La calesita: una magia que atraviesa a las generaciones
La primera abrió en 1934 y era impulsado por un caballo. Los cambios a través de los años. La “batalla” por la preciada sortija
RAUL JAUREGUI
Redacción
A casi 90 años de la apertura de la primera calesita en la ciudad de Necochea, el rico historial de este entretenimiento, que ha atravesado generaciones de necochenses y turistas, fue recordado en la columna “Archivo de Ecos Diarios”, que todos los miércoles forma parte del programa “Desde temprano”, que se emite por Ecos Radio, 97.9 del dial.
En la oportunidad se dio cuenta que la primera calesita llegó a fines de 1934 de la mano de don José Orofino, un inmigrante italiano que se desempeñaba como comisionista y en uno de sus viajes a Buenos Aires se le antojó adquirir una calesita y traerla a Necochea, para instalarla en la plazoleta central del boulevard de entonces, en 59 y 66, frente al imponente hotel Vasconia de entonces, hoy un terreno sin construcción
Prontamente el entretenimiento atrapó a los niños que iban a divertirse y a tratar de sacar la sortija de la bocha de madera, que hábilmente manejaba don José y de lograrlo a los niños les significaba una vuelta gratis.
La Calesita de Orofino tenía unas cuestiones llamativas: la estructura rodante portaba caballos de madera tallados a mano, y al no contar con motor en el medio, un pequeño y manso caballo tordillo con orejeras que se llamaba Tornado, se ubicaba en el interior de la calesita para girar alrededor del palenque central y mover la estructura. La vuelta duraba hasta que el animal se detenía y que llamativamente coincidía con el término de un tema musical que se emitía a través de una vitrola a manivela.

El entretenimiento se complementaba con la venta de golosinas de época como caramelos de pasta llamados orozuz, que luego dieran paso a los “Media hora”, y que inspiraron al dibujante Dante Quinterno para bautizar Patoruzú a su héroe de historietas.
Herencia familiar
El entretenido ida y vuelta en “Desde temprano”, que incluyó algunos llamados de oyentes, se comentó que la citada calesita funcionó hasta la primera parte de la década de los 60, donde ya el impulso era por electricidad, y José Orofino contó como colaboradores a sus hijos Roberto, apodado “Cacho”, Antonio y Rosita.
“Cacho”, que ya a los 12 años se desempeñaba en la calesita cada vez que su padre viajaba, seguiría la tradición. En el 56 y a cambio de $60.000 de la época adquirió su primera calesita en una fábrica porteña y la instaló en calle 6, al lado de la sucursal playa del Banco Nación, donde estuvo por 30 años, para luego trasladarla a 18 y Diagonal San Martín, donde hoy existe un lavadero.
El último sitio de la “Calesita de Roberto” fue en un terreno de 83 entre 6 y 8, donde permaneció hasta 2002. Allí cada verano llevaban a entretenerse a los hijos de figuras artísticas que venían a hacer la temporada, como los cantantes de tango Hugo Del Carril y Agustín Magaldi; y el cómico Juan Carlos Verdaguer.
Roberto manejaba la sortija con gran destreza y el niño que la atrapaba se llevaba además de la vuelta gratuita algunos caramelos o alfajor

Otras calesitas
Además de las de las de los Orofino, existieron otras calesitas en la ciudad con el correr de los años: una de ellas en calle 61, al lado del actual Bingo; otra en el interior de la Galería Central, de menores dimensiones; una de un vecino de apellido Orler, que funcionara en 83 entre 4 y 4 bis; y la de Don Nisardo, un inmigrante español que la tuvo en avenida 10 frente al Parque Lillo
En la actualidad funcionan tres entretenimientos de este tipo: una de ellas carrusel, cuya diferencia con la calesita es que ésta tiene figuras estáticas mientras que los carruseles se convirtieron en la pasión de los chicos por el movimiento ascendente y descendente que simula el galope de los caballitos.
La primera de las actuales se instaló en 1981 en la plaza Dardo Rocha, frente a la parroquia del Carmen, sin biombo central, perteneciendo a la familia Juárez.
En el año 2000 se puso en marcha la calesita del interior del Parque Lillo, en 10 entre 91 a y 93, a cargo de la Asociación Lihué, que por entonces mantenía el Museo de Ciencias Naturales, y que con una mirada solidaria e inclusiva, brindó la posibilidad al Taller Protegido Todo para ellos de generar puestos de trabajos para jóvenes con discapacidad. A partir del año 2010, con la disolución de la Asociación Lihué, el municipio cedió la explotación total a la Asociación “Todo para Ellos”.

Por su parte “Todo para ellos” logró en 1998 adquirir un carrusel ubicado en la plaza San Martín de la Villa Díaz Vélez, que hasta entonces pertenecía a un concesionario oriundo de Buenos Aires, mediante el Programa de Inserción laboral para Personas con Discapacidad, PRONILAD, financiado con fondos de Ley de Cheques y de allí en más la viene explotando con sus operarios a cargo.
En el cierre de la columna se habló de los “condimentos extras” al funcionamiento de las calesitas, como la venta de golosinas, como ser manzanitas acarameladas, espuma y pochoclo, además de globos y en años ya lejanos hubo venta de barquillos, un dulce originario de España, consistente en una lámina delgada de pasta sin levadura hecha con harina, agua y azúcar o miel.
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