“La Fundadora”, un almacén que impulsó el comercio de Quequén
Estaba ubicado en la esquina de 519 y 562. Era propiedad de Exequiel Gil y su nieto, Carlos Alberto, relató historias del diario quehacer de un lugar muy visitado
El almacén La Fundadora, propiedad de Exequiel Gil, fue uno de los primeros comercios que se estableció en Quequén en 1889, año en que se comenzaron a vender los primeros lotes para la futura población
Su propietario, de origen español, estuvo al frente del establecimiento dedicado a ramos generales, que abastecía a grandes estancias de la zona y contaba con una amplia clientela, con reparto a domicilio y venta de combustible de la West Indian.
Carlos Alberto Gil, nieto del fundador de este negocio que estaba ubicado en esquina de 519 y 562, justo al pie de la loma a la que se conoce como Loma de Gil, frente a la ribera del Río Quequén brindó a Ecos Diarios algunas pinceladas de la historia del lugar.
Sus recuerdos se remontan hasta su juventud, porque Carlos Alberto, conocido en el barrio como “Cococho, vive en Salta desde hace 60 años donde formó su familia y todos los años veranea en la Necochea.
“El letrero decía La Fundadora y a un costado señalaba el año 1889, mi abuelo se llamaba Exequiel y tuvo 12 hijos, siete varones y cinco mujeres”, detalló.
Tras el fallecimiento del propietario del comercio, se hicieron cargo dos de sus hijos, Enrique y Jesús Alberto, “mi padre y su hermano menor trabajaron durante mucho tiempo y por lo que recuerdo el almacén funcionó hasta mediados de la década del 60”.
Infancia
Hace varias décadas que Carlos Alberto dejó su lugar natal pero no puede evitar la emoción al hablar de su infancia. Luego de un breve paso por la Escuela Naval Militar el joven se fue a Salta a estudiar ingeniería química en petróleo y luego trabajó en el Banco Español de aquella provincia, “estuve del 61 al 65 porque después me hice cargo del campo que heredó mi madre que era salteña”.
Por ese entonces se vendió la propiedad y local comercial de Quequén; hoy nada queda de aquel edificio que estaba construido sobre un terreno de un cuarto de manzana, apenas una escalinata que conduce a un baldío y por la calle 562 sólo se conserva la casa donde nació, y que pudo visitar el año pasado.
Según recordó “Cococho”, en La Fundadora había dos camiones, uno rojo y uno verde, en uno de ellos su padre abastecía a estancias importantes como la San Martín, de Martínez de Hoz; la estancia Pueyrredón, Moromar y La vanguardia “era amigo de todos sus clientes, iba con el camión cargado y con un viaje abastecía a dos establecimientos”, subrayó.
Reparto
Su relato, casi de manera inevitable, lo transporta a otro tiempo donde los vecinos del pueblo esperaban la llegada de la jardinera tirada a caballo, “por la escalera de entrada hacían pasamano con los pedidos hasta llegar al carro de reparto”.
Otra de las peculiaridades que recordó es que La Fundadora fue agente de la West Indian (como se conocía a la Esso en esa época), el surtidor estaba en el patio interno del comercio y hasta ahí llegaban camiones y vehículos particulares.
Con sus 79 años tiene vívidos recuerdos de su barrio, los amigos de la infancia con los que se escapaba a nadar al río a la hora de la siesta así como tampoco olvida los sólidos mostradores de madera y las altas estanterías que cubrían las paredes del desaparecido almacén La Fundadora.///
Ramos generales
“Era uno de los almacenes más grandes que había, además tenía la casa de los caseros, ahí vivía un alemán de apellido Miniken con su esposa y sus dos hijos; Galo, el niño, era casi de mi misma edad”, sostuvo Gil.
Sus vivencias guardan un lugar especial en su memoria y a medida que hablaba surgían anécdotas, “todos los sábados Miniken hacía churros y su hijo salía a venderlos con la canasta en bicicleta y la primera casa a la que llegaba era la nuestra que estaba a mitad de cuadra”, recordó sonriente.
En los alrededores había muchos potreros donde pastaban los caballos del almacén y la petisa de su hermano. En el local comercial la actividad era intensa, tenían de todo, desde alimentos hasta artículos de ferretería y bazar, además de un corralón de maderas.
“Mi padre estaba en la caja registradora y también manejaba el camión, había dos empleados en el mostrador, un chofer de camión y el que repartía en la jardinera además de un contador de apellido Zubillaga que manejaba los valores”, detalló Gil.
Comentó que no llegó a conocer a su abuelo, aunque tiene muchos recuerdos de su abuela Avelina que vivió en la zona céntrica de Necochea. El año pasado visitó el lugar donde estaba el almacén, que fue demolido hace unos 40 años, allí solo queda la escalinata de acceso por la 519 y la argolla donde se ataban los caballos y que aún resisten en el paisaje urbano.