La calesita y el encanto de la sortija
Una tradición que lucha contra los avances tecnológicos; perduran tres ubicadas en espacios públicos del centro y la Villa Díaz Vélez
“…una hermosa calesita, con su eterna musiquita de canciones olvidadas”, dice uno de los versos del poema que le dedicara Héctor Gagliardi a este juguete de la niñez que anida adormecido en el corazón de los adultos.
Aunque sea sencilla o muy sofisticada, con imágenes de animales o reproduzca aparatos de última generación, es un juego que siempre va a perdurar y sobrevivir a todos los inventos modernos, porque desde siglos pasados brinda felicidad al compás de sus giros.
La alegría y emoción que reflejan los rostros de los niños es la misma que sentimos en nuestra infancia, cuando rodeados de una estridente música, en el transcurso de una vuelta podíamos convertirnos en avezados jinetes; pilotos de Fórmula 1 o comandar la imaginaria botonera de una nave espacial que nos transportaría a mundos aún por explorar, porque todo es posible en esa dimensión.
Todas las generaciones vibran en la misma sintonía, y mientras unos recuerdan con nostalgia aquellos tiempos, otros vivencian la ansiedad por alcanzar la tan anhelada sortija y ganarse el derecho a una vuelta más sin cargo.
Resistencia
Son tres las calesitas que se encuentran en funcionamiento, una en la Plaza Dardo Rocha que abre todas las tardes y las otras dos, a cargo de la Asociación Todo para Ellos, están ubicadas en el parque Miguel Lillo y en la Plaza San Martín, de la Villa Díaz Vélez, respectivamente.
La familia Orofino tradicionalmente explotó este tipo de entretenimiento, la primera estuvo emplazada en el boulevard de 59 y 66, frente al desaparecido Hotel Vasconia. Luego, en 1956, Roberto Orofino, compró e instaló su calesita en 6 casi 83, ocupando diferentes espacios de la zona balnearia, más tarde llegaron la “del gallego Nisardo”, frente al Parque, y la de Orler, en 83 entre 2 y 4.
No obstante, durante cinco décadas “La calesita de Roberto” brindó magia y alegría a varias generaciones que disfrutaron de las figuras de animales talladas a mano, únicas en su tipo. Su propietario luego de tres vueltas regalaba una.
La palabra carrusel tiene sus orígenes en el idioma italiano Garosello y en español, Carosela, que significa primera batalla, porque era un ejercicio de entrenamiento para combate que usaban los turcos y árabes en el año 1100. Siglos más tarde se instalaron en los jardines privados de la realeza con el fin de entretener.
Historia
Con el tiempo, las calesitas, se comenzaron a fabricar por toda Europa y llegó a nuestro país alrededor de 1870. Recién en 1891 se construyó la primera en la Argentina y se fueron popularizando, y en las localidades que no había electricidad eran movidas por caballos.
“Siempre me acuerdo que mi padre decía que una vuelta de calesita salía lo mismo que una docena de huevos. Además, el que sacaba la sortija tenía la vuelta gratis y un caramelo”, evocó José Luis Orofino, hijo de Roberto.
Un carrusel, tiovivo o calesita es un medio de diversión consistente en una plataforma rotatoria con asientos para los pasajeros y parece un milagro, pero ha sobrevivido a los tiempos que corren, con la tecnología a full entre los chicos, la economía que no ayuda y el vandalismo que las acecha.
Las calesitas de nuestra ciudad resisten y sueñan con seguir siendo una atracción para los niños, en algunos casos es un emprendimiento familiar, transmitido de generación en generación que sostiene una tradición cultural, tal el caso de Osvaldo Juárez que continúa con la iniciativa de su padre, que en 1981 instaló su calesita en la Plaza Dardo Rocha. La hizo construir con dimensiones similares a la de Orofino, también con piezas de madera.
Encanto
Su propietario reconoce que las costumbres de la gente han ido cambiando y ya no van a la plaza como antaño. En general son los más chiquitos los que quieren dar vueltas en la calesita aunque también los egresados de secundaria la eligen para sus producciones de fin de año.
Los niños disfrutan con frescura y en cada giro los adultos van evocando retazos de su infancia, como si se tratara de una ensoñación.
Es un momento mágico, por un rato, todos están alejados de la pantalla, sumergidos en un mundo de emociones, de esas que hacen bien.
Es un elemento simbólico que ya dejó de ser negocio, y sus propietarios luchan contra los aumentos de luz, fundamental para su funcionamiento, y el vandalismo, pero de todos modos siguen aportando su cuota de alegría para que por una módica suma los niños vivan un momento especial y sonrían expectantes esperando encontrar a sus padres al final cada vuelta.
Espacios de inclusión
En el año 2000, la Asociación Lihue, a cargo del mantenimiento del Museo de Ciencias Naturales, recibía del Municipio la responsabilidad de la explotación de la calesita del Parque Miguel Lillo, en ese momento dicha asociación tuvo una mirada solidaria e inclusiva y brindó la posibilidad al Taller Protegido de generar puestos de trabajos para jóvenes con discapacidad que trabajaban en el Taller y que continúan hasta la fecha. A partir del año 2010, con la disolución de la Asociación Lihué, el Municipio cede, la explotación total a la Asociación “Todo para Ellos”.
En contraprestación la Asociación “Todo para ellos” provee de insumos a la Dirección de espacios públicos para el arreglo de los juegos del parque, aledaños a la Calesita.
Carrusel
En 1991 el municipio cede a la Asociación el espacio público en la plaza San Martín para la instalación de un Carrusel que sería explotado a beneficio de la asociación. A partir de allí, se procedió al entrenamiento de operarios que podían acceder a los puestos de trabajo que brindaría este nuevo emprendimiento.
Mientras que, en 1998. El Programa de Inserción laboral para Personas con Discapacidad, PRONILAD, financiado con fondos de Ley de Cheques, permitió la compra del Carrusel, aumentando el ingreso a beneficio de la organización.
Estos se convirtieron en un espacio real de inclusión para los trabajadores y beneficio económico a la Asociación para el sostenimiento de sus servicios. Durante los veranos el son visitados por miles de locales y turistas, porque más allá de los años y las épocas, el carrusel y la calesita no dejan de ser lugares mágicos para los niños y de disfrute para sus familias.