Gustavo Vergara, un pionero del cultivo de soja en la región
En el sudeste bonaerense dio sus primeros pasos a principio de los años 80, en campos de San Cayetano, mucho antes del boom de esta leguminosa
Pasados más de 40 años desde que comenzó a cultivar soja en el sudeste bonaerense, ahora, ya retirado de la actividad productiva pero brindando asesoramiento basado en su experiencia, Gustavo Vergara siente satisfacción cada vez que, periódicamente, la Asociación de la Cadena de la Soja Argentina lo cita en sus publicaciones como pionero en esta región.
Aquella experiencia iniciada en 1982 en campos de San Cayetano la llevó adelante con gran entusiasmo, con conocimientos adquiridos académicamente, pero también con mucho de empirismo. La soja, una planta leguminosa de origen asiático, había comenzado a sembrarse en el norte bonaerense y en parte de Santa Fe en los años ‘70. Pero no en el sudeste de la Provincia de Buenos Aires, por entonces una zona eminentemente triguera, donde también se cultivaban otros cereales y oleaginosas.
En consecuencia, se carecía de experiencia y de maquinaria necesarias. “No había en aquel momento un ingeniero agrónomo que dijera que la soja era viable en la zona”, recordó Vergara, considerando que también “había una trastienda económica muy grande en relación con la venta de semillas”. A tal punto, evaluó, que “eso frenó el desarrollo de la producción de soja, que tendría que haberlo llevado adelante el INTA, no un humilde productor agropecuario como yo”.
- ¿Qué lo llevó a impulsar el cultivo de soja en la zona?
- Mi hermano y yo estudiamos en la Escuela Agropecuaria y salimos de ahí con ganas de cambiar algo, queríamos buscar variantes, pretendíamos que la explotación agraria tuviera otro empuje. Y una familia amiga de Salto (ubicada en el norte bonaerense) nos propuso que probáramos con la soja.
- Y lo hicieron…
-Si, pero me dieron un soja que es para suelos tropicales, no para esta zona. La sembré, copié todo lo que hicieron ellos, pero no sirvió Fui el primero en achicar la distancia entre las hileras al sembrar soja, le buscamos la vuelta para poder adaptarla. Algunas cosas sirvieron y otras no.
- ¿Recibió ayuda para ello?
- No sabíamos nada y quien me dio una mano grande fue el ingeniero agrónomo Daniel Itaschi, de la Agencia de Extensión del INTA de San Cayetano. Pero colegas de él vaticinaban que nos fundiríamos rápidamente. Tuvimos muchos palos en la rueda. Pero fuimos aprendiendo a fuerza de prueba y error.
- ¿Cómo fue avanzando en el intento?
- Sembré aquella variedad con 70 centímetros de distancia entre hileras. Un espacio en el que se podía jugar a las bochas, que se llenaba de malezas. Aquellas eran variedades, no eran soja transgénica, era a principio de los ’80, hace 43 años que empezamos a desarrollar la soja. Al segundo año ya le fuimos encontrando la vuelta: sembramos una variedad que nos dio 1800 kilos por hectárea y luego otra que nos rindió 2200 kilos.
A partir de 1996 las semillas comenzaron a ser transgénicas, modificadas genéticamente, de modo que uno puede usar glifosato, que es el herbicida para esto, el cual mata todo, menos la soja. Eso allanó el camino, el cultivo se hizo mucho más fácil. Antes tenía que achicar las hileras, tratando que el cultivo cerrara vegetativamente el espacio, de manera que no entrara el sol, para ganarle la batalla a las malezas. No había otra manera.
- El uso de glifosato genera controversias. Hay quienes lo cuestionan y otros que lo defienden. ¿Usted qué opina?
- Los científicos dicen que el glifosato toca el suelo y se desvanece. Y mucha gente afirma que contamina, que trae mil problemas. Yo quiero creer que es como dicen los que saben, que son los profesionales. Pero algo de dudas tengo.
- ¿Qué piensa del cambio climático?
- El cambio climático, desgraciadamente, vino para quedarse. El ser humano ha hecho mal muchas cosas y por ahí tenemos la posibilidad de frenar todos esos problemas. Si en la zona volviera a llover la misma cantidad de milímetros que cayeron en 1980, cuando se produjo aquella gran inundación, el efecto sería potenciado. En aquella época se sembraba de manera convencional y los suelos eran una esponja. Ahora tenemos la siembra directa, que genera cosas muy buenas, con la que estoy totalmente de acuerdo. Pero es cierto también que hay que aggionarse con relación a la siembra directa, haciendo algunas correcciones.
Si en 1980 el agua cubrió la Terminal de Omnibus, rompió el Puente Ezcurra y provocó otros daños, ahora si llegamos a tener la misma lluvia de entonces, cuenca del Río Quequén, que son aproximadamente 90.000 hectáreas muy compactadas, que son prácticamente un asfalto, el agua llegaría hasta la Municipalidad de Necochea.
Yo vivo en el campo y al abrir la puerta veo un lote sembrado de papas. Tiene un grado tal de compactación que si llueven 30 milímetros parece que hubieran caído 70 milimetros.
Hoy en día el agua corre, se encharca el campo y se produce erosión. La vida útil de los entoscados en los caminos viales se ha reducido un 50%. Hoy caen 70 milímetros y los caminos se convierten en arroyos o ríos.
En ese sentido, una de las cosas buenas que ha hecho mi amigo Miguel Gargaglione, intendente de San Cayetano, es que después de una lluvia repasa los entoscados, pasándole un rolo aplanador. Eso es bueno para que no se destruya tan fácilmente la red vial.
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