La vejez, una construcción sociocultural
Hoy vemos adultos de la tercera edad muy jóvenes, con muchos proyectos
Carina Cabo (*)
Colaboración
Cuando se intenta pensar acerca de la vejez, no podemos hacer ningún análisis sin referirnos a la cultura en la que los abuelos se hallan inmersos.
A lo largo de la historia podemos ver que, en las sociedades nómades, que se basan en la caza y en la recolección, los ancianos se mantienen integrados a la comunidad, siempre y cuando no amenace la integridad o subsistencia del grupo. En estos pueblos es fundamental el problema de la alimentación, por lo cual, el anciano que no puede procurarse su alimento es recibido por el resto de la comunidad para evitar la muerte por inanición. Además, tienen un papel muy definido dentro del grupo: la trasmisión simbólico- cultural de conocimientos. Su experiencia de vida, en pueblos sin registros escritos, es valorada por todos. Además, dada la poca esperanza de vida en este tipo de comunidades, quién consigue vivir tanto lo ha logrado como recompensa de su vida ejemplar. Los chamanes y brujos son un ejemplo de ello.
Sin embargo, en algunos pueblos como los chukchis, pueblo nómade de Siberia, cuya alimentación depende de la pesca, muchas veces incurren en el gerontocidio, incluso otras en el infanticidio, en caso de insuficiencia alimentaria. Los ancianos que no han podido reunir cierto capital, a través del comercio con blancos, suelen ser una carga para el grupo y se los obliga a llevar una vida tan dura que fácilmente aceptan la muerte. Cuando la cabeza de la familia decide eliminar al anciano, se organiza una fiesta en su honor, cantan, comen foca y beben whisky. Cuando el viejo se ha embriagado y está dispuesto a aceptar la muerte, su hermano o el hijo más joven se ubica detrás de él y lo estrangula con una espina de foca. Más conocido aún es el suicidio altruista de los esquimales en el que se le pide al anciano que se recueste sobre la nieve y espere la muerte, o bien, en una expedición de pesca se lo abandona en un banco de hielo. En Groenlandia, cuando el mayor se siente una carga para los demás, decide hacer una confesión nocturna, luego se sube a un kayak y abandona la tierra para morir en el mar. En este tipo de sociedades nómades el anciano no es abandonado por los demás, sino que sólo se los deja para morir, y esto es aceptado culturalmente.
En los pueblos ganaderos o agricultores, sedentarios, la lucha por la vida es menos implacable. Los ancianos son los depositarios de las tradiciones, son los especialistas en cultivo y los que ejercen el poder político, social, familiar y ritual. Si bien son muy pocos los que llegan a viejos por la forma de vida, son los que acceden a las mejores mujeres del grupo. Su autoridad es impuesta a través de normas culturales que favorece la coexistencia de varias generaciones, incluso se ocupa del estricto control de la sexualidad entre los más jóvenes. Mientras pueden subsistir solos, residen en sus propios hogares.
Ahora bien, en las sociedades actuales, llamadas industrializadas, el elemento social integrador es la ocupación laboral. Entonces, pareciera que las personas que no trabajan no mantienen prestigio ni identidad social. Algunos estudios en medicina geriátrica o sociología han definido el fenómeno como la “pena de muerte social”, ya que generalmente es seguido de enfermedades psicosomáticas o de la muerte biológica, afectando más a hombres que mujeres.
La vejez llega más tarde
Hoy por hoy, en la estructura familiar basada en la familia nuclear, el anciano, en general, es aislado y ya no posee el prestigio social o familiar de los otros grupos mencionados. En algunos casos, pasan a depender de sus descendientes.
Sin embargo, hay que destacar que – en la actualidad- la vejez llega más tarde. La diferencia entre las abuelas actuales y las de entonces es muy grande ya que las de hace unas décadas, viejitas, canosas y sentadas en el sillón hamaca tejiendo mañanitas al crochet, han desaparecido. Hoy vemos abuelas y abuelos muy jóvenes, con muchos proyectos e, incluso, con ganas de seguir trabajando después de su jubilación. Las crisis típicas de la tercera edad, viudez, depresión, divorcio, problemas de salud, entre otras, si bien están presentes, tienen otra mirada, desde otra perspectiva.
Pese a las diferencias entre las distintas épocas, es interesante rescatar y destacar las figuras del abuelo y abuela como un elemento que puede llegar a ser integrador en las familias actuales, como el delegado de las tradiciones y el portavoz de la historia familiar. El beneficio no sólo es para los mayores, quienes tienen más tiempo que en su juventud, sino también para los niños y niñas que pueden aprender de ellos la paciencia, el respeto y la solidaridad. Sólo es cuestión de tener tiempo para el diálogo.///
(*) Doctora en educación (UNR) y profesora Filosofía/Ciencias de la educación