 mil toneladas de harina triple cero, doble cero, cero, especial, afrecho y afrechillo, utilizando materia prima de nuestro partido, Lobería, Balcarce y Mar del Plata.
Se lo consideraba un molino modelo, tanto por su estilo edilicio como por las comodidades de sus dependencias.
Su sala de máquinas, y demás enseres destinados a la molienda, estaba integrada por equipos mecánicos considerados poderosos como modernos para la época.
El edificio contaba con grandes silos para el acopio de cereal y otro sector estaba destinado al personal del establecimiento, que aparte de jefes y empleados de escritorio, estaba conformado por alrededor de cincuenta operarios.
El ocaso
En los primeros días de marzo de 1949 trascendió la noticia del masivo despido de empleados del Molino Quequén y unos días después fue confirmada la clausura de la planta. La decisión provenía de la gerencia general de Molinos Río de la Plata SA y la merma en la producción estaba ocasionada por la prohibición del gobierno nacional de exportar granos. De este modo la planta se tornó antieconómica puesto que los gastos de mano de obra eran enormes, y había numerosos molinos sólo para abastecer el mercado interno.
Se perdía una fuente de trabajo muy valiosa, con casi 50 años de pujante vida comercial, que desde entonces permaneció inactivo durante muchos años. Hubo gestiones para adquirir el molino y explotarlo en forma de cooperativa, con ayuda financiera del gobierno para estimular a los agricultores y panificadores de la zona, mientras se aguardaba que cambiara la situación de la industria harinera y se reabriera la exportación.
Todas las esperanzas se diluyeron cuando a fines de julio de 1955 se comenzó a desmantelar la planta baja del edificio, que desde hacía bastante tiempo sólo se utilizaba como depósito. Las máquinas embolsadoras y de transmisión de fuerza motriz serían llevadas a otros molinos de Buenos Aires y Tres Arroyos, las que sí quedaban eran las máquinas de primera limpieza del cereal.
Esta obra fue un aliento al progreso y constituyó un promisorio y significativo esfuerzo y la Sociedad Anónima Molino Quequén, en 1908, concretó otra de sus iniciativas: la instalación de la primera compañía de electricidad lo que le permitió abandonar el vapor en el proceso de industrialización. La puesta en marcha del servicio eléctrico representó un gran adelanto para la industria local y en poco tiempo el primer motor Torsi, de 150 Hp., resultó insuficiente para atender al creciente número de usuarios.
El servicio eléctrico siguió creciendo, y lo sigue haciendo, pero lamentablemente del Molino Quequén sólo queda la sólida estructura en pie y el recuerdo.