La sustitución de importaciones y el problema argentino
Nuestra economía necesita exportar más y la apertura de mercados depende de las oportunidades que abra nuestro país
A un año del comienzo del gobierno de Alberto Fernández nuestro país atraviesa una crisis sanitaria y económica sin precedentes. El Covid-19 término de golpear a la ya dañada y frágil economía argentina que, desde 2018, viene en caída libre. La falta de dólares es uno de los grandes obstáculos que enfrenta el Gobierno desde su asunción y pese a haber conseguido una reestructuración de deuda exitosa, difícilmente se esté cerca de una solución. Como consecuencia, el Gobierno implementó tres estrategias: restringir el giro de divisas al exterior a través de normativas y controles cada vez más estrictos del Banco Central; cerrar importaciones mediante la observación de Licencias no automáticas; y potenciar exportaciones mediante una baja en los derechos de exportación y un incremento de los reintegros. Lo paradójico es que estas estrategias son excluyentes entre sí. Por eso, es necesario intentar explicar por qué la sustitución de importaciones no es la solución al problema argentino e incluso, es contradictoria con la idea de potenciar exportaciones
Incompatible
Al principio de su mandato como ministro de Desarrollo Productivo, Matias Kulfas informó que el gobierno trabaja en una política de industrialización por sustitución de importaciones “del Siglo XXI” con la mira puesta en el desarrollo de las exportaciones.
Según un informe de la Cámara de Importadores de la República Argentina (2020), casi el 80% de las importaciones del país son insumos para la industria -bienes de capital y bienes intermedios-. Es decir, insumos necesarios para producir las mercaderías que luego se exportan. La mayor parte de estos bienes no se fabrican en Argentina o solo a precios demasiado elevados (por carencia de economías de escala o falta de inversión tecnológica). Por eso, forzar una sustitución no estratégica incide negativamente sobre la competitividad de los productos argentinos en los mercados externos.
La economía argentina no está preparada hoy para cerrar sus importaciones. La sustitución de importaciones tiende a crear un sesgo antiexportador al incrementar los costos de producción. Esto impacta directamente en la competitividad ya que los insumos con los que se fabrican bienes argentinos son, entonces, más caros o de calidad inferior respecto de los que ofrece un esquema de mayor apertura.
Como consecuencia, el aumento de costos que el Estado genere sobre las importaciones terminará indefectiblemente trasladándose a las empresas exportadoras, reduciendo su competitividad y su capacidad para posicionarse en los mercados externos.
De hecho, los países que lograron crecer a tasas aceleradas y avanzaron rápidamente en las etapas de industrialización no siguieron estrategias de sustitución de importaciones sino más bien de apertura externa y promoción de exportaciones, como es el caso paradigmático de los países del Este Asiático.
Falta de transversalidad
Queremos y necesitamos exportar más. Este es uno de los pocos consensos indiscutidos de nuestro país. Pero, ¿cómo podemos insertarnos en el mundo y ser competitivos si nuestros costos internos son exorbitantes? La presión tributaria sobre las exportaciones es asfixiante. Los derechos de exportación atentan directamente sobre los precios de los productos argentinos en el mundo.
Es innegable que quitar los derechos de exportación de un día para el otro es inviable ya que forman parte del top five de los ingresos tributarios de nuestro país: representaron el 7,9% de la recaudación total en 2019, sólo detrás del Impuesto al Valor Agregado, el Impuesto a las Ganancias y los Aportes de la Seguridad Social.
Al considerar las distorsiones que generan estos tributos y como contrapartida, la participación esencial que tienen en la recaudación tributaria, se debería pensar en una reducción escalonada a mediano y largo plazo, más rápida para los bienes industriales (hoy muchos de ellos están gravados al 0%) y más lenta para los del sector agropecuario, mientras se aumenta el valor y la cantidad exportada de la mano de políticas públicas que contribuyan a tal fin.
A su vez, se deberían implementar mecanismos automáticos de devolución de IVA y de pago de reintegros, dos trámites que hoy llevan mucho tiempo debido a los excesivos (casi restrictivos) controles. Además de los tributos, los costos logísticos en nuestro país encarecen muchísimo el valor de nuestra canasta exportable. La falta de infraestructura (medios de transporte, rutas, etc.), las largas distancias hasta los puertos y los depósitos fiscales y la cultura burocrática que todavía afecta estas operaciones, inciden enormemente en los precios a los que podemos comercializar nuestros productos en el exterior.
Comparativos incomparables
La sustitución de importaciones como teoría económica es atractiva. “Vivir con lo nuestro”, es la tendencia que se observa en las grandes potencias mundiales. Estados Unidos, Japón, Francia, cierran cada día más sus economías y fomentan el crecimiento de sus industrias con políticas de carácter proteccionista. El problema radica en querer compararnos con países híper desarrollados, cuando nuestro punto de partida es completamente distinto.
El otro gran problema del modelo de sustitución de importaciones es intentar una versión “a la argentina”. Esto incluye un férreo (pero no inteligente) sistema de administración del comercio a través de licencias no automáticas y otros mecanismos que muchas veces, incumplen las normas internacionales de comercio, como fue el caso de las DJAI. La línea es clara. No se autoriza nada. A esto, se suman miles de políticas para arancelarias, restricciones bancarias y la ausencia de diálogo entre el sector público nacional y el sector privado importador (gran parte representado por pymes, que a su vez, inciden en el 64% del empleo registrado en el país). La respuesta a esto se traduce en la utilización a mansalva de medidas cautelares y en algunos casos, en el fomento del contrabando como fue la famosa “mafia de los contenedores” por unos 750 millones de dólares.
Como conclusión y por los motivos expuestos anteriormente, no solo es irracional aplicar un sistema de sustitución de importaciones sino que es absurdo aplicarlo a la manera argentina. Citando nuevamente a Aldo Ferrer: “Conviene abandonar el viejo concepto de la sustitución de importaciones, que implica reemplazar importaciones actuales por producción interna (…). No alcanza con sustituir el presente, es preciso sustituir el futuro con talento argentino.” No hay dudas que el talento argentino existe. Es hora que el Estado se ponga al servicio.///
Florencia Zanikian, especialista en Comercio Exterior y Políticas Públicas