La terminal fantasma
El edificio de la terminal de ómnibus no logra salir de su falta de funcionalidad y está lejos de esa modernización tantas veces prometida, e incluso hasta licitada durante la presidencia de Néstor Kirchner y adjudicada por Cristina Fernández. De la obra, solo se alcanzó a colocar un rimbombante cartel el cual con el tiempo fue retirado por vergüenza. Jamás se movió un ladrillo.
Siempre fue una edificación de mal gusto arquitectónico que tuvo, sin tener en cuenta su objetivo, un bajo costo de construcción, a cargo del municipio, saltando a la vista por la mala calidad de los materiales allí utilizados. Tiene un pésimo diseño para el ingreso y egreso tanto de micros como de otros vehículos que deben girar a la izquierda sobre la ruta; a pesar de los años transcurridos nadie se ha hecho cargo en solucionar el riesgo que esto supone, ni vialidad ni el municipio.
Hoy es como una postal más que vieja, fantasmagórica, suspendida en el tiempo. Han pasado muchos años de aquél lejano 1965 en la que fuera inaugurada, y la terminal sigue prácticamente como antes. Mejor dicho peor, porque el edificio es antiestético y presenta las falencias que va generando el paso del tiempo y varios periodos sin mantenimiento.
La terminal, hoy es un enorme depósito de paquetes de diferentes dimensiones que contienen la más variada mercadería, que diversas empresas disponen en el pasillo de atención al público. Es como ingresar a un galpón lleno de elementos que poco tienen que ver con la esencia del arribo y llegada de ómnibus al lugar.
Sin servicios
Pero la cuestión no queda allí. El piso de la plataforma de los andenes es intransitable, con valijas con rueditas o sin ellas. No hay ni siquiera un bar ni hablar de comedor y los pasajeros que descienden, en la noche, de micros que siguen viaje a Mar del Plata quedan en la oscuridad a merced de su propia suerte. Porque hallar un taxi a esa hora es una misión imposible. Algo que se agudiza aún más para quien no es de la ciudad y obviamente ni tiene los números telefónicos de remiserías. Con la partida del último servicio de la noche, parecería que alguien dice: “el último que apague la luz”.
El fin que le dio vida a la terminal se ha reducido producto de que ya no hay tantas líneas de micros, sobre todo a la zona, que han sido levantadas por no ser rentables. Otros medios de transporte, fundamentalmente el auto han reducido sustancialmente la cantidad de usuarios.
Bajo esta perspectiva y más allá que si avanzan las gestiones ante la Nación para una reforma integral del lugar, es importante definir qué dimensiones tendrá el proyecto. Es más que probable que no se construya un nuevo edificio, pero la mejora que se haga debe ser con criterio moderno y funcional.
Está más que claro que más allá de lo que se pueda proyectar e intentar en lo edilicio, si no cambia el «chip» de lo que es dar buen servicio, máxime tratándose de una ciudad turística como Necochea, seguiremos remando en la chatura. Ya no alcanza con pintadas, limpieza, arreglo de juegos y cortes de pasto. Hay que hacer con la terminal un cambio que la reviva de cara al futuro, como por caso ha sucedido en ciudades cercanas que habría que imitar. La terminal es la primera imagen, en este caso una vergüenza, que se lleva el viajero al llegar a Necochea por ómnibus.///