La increíble y aterradora historia de un necochense que sobrevivió al hundimiento del Belgrano, hace 42 años
Julio Zapata fue uno de los sobrevivientes con heridas más graves
La siguiente nota fue publicada en la sección Personas y Personajes de Ecos Diarios, a fines de mayo de 2016, pero al cumplirse hoy 42 años del hundimiento del crucero General Belgrano, es una gran oportunidad para revivir, de la mano de Julio Zapata, lo que fue aquella inolvidable jornada.
Cabe destacar que si bien el título de la presente nota indica que se trata de un “necochense”, la realidad es que, tal como se indica más abajo, Julio Zapata es de origen cordobés, aunque está radicado en nuestra ciudad hace muchos años y es uno de los excombatientes de Malvinas más reconocidos de la ciudad y, justamente por ser muy reconocido, es considerado por muchos como un necochense más.
La nota:
La guerra de Malvinas dejó un sin fin de historias terribles de jóvenes que ni siquiera estaban preparados para lo que vivirían.
Entre tantas de esas historias está la de Julio Zapata, que fue protagonista, y uno de los dos sobrevivientes con heridas más graves, de uno de los acontecimientos históricos que no se deben olvidar y que marcaron un antes y un después en muchas personas, además de la muerte de 323 argentinos: el hundimiento del Crucero Belgrano.
Los inicios
Julio Zapata es el mayor de tres hermanos, nació el 2 de noviembre de 1961 en Córdoba capital y allí vivió su niñez y adolescencia hasta que, a los 17 años, se mudó solo a Buenos Aires con el objetivo de ingresar a la Escuela de Suboficiales de la Armada. “Sabía que a los 18 me iba a tocar marina en el servicio militar así que decidí adelantarme a los hechos. Tenía un tío que había estado en la fuerza y relataba siempre historias que me atrapaban”, explicó.
En la escuela estuvo tres años especializándose en la parte de máquinas de propulsión de los barcos y aprobó con muy buenas calificaciones, siendo segundo de su promoción y obteniendo menciones de mérito y de honor.
Su dedicación le permitió recibirse de cabo y participar del viaje de instrucción de ese 1982, en la fragata Libertad. “Fue sorprendente, porque salí de Córdoba que es una ciudad que solo tiene ríos y andar en el mar era un cambio grande y, prácticamente, un sueño cumplido”, recordó.
Aquel viaje, que era la realidad de unos pocos y el sueño de muchos, era una iniciación para luego dar, en la siguiente partida, “la vuelta al mundo” y tuvo como puertos el de Montevideo y el de Mar del Plata, durando unos 40 días.
Al regresar a Buenos Aires en la fragata Libertad, a los que eran del interior del país les tocaba una licencia para visitar a sus familiares. Sin embargo su arribo fue el día 2 de abril y esa noche Julio Zapata compraba el diario y se enteraba de la iniciativa de recuperación de las islas. “Me tomó por sorpresa porque nosotros no estábamos enterados de estos acontecimientos”.

Una dura despedida
Luego de compartir unos días con su familia, Zapata se despidió de ellos con dos posibles probabilidades: salir en la fragata Libertad a dar “la vuelta al mundo” o participar de los conflictos de Malvinas. “Yo ya preveía que, siendo tan joven y con mi especialidad en máquinas, era más probable tripular un buque de guerra”.
Sus previsiones se hicieron realidad al llegar a Buenos Aires, cuando se encontró con que encabezaba la lista de doce tripulantes de la fragata que estaban destinados al Crucero Belgrano para patrullar. “La noticia te impacta pero, en teoría, te enseñan a estar preparado para algo así. Aunque, siendo tan joven, te da una mezcla de sensaciones por lo desconocido”.
Aquel buque acorazado de la Segunda Guerra Mundial que había sido parte de la artillería de los Estados Unidos fue el destino de Zapata y sus once compañeros de distintas especialidades. “Salimos para Puerto Belgrano, nos recibieron y al otro día empezamos con el alistamiento. Partimos el viernes de esa semana”.
La tarea asignada del Belgrano era el patrullaje por posible paso de flota británica en el estrecho de Magallanes y hacer un control por los conflictos limítrofes con Chile que aún estaban latentes. “Fueron días frenéticos en ese buque artillado de 182 metros de largo y 15 de ancho”.
El Belgrano, contaba con todo tipo de armamentos aunque tenía otro defecto además de ser antiguo: no tenía defensa antisubmarina. Por este motivo estaba acompañado por dos destructores (el Piedrabuena y Bouchard) que lo escoltaban junto al aviso-remolcador Gurruchaga y a un buque nodriza para abastecer combustible.
Un momento inolvidable
Después de varios días de navegación, hacer prácticas de tiro con los cañones y reabastecer víveres en Ushuaia, un espía en el puerto dio la información de la posición del buque a los ingleses. Luego de zarpar a alta mar el 29 de abril, se ordenó un ataque a flotas británicas el 1º de mayo, pero no se pudo llevar a cabo porque los aviones no pudieron despegar del portaaviones por falta de viento. “Teníamos temor, incertidumbre y mil sensaciones encontradas, así que estuvimos toda la noche desvelados porque estás ahí y no sabes de qué lado puede venir un misil. El que dice que no tuvo miedo está faltando a la verdad”.
El 2 de mayo, a las cuatro de la tarde, recibieron el primer impacto de un misil por parte de un submarino que los seguía y, pocos segundos después, recibieron el segundo impacto que terminó de detonar al barco, que ya para las 17 había desaparecido de la superficie del mar. “El entrenamiento y el haber actuado todos juntos fue lo que hizo que nos salvemos 770 de los 1093”, contó Zapata.
Recordando aquel momento, el cordobés contó que recién se levantaba y estaba vistiéndose para tomar la guardia cuando el crucero recibió el impacto, justo en la parte donde él estaba que era la zona de la sala de máquinas. “Sabían bien donde pegaban. Fue donde más cantidad de bajas lograron porque era la parte también de los dormitorios del personal de servicio”.
“En la onda expansiva sentí que me levantaron por el aire, vi bolas de fuego y sentí un olor a azufre y pólvora terrible. Se cortó la energía, yo terminé con pedazos de piel colgando y nadando en el petróleo de los tanques de combustible”, contó Julio Zapata, que terminó con un 26% del cuerpo quemado y que con una linterna llegó, como pudo, a la cubierta del barco.
Luego de tirar las balsas, sus manos no pudieron sostenerse de las cuerdas y cayó al agua con una temperatura ambiental de grados bajo cero, vestido con una simple remera, y quedó atorado debajo de la balsa de rescate. Después de lograr subir con heridas muy graves, estuvieron 36 horas a la deriva, resistieron a una tormenta por la noche que generó enormes olas y llegaron a Tierra del Fuego el 5 de mayo para recibir atención primaria. “Creo que el agua que se juntó en la balsa fue lo que me calmó el dolor porque estaba insensibilizado por el frío, pero la sal fue en contra de las quemaduras”.

En Necochea
Luego de estar un año en el Instituto del Quemado en Buenos Aires, volvió a la Armada y estudió algo de programación para trabajar en un centro de cómputos de las fuerzas.
En el 2001, cansado del tumulto de gente y del estrés de la ciudad, se mudó a Necochea donde ya vivía uno de sus hermanos, para estar más tranquilo.
Finalmente, luego de algunos trabajos, estudió abogacía y se recibió en el año 2008. Además dio clases en el Instituto Nº 31, en el Colegio Cavagnaro y hoy en día forma parte de la dirección de la Secretaría Legal del municipio y es director del consultorio gratuito del Colegio de Abogados de Necochea (nota publicada el 29 de mayo de 2016).///
Comentarios
Para comentar, debés estar registrado
Por favor, iniciá sesión