Las cumbres internacionales y el endeble Leviatán argentino
Las reflexiones sobre el papel y la importancia del Leviatán estatal adquieren particular importancia en el caso de una Argentina que se apresta a organizar con pocos meses de diferencia grandes eventos internacionales
Por Fabián Calle (*)
Corría mediados del siglo XVII en Inglaterra y un agudo pensador político llamado Thomas Hobbes escribía su trascendental obra, El Leviatán. Allí teorizaba sobre la necesidad y la importancia central del monopolio del uso de la fuerza de las instituciones legítimas del Estado dentro de su territorio y el peligro que constituía la existencia de grupos que ejercieran la violencia de manera descentralizada o al servicio de intereses sectoriales y facciosos. Concluía que nada era peor para la vida del ser humano que la anarquía y el vale todo. Las leyes, las normas y las instituciones constituidas eran la forma de superar la lógica del hombre lobo del hombre.
Ese argumento clásico del pensamiento político regresa una y otra vez a nuestra memoria cuando vemos a países desgarrados por guerras civiles y la violencia generada por extremismos ideológicos, religiosos o por mafias y narcotráfico.
Mandatarios del G20
Las reflexiones sobre el papel y la importancia del Leviatán estatal adquieren particular importancia en el caso de una Argentina que se apresta a organizar con pocos meses de diferencia grandes eventos internacionales, que tendrán una amplísima cobertura de la prensa y las redes sociales a nivel global. Nos referimos a la reunión de mandatarios del G20 a mediados del 2018, las preparatorias a efectuarse en diciembre y febrero en Bariloche, así como el plenario de ministros de la Organización Mundial de Comercio a fines del presente año. En otras palabras, en ocho o nueve meses estarán en suelo argentino, por un par de días, los presidentes de las principales potencias del planeta. Con ellos se espera el arribo de delegaciones y equipos de seguridad que sumarían ocho mil personas. La sola visita de Barack Obama, el año pasado, implicó la movilización de 1.200 hombres por parte de los Estados Unidos.
En las últimas décadas, y con particular fuerza desde el trauma sociopolítico y económico que implicó la crisis del 2001, la Argentina, especialmente en la zona metropolitana que abarca la Ciudad de Buenos Aires y el neurálgico Conurbano bonaerense, se ha acostumbrado a convivir con piquetes, protestas y todo tipo de actividades que afectan el libre tránsito. Con el pavor de la clase política desde ya casi dos décadas de la existencia de uno o más muertos en el caso de que se decidiese aplicar la ley. Lo que en los años posteriores a la gran crisis antes mencionada parecía ser un fenómeno transitorio y de una coyuntura de emergencia pasó a transformarse en algo usual y rutinario. Todas las mañanas los bloques de noticias en radio y televisión no sólo transmitirán el clima y el tránsito como en cualquier país relativamente normal, sino también el cronograma de protestas y bloqueos.
Protestas de enmascarados
Durante las pasadas semanas y en el marco de las investigaciones, las pujas y las chicanas políticas cruzadas por el caso Maldonado, los medios de comunicación han comentado con bastante naturalidad que fuerzas estatales no ingresaron a ciertas zonas por ser supuestamente tierra sagrada, según les informaron a las autoridades los enmascarados que llevaban a cabo piquetes y protestas en esa zona. Uno se puede imaginar cuál habría sido el destino de ese argumento si hubiese sido utilizado en Estados Unidos, China, Rusia y tantos otros países donde el Leviatán goza de buena salud.
A este escenario de por sí preocupante se le suma la concentración, en los próximos meses, de los eventos internacionales antes mencionados. Cabe imaginarse el escenario ideal que representa esta vidriera internacional para los movimientos sociales que tienen en el control de la calle su factor de poder, los sectores políticos más radicalizados que, por razones ideológicas o por la necesidad de sus líderes de la existencia de clima de agitación y, por si fuese poco, los cientos o los miles de agitadores globales que año a año buscan expresar mediante la violencia su oposición a estos eventos del mundo capitalista globalizado.
Los hechos recientes en la reunión de G20 en tradicionalmente ordenada Alemania son un ejemplo de su accionar. En otras palabras, nuestro país podría ver converger tres procesos disruptivos del orden público y la convivencia. La herencia de los bloqueos y los cortes que irrumpieron con fuerza a fines de los 90 y se consolidaron y ampliaron hasta el paroxismo en los últimos 16 años. Una segunda signada por la dramatización al extremo de la puja política, en donde se llega a la idea de no considerar legítimo el gobierno que asumió, sin ceremonia de traspaso normal, en diciembre 2015. El padre del comunismo, Karl Marx, en uno de sus clásicos escritos advertía que la historia solía darse primero como tragedia y luego repetirse como farsa. Muchos observadores de la realidad argentina no han dejado de encontrar cierto eco de estas palabras cuando se piensa en la década de sangre y fuego de los 70 entre la violencia guerrillera y la represión del Estado y la encendida retórica setentista que se escuchó pos 2003. Finalmente, el arribo de los militantes más radicalizado de la antiglobalización.
En el caso de que los sectores más prudentes, con capacidad de mirar más allá del corto plazo y con realidades judiciales no amenazantes, por ende, sin interés en una lógica de «cuanto peor mejor», no avancen en consensos básicos en materia económica, impositiva, provisional y en seguridad y defensa nacional, se corre el riesgo de que la advertencia de Marx pase a ser circular, o sea, tragedia-farsa-tragedia.
Argentina como epicentro
El Gobierno ha optado por avanzar hacia una Argentina como epicentro de estos eventos de la política mundial. Es más, ha elegido la hoy convulsionada zona patagónica para las reuniones preparatorias del G20. Esta actitud más que comprensible y legítima deberá verse acompañada por un Estado que, con consensos políticos lo más amplios posibles, muestre la voluntad, la capacidad y la efectividad para ejercer los atributos del Leviatán, siempre dentro del marco de la Constitución y las leyes.///
(*): Licenciado en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires, Máster en RRII Universidad de Bologna, candidato a doctor en Historia (Universidad Di Tella), especialización en Defensa en National Defense University-CHDS. Profesor en UCA, CEMA, Bologna y Siglo 21de Córdoba.