Emblema del automovilismo local en los años ‘80
Juan Alberto Occhionero comenzó a correr en motocicleta a los 12 años. En 1978 debutó en el TC y su ingreso en la categoría le abrió la puerta a muchos pilotos de la región
Semanas atrás, el 21 de octubre, se cumplieron 38 años de uno de los triunfos más recordados de Juan Alberto Occhionero. Aquel día el “Colorado” se imponía en La Pampa con su Chevrolet amarillo con un récord de vuelta de 233 kilómetros por hora.
Hoy el ex piloto señala que para lograr ese récord en la última vuelta de la prueba, debió conducir de 270 a 275 kilómetros por hora en la mayor parte del trazado. Teniendo en cuenta las características de los vehículos de la época, manejar a esa velocidad era por lo menos temerario.
Pero por aquellos años el automovilismo era amateur. Los corredores salían a probar sus autos a las rutas, muchas veces sin colocarse el cinturón de seguridad y menos el casco.
Occhionero había comenzado a correr en la categoría un año antes, en 1978, pero para ese entonces era un conductor veterano.
Su vínculo con la velocidad venía prácticamente de la infancia. A los 12 años había comenzado a trabajar en el taller de sus tíos, los recordados hermanos Apella, que corrían en moto.
Y a esa edad comenzó a probar en ruta las motos de sus tíos. Fue así que un día su tío Cacho le propuso competir. “Mi papá le preguntó a mí tío Cacho: ¿Y quién se hace cargo de Alberto si pasa algo? Y mi tío le respondió: Yo me hago cargo”, recordó el “Colorado”.
“Eso me marcó. Sin esa palabra yo hubiera sido cualquier otra cosa, no hubiera estado en el tema de los fierros”, explicó Juan Alberto, que en la actualidad, con 73 años, continúa trabajando en su taller.
Corrió motocicletas hasta los 19 años, cuando abandonó la actividad para hacer el servicio militar. Lo cumplió en el Tiro Federal. Luego, con 23 años, se casó.
Vértigo
Occhionero había dejado de trabajar con sus tíos a los 14 años, cuando ingresó al taller de chapa y pintura de Gallinal. Sin embargo, de su tío Cacho copió una forma particular de correr y el temple.
A los 17 años, se compró un auto chocado, un Izar 700, que arregló él mismo. A los 19 participó en una carrera en la Pileta de Quequén.
Tiempo después de casarse fue un día a ver una carrera de categoría libre en el circuito Blanco y Negro, ubicado al lado del Tiro Federal.
Antes de salir le había advertido a su cuñado Totino Rojas que no quería ir porque si se entusiasmaba iba a comprarse un auto para correr. Y lo hizo, se compró una cupé Ford de Turismo Carretera que pertenecía a los hermanos Vitale.
La adaptó y comenzó a correr en la categoría Mar y Sierras. Pero con el paso del tiempo la situación económica estuvo a punto de hacerlo abandonar.
“Seguí corriendo Mar y Sierras gracias a Servando De Castro. Porque me fundí y vendí el forcito a Julio Gallego. Fue De Castro quien dijo que no podía dejar de correr y fue el promotor para comprar el coche de Evaristo Plano, un Chevrolet”, indicó.
Con aquellos dos autos, Occhionero completó 99 competencias en Mar y Sierras y 64 triunfos. Logró varios campeonatos zonales y un subcampeonato en Sport Prototipos, en 1971.
La 100
La carrera 100 del “Colorado” fue en un automóvil legendario, el famoso “7 de Oro” que había pertenecido a Roberto Mouras. Corría el año 1978 y tras cuatro carreras en la categoría, logro su primer triunfo y el récord de vuelta en La Pampa.
“Esos autos eran cachivaches, había que llevarlos. Tenían unas gomas finitas, Michelin, que estaban autorizadas hasta 240 kilómetros, pero nosotros las anduvimos a 270”, explicó Juan Alberto.
Aquel año fue el mejor de Occhionero en la categoría. Logró tres triunfos y cuatro podios para quedar en la tercera posición al final del campeonato.
De acuerdo a la estadística, este necochense nacido el 9 de agosto de 1944, completó en TC 113 carreras, ganó 3 y logró 6 podios. Su última competencia fue en 1998.
“La gente nos ayudó mucho. Hacía falta mucha plata para correr. Lo nuestro siempre fue a capa y espada”, afirmó.
“Si bien lo compré solo, la gente me ayudó, porque no era fácil, y eso que eran otros los números. Hoy se necesita una fortuna para correr. Antes era todo amateur. Nosotros hacíamos todo: la chapa, la pintura, el motor, todo”, explicó.
No obstante, la incursión de Juan Alberto en la categoría fue un puntapié para que muchos otros corredores de las zonales se animaran al TC. Tiempo después una docena de pilotos de Necochea y Quequén ya habían pasado por la categoría, que empezó a ser sostenida en gran parte por los corredores de nuestra región: Lobería, Mechongué, Mar del Plata, Juan N. Fernández, Tres Arroyos, La Dulce…
Con los amigos
Además del vértigo de correr, Juan Alberto Occhionero valora especialmente a quienes lo acompañaron en esa aventura. En especial la Peña de los Diez Amigos. “Nos acompañó tan buena gente”, afirmó aún agradecido.
“Don Héctor Aguillón jamás me cobró la reparación de un motor de carrera, tenía su rectificadora a mi disposición. Como él, Héctor Ardanaz, don Carlos Balzategui, los Trobo, no me alcanzaría el día para nombrar a todos los que colaboraron”, precisó.
“Y después, todos los que trabajaron. Carlos Pico fue el que más trabajó de todos”, afirmó el “Colorado”.
“Pensé tantas veces en dejar de correr, pero seguí por esa maravillosa gente”, dijo Occhionero, quien aseguró que está muy satisfecho por su paso por el TC. “Gané más carreras de las que hubiera pensado”.
Fanático de los fierros
Casi 20 años después de su primera participación en TC, Occhionero corrió por última vez en la categoría. “No había forma de seguir manteniéndolo. Estaba grande. Y esto tiene su época, había corrido desde muy chico y ya estaba cansado de pelear por la plata y de privar a mi familia por el gusto de correr”, aseguró.
Había cumplido un ciclo en el que pasó de ser seguidor de los hermanos Emiliozzi, Marcos Ciani y los Gálvez a correr y conocer al más grande de todos los tiempos: Juan Manuel Fangio. También conoció a Benedicto Campos, que iba a su taller y fue el primero que le dio consejos para correr.
Luego de retirarse de la competición, siguió vinculado a los fierros. Preparó autos de competición y siguió trabajando en su taller hasta hoy.
“Me gusta porque disfruto de sacarle velocidad a un motor, el ponerlo en un banco de pruebas, el desarrollo… Yo lo hago todo”, señaló. “Si no lo hiciera, estaría muy aburrido”.///