La primera bandera y el ayudante del agrimensor
Benedicto Calcagno quedó en la historia local como quien decidió instalar un mástil en el centro de la plaza e izó la bandera el 25 de mayo de 1882, hace casi 140 años
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Ecos Diarios
La primera bandera argentina que flameó, airosa y orgullosa en la plaza Dardo Rocha fue izada el 25 de mayo de 1882, hace 140 años, según un anuario publicado en 1914 y que contaba con datos aportados por los propios vecinos fundadores.
La bandera se izó en el mástil del buque “El Filántropo”, instalado en el centro de la plaza.
Según esa fuente, la idea de instalar el mástil del buque hundido en aquel lugar fue del italiano Benedicto Calcagno, quien recibió de manos de don Angel I. Murga una medalla que decía: “El pueblo de Necochea muy agradecido”.
El agrimensor
Benedicto Calcagno fue el ayudante del agrimensor que realizó la mensura de la tierra donde iba a construirse la ciudad de Necochea.
Llegó en octubre de 1881 junto a un grupo de hombres enviados por el gobierno provincial para realizar la mensura. Dicen que en la noche escucharon el mar a la distancia y al día siguiente emprendieron una expedición hacia la costa.
La maestra Ana Martha Roberts de Cairoli, escribió en los años 30 un artículo que se publicó en Ecos Diarios y que narraba aquella expedición bajo el título: “Una página olvidada”.
“Cortaron campo para ir más rápido. Y entre el grito del teru-teru que se alarmaba viendo interrumpido su silencio, los caballos devoraban el espacio… Aparecieron los primeros médanos, divisábase a lo lejos una franja ancha azulada que parecía unirse al cielo”, escribió la maestra. “El vehículo se detiene, el panorama es soberbio; las altas barrancas bordan la costa; la playa solitaria, lisa, llana como billar y en el fondo el mar inmenso”.
Calcagno encontró un mástil abandonado y Segundo Murga, hermano del fundador, que también se encontraba en el grupo, le preguntó qué pensaba hacer con el palo.
—Voy a llevarlo…
—Bah… no vale la pena.
—Ya lo verá usted; algún servicio nos ha de prestar.
Necochea, campo abierto
En una entrevista publicada en Ecos Diarios en octubre de 1931, Ana Galván de Calcagno, esposa de Benedicto, recordó que allá por 1880 Necochea «era campo abierto nomás, pura paja voladora, víboras, lagartijas, zorrinos y animales de campo propios de los pajonales».
Aunque el acta de fundación de la ciudad sostiene que el agrimensor designado para la delineación del pueblo de Necochea fue José María Muñiz, doña Ana tenía otra versión. Explicaba que su esposo había llegado a estos parajes enviado por el gobierno de la provincia y “acompañado por José Benítez, Pedro Dopico y el señor Muñiz, quien vino de paseo y se encariñó con Necochea”.
Como agrimensor del gobierno provincial, Calcagno recorrió el territorio bonaerense y realizó mensuras en Tres Arroyos, Lobería y Quequén.
También él se encariñó con Necochea y se radicó aquí con su familia definitivamente.
Doña Ana recordaba con mucho cariño a los hombres que fundaron la ciudad, en especial a don Ignacio Murga, de quien conservaba, tras tantos años, unas camelias que le había regalaba y que ocupaban un lugar especial en el jardín de su casa.
En los días de la fundación, “don Angel, don Victorio de la Canal y toda la plana mayor se instalaron en carpas que fueron levantadas en el centro del pueblo, donde hoy está la plaza Dardo Rocha”, señaló la vecina.
“Más tarde se estableció el destacamento de Policía, al que abastecían los estancieros de la zona, entre ellos el señor Arabehety, que era uno de los que más cooperaba”, indicó la mujer.
“En el año de la fundación, un domingo, don Angel Murga invitó a toda la comitiva a conocer la boca del río, donde actualmente se encuentra el puerto. Todos aceptaron la invitación, pero Calcagno les dijo que estaba muy cansado y que se iba a dedicar unas horas a descansar”, recordaba.
La comitiva, que formaban algunos funcionarios provinciales, curiosos y vecinos de la región, se fue a pie hasta la boca del río. “Calcagno, entre tanto, hacía cavar un pozo de cinco metros de profundidad en el centro del pueblo y colocar en él un mástil de un barco náufrago que días atrás había encontrado próximo a la costa mientras realizaban las mediciones para delinear el nuevo pueblo”, explicaba.
“Y en el mástil puso la bandera argentina. Así fue como flameó por primera vez aquí la bandera de la patria izada por un italiano”, manifestaba con orgullo doña Ana.
Murguistas
Cuando Murga y sus acompañantes regresaron del paseo, divisaron desde lejos el mástil y la bandera, sin comprender lo que ocurría. “Pensaron lo peor. Creyeron que enemigos de la fundación se habían apoderado del lugar colocando aquella señal. Pero, ya próximos al lugar, advirtieron que se trataba de la bandera de la patria”, recordaba la anciana.
Al llegar junto a la bandera los hombres se quitaron el sombrero y don Angel Murga preguntó quién había sido el autor de tan bello gesto. Cuando Calcagno dijo que él había colocado la bandera, Murga le dijo: “Usted nos ha ganado de un tirón. Ha hecho un acto que nos correspondía a nosotros”.
Inmediatamente, el futuro intendente sacó una medalla de la que pendía un cintillo azul y blanco y distinguió a Calcagno por la acción.
El reconocimiento se ganó el corazón de Calcagno, quien se radicó en nuestra ciudad y se convirtió en agrimensor municipal. “En política fue un murguista acérrimo. Fue un admirador de don Angel”, señalaba doña Ana.
El agrimensor falleció a los 79 años, pero su compañera le sobrevivió y guardó gran cantidad de recuerdos de él. En la sala de su casa, había un gran retrato de su marido, a la vista de sus visitantes. También tenía el primer plano de la localidad, que había trazado Benedicto.