La visita de un cura tercermundista
Carlos Mugica estuvo en 1972 en nuestra ciudad. Pocos meses después criticó la violencia de Montoneros y en mayo de 1974 fue asesinado
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Ecos Diarios
Durante una visita a Necochea, hace 45 años, en enero de 1972, el cura tercermundista Carlos Mugica afirmaba: “La Iglesia debe ser la voz de los que no tienen voz”.
El sacerdote había llegado a pasar unos días en nuestra ciudad junto a su amigo Ricardo Capelli.
Eran tiempos difíciles. Por esos días, uno de sus grandes amigos, el sacerdote Alberto Carbone, estaba detenido por su presunta vinculación con el asesinato del ex presidente de la dictadura, Pedro Eugenio Aramburu. En la casa de ese sacerdote se había encontrado la máquina de escribir con la que los guerrilleros habían escrito el comunicado adjudicándose el hecho.
En diálogo con Ecos Diarios, el viernes 21 de enero de 1972, Mugica sostenía que Carbone era inocente y que eso iba a quedar demostrado. “Quien conoce al padre Carbone no puede creer eso nunca”, afirmaba.
Enero del ´72
Mugica pertenecía al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, movimiento carismático dentro de la Iglesia Católica argentina, que intentó articular la idea de renovación de la Iglesia subsiguiente al Concilio Vaticano II, con una fuerte participación política y social.
El MSTM fue formado principalmente por sacerdotes activos en villas miseria y barrios obreros, entre 1967 y 1976 fue uno de los canales por los se canalizó la acción social, muy cercano a organizaciones de la izquierda peronista y en ocasiones al marxismo.
En la década del 60, Mugica fue asesor espiritual de la Juventud Estudiantil Católica del Colegio Nacional de Buenos Aires y de la Juventud Universitaria Católica de la Facultad de Medicina. En 1964 la JEC del Buenos Aires tomó fuerza con el ingreso de Carlos Gustavo Ramus, que llegó a ser su presidente, incorporando a Mario Eduardo Firmenich entre otros. Años más tarde, bajo la dirección de Fernando Abal Medina, éstos fundarían la célula primigenia de la organización armada Montoneros.
Mugica, que jamás apoyó la lucha armada y tuvo grandes discusiones con aquellos jóvenes idealistas.
Cuando muchos de los sacerdotes del MSTM dejaron la sotana y se sumaron a la guerrilla, Mugica se mantuvo fiel a sus principios de la no violencia y entrados los 70 tomó una postura abiertamente crítica hacia los montoneros.
La nota en el diario
En la nota, Mugica hablaba sobre la Iglesia, la violencia y el peronismo, entre otros temas. “Ayudar al hombre a crecer como tal, ayudarlo a politizarse es anunciarle a Cristo, porque ha iniciado su liberación, como hombre o como pueblo. La Iglesia está experimentando una evolución nacida en el sentimiento de culpa de muchos sacerdotes que se identificaron con la oligarquía”, señalaba Mugica.
“Por ejemplo, el clero participó en la caída de Perón y no niego que llegué a alegrarme mirando los aviones que sobrevolaron la Plaza de Mayo. Luego pensé: ¿Qué me importa más: vidas humanas o iglesias quemadas, es decir, material destruido? Es más importante una vida humana tronchada por una bomba. Comprendimos entonces muchos sacerdotes que estábamos marginados del pueblo y que debíamos evangelizar al hombre a través de sus propios problemas apremiantes, reales”, agregaba.
Según Mugica el trabajo en las villas era “la presencia directa del sacerdote con el pueblo. Eso fue creando una conciencia revolucionaria en sectores de la Iglesia que cada día son más importantes. Se empieza a redescubrir el valor de la Biblia, un libro carnal, vivo. Ahora los cristianos se interesan por la persona de Cristo, por todo ese testimonio tremendo que es la expresión del amor loco de Dios por los hombres que lo llevó a hacerse hombre y a dar la vida por nosotros”.
El sacerdote explicaba que el “Movimiento para el Tercer Mundo se inicia en 1967 en Argentina y en América, como fruto del magisterio de la iglesia, particularmente de la “Populoroum Progresso” de Paulo VI y de los documentos de Medellín”.
“Los cristianos tienen el deber de mostrar que el verdadero socialismo es el cristianismo integralmente vivido en el justo reparto de los bienes y la igualdad fundamental de todos”, añadía.
“Los documentos de los llamados obispos del Tercer Mundo motivó la adhesión de 1.000 sacerdotes en América latina. En nuestro país 400 sacerdotes que habían suscripto el documento comprendieron que era el momento de la acción, que no bastaba ya con palabras”, indicaba.
“Así vemos en 1968 y en 1969, a los sacerdotes actuando junto al pueblo, testimoniando su fidelidad a Cristo en la denuncia de la injusticia. Helder Cámara dice que la misión de la Iglesia es ser voz de los que no tienen voz, es decir, el pueblo oprimido, que sufre”, precisaba.
El “Santo villero”
El 7 de diciembre de 1973 Mugica expresó públicamente: “Como dice la Biblia, hay que dejar las armas para empuñar los arados”.
Al criticar abiertamente a los montoneros, Mugica ganó muchos enemigos. Recibió críticas de distintos sectores, amenazas y varios intentos de homicidio.
El día sábado 11 de mayo de 1974, a las 20.15, el padre Carlos Mugica se disponía a subir en su auto Renault 4-L, que se hallaba estacionado junto a la iglesia de San Francisco Solano, en el barrio de Mataderos, donde había celebrado misa, como lo hacía cada semana.
En ese momento, un sujeto de bigotes bajó de un auto estacionado muy cerca del lugar y ametralló a Mugica.
Los cinco disparos de ametralladora «Ingram M-10» le afectaron el abdomen y un pulmón al sacerdote, que recibió el tiro de gracia en la espalda.
El padre Vernazza, párroco y tan amigo y compañero de vivencias, salió de la iglesia al oír los disparos y corrió a darle la unción. Presurosamente fue trasladado en un viejo Citroen al Hospital Salaberry donde, ya moribundo, alcanzó a exclamar a una enfermera: «Ahora más que nunca tenemos que estar junto al pueblo».
A las nueve de la noche, el doctor Avelino Vicente Dolico, certificó que las causas del fallecimiento habían sido heridas de bala de tórax y abdomen y hemorragia interna.
En el espectacular y multitudinario entierro, los villeros que tanto lo querían llevaron a hombros desde la Villa de Retiro hasta el cementerio de La Recoleta, el féretro del «cura rubio». Casi toda la prensa habló ese día del «Santo Villero».