En busca de una identidad
Alberto Fernández no parece ser políticamente un genio, pero está siendo menos de lo que podría ser frente a Cristina
Alberto Fernández nunca dudó que Maduro y su régimen constituyen una dictadura hecha y derecha. Pero preside un gobierno basado en una coalición donde el chavismo es predominante, partiendo por la jefa política del movimiento, Cristina Fernández. Hasta ahora se las arregló diciendo, cada vez que lo retaban, que no decía sobre Venezuela lo que efectivamente decía. Pero eso picaresca a lo Fidel Pintos ya no le alcanza. La hora de la verdad se le está acercando, la de ser alguien o la de no ser nadie. La de quedar como un presidente que supo ser o que no fue. Y hasta para que -además de todos nosotros- él mismo sepa quién realmente es.
Antes de ser presidente, a Alberto Fernández se lo consideraba un operador político. Quizá fuera algo parecido, pero no exactamente eso. El operador negocia con todos los sectores de un modo que beneficie a su jefe pero que deje contentos a todos. Y suele tener muchas conexiones por abajo.
Operador político fue Juan Carlos “Chueco”_Mazzón, el mejor que existió al menos desde 1983. Mazzón hacía tan bien su trabajo que lo único que le interesaba en que todos sus jefes lo consideraran imprescindible en tanto operador. No podía ser otra cosa de lo que era porque en lo suyo era irreemplazable. Era así naturalmente, se formó con la experiencia claro, pero tenía ese talento de nacimiento. Era un fenómeno de la operación por abajo o en la oscuridad.
Fernández en cambio es más bien un “consiglieri” puesto a liderar, lo que por ahora no demuestra muy bien. Una especie de asesor superior del príncipe de turno, talentoso sí, pero con más ambición que talento. Siempre actuó como el que ponía cara de bueno cuando su jefe ponía cara de malo, para decirle a los demás algo así como: yo estoy con vos, yo pienso como vos, pero hagamos lo que manda el jefe porque sino será peor, nos va a matar a los dos.
El no más redituable
Inteligente y no demasiado peligroso, le encantó a Cavallo, a Néstor y algo a Cristina. Pero cuando vio que el poder de los Kirchner parecía caerse y ni aún así lo quisieron compartir con él, no dudó y se fue. Fue el No más redituable de su vida. Sin él hoy no sería mucho más que Parrilli, siendo mucho más capaz que especímenes de ese tipo. Tal vez podría ser un Zanini algo menos preparado. O un Aníbal Fernández más presentable. Sin embargo es presidente de la Nación.
¿Es además jefe de algo propio? A diferencia de Alfredo Cornejo que también se inició como operador pero llegó a jefe construyendo poder por abajo, Alberto nunca supo construir nada por debajo de él, salvo algunos amigos. Jefe político hasta ahora no lo ha demostrado. Cristina lo eligió porque de todo el staff que tenía era el único que podía exhibir históricamente enemistad y reconciliación con ella y porque en su opinión es menos peligroso que los alcahuetes que siempre traicionan y que los que se creen autónomos como Randazzo o Massa que siempre se cortan solos.
Alberto Fernández tampoco es un intelectual, pero cuando se peleó con Cristina se mostró como un comentarista inteligente que decía cosas interesantes, con un discurso un poco más culto que el del promedio de los políticos.
Su gran problema es que se contradice de una manera notable e indisimulable, como si no tuviera ningún pensamiento propio o todo le importara lo mismo. Para colmo quiere mostrarse como un hombre de pensamiento o algo parecido. Pero no tiene, como por ejemplo tenía Perón, una cosmovisión conceptual. Perón se contradecía tanto o más que Fernández pero al tener una cosmovisión dentro de la cual incluía todo, podía ser capaz de decir lo contrario con las mismas palabras.
A veces las orientaba hacia un lado y a veces hacia otros, porque él ponía las palabras al servicio de su política concreta. Perón seducía a todos y para eso les decía que sí a todo, pero de a poco los iba atrayendo hacia él. No se adaptaba a los otros sino que adaptaba los otros a él. A su conducción y a sus ideas. Era un político con una columna estructural que lo sostenía y de la cual Fernández parece carecer.
Néstor, por su lado, tenía un proyecto que más que producto de una ideología era una proyección de su modo de ser: identificaba a su persona con el país y eso hacía que confundiera de modo total lo público con lo privado, los transformó en una sola cosa. El proyecto era él. No quería ser presidente, sino dueño del país.
Cristina tiene un relato al cual condiciona todo o todo lo hace según el relato, ideológicamente sectaria pero políticamente no tanto cuando las cosas se le complican demasiado.
En cambio el Presidente parece no tener ni cosmovisión, ni proyecto ni relato. Varía sus palabras tanto como sus propuestas. Es una debilidad más que una habilidad política. Eso no implica que alguna vez pueda demostrar que tiene poder propio, si le da el cuero.
Hay que saber que, ya desde cuando era jefe de gabinete se sentía propietario parcial del proyecto K. No se creía igual de importante que el matrimonio presidencial pero sí un socio con menos acciones. Pero ellos lo consideraban como un empleado jerárquico. No parece que hoy las cosas hayan cambiado demasiado, él no quiere disputar con Cristina pero quiere ser socio de ella, aunque sea en un porcentaje menor, no su subordinado. Y Cristina no parece pensar así, como no lo pensaba Néstor.
Aceptar el nombramiento de presidente del justicialismo va en el sentido de diferenciarse sin pelearse, de tener algo propio, aunque recibir el cetro que ocupa José Luis Gioja no parece ser algo muy importante. Lo de Venezuela es quizá el primer atisbo de un conato mínimo de desobediencia ante la locura ideológica de los defensores K de Maduro. Y eso no parece que le guste mucho a Cristina.
Arrastra un grave vicio de personalidad: es un gran rompedor de compromisos y de confidencias. Lo hizo con Macri y lo hizo con Rodríguez Larreta. En ambos casos actuó mal para quedar bien con Cristina.
Reitera tantas veces que no es mentiroso que parece que quisiera disculparse por definitivamente serlo. Pero no se trata solo de que sea mentiroso o no, es que todos los días sobre cada tema dice algo distinto.
Frente a este presidente, o al menos como éste se mostró hasta ahora, Cristina hace lo que se le viene en gana, pero parece estar -aún dentro de su lógica- un tanto desbocada, demasiado apurada, y pasa por encima o minimiza a Fernández a quien casi nadie le pide que se pelee con Cristina, pero sí que sea capaz de decirle que se frene un poco, que le ponga algunos límites. Algo que posiblemente esté dentro de su reducido poder si se decidiera a ejercerlo.
Pero aunque la rebeldía del Fernández fuera pequeña, Cristina igual se enojaría porque está demasiado agrandada y demasiado enojada y demasiado vengativa. No obstante, si el Presidente la pusiera un poco en su lugar, quizá la ayudaría hasta a sí misma.
Alberto Fernández no parece ser políticamente un genio por lo que ha demostrado hasta ahora, pero está siendo menos de lo que podría ser. Está intimidado frente al avasallamiento cristinista y no debería estarlo tanto, porque está dentro de sus posibilidades hacer más de lo que está haciendo si nos basamos en su historia. Cuando se fue del kirchnerismo demostró un coraje que hoy lo ayudaría. Si no se dejase avasallar quizá podría hacer bastante más de lo que está haciendo, caso contrario, si sigue así Cristina lo va a destruir tarde o temprano.///
Por Carlos Salvador La Rosa-Periodista