Las ratas son peligrosas cuando roen al sistema republicano
Ejercer el poder requiere límites institucionales, pero también serenidad, paciencia y templanza
Los Estados son organizaciones políticas cuyo objetivo es lograr el bienestar general, el orden y la pacífica convivencia entre los habitantes. En las primeras clases de cualquier curso de educación cívica o de derecho constitucional, se enseña que uno de los elementos de esos “Estados”, es el “poder político”, es decir, la capacidad que tienen los gobernantes de tomar decisiones y de imponerlas a los gobernados a través de la “fuerza pública”.
Esto significa que el ejercicio del “poder” es indispensable para lograr que el fin del Estado se concrete y no permanezca como un enunciado teórico.
Los emperadores romanos durante la Edad Media, y los monarcas que gobernaron durante la Edad Moderna, son la muestra más cabal de lo pernicioso que es el ejercicio del poder político sin límites.
En definitiva, el “poder” es como un antibiótico. Del mismo modo que éste es bueno y positivo en la medida que se lo consuma dentro de las prescripciones médicas que determinen cantidad de unidades y tiempo de consumo; el poder también lo es en la medida que su ejercicio se ejerza dentro de los límites de tiempo y contenido que marca una Constitución o Ley Suprema.
El presidente Milei fue elegido para ser primer mandatario; pero no deja de demostrar, con hechos y palabras, que desprecia profundamente el esquema de límites republicanos que le marca la organización constitucional, la que le indica que no está facultado para hacer absolutamente lo que quiere y como quiere, sino que existe un órgano denominado Congreso, que también gobierna, en el que está representado el cien por ciento de la voluntad popular, y al que la Constitución Nacional le ha asignado una gran cantidad de potestades que el presidente no puede ejercer sino cuando concurran una serie de excepcionales y determinadas condiciones.
Lo ha demostrado al asumir el mando, cuando en un acto de “verdadera” provocación institucional, dio la espalda a la Asamblea Legislativa ante la cual había jurado, dirigiéndose directamente a la gente. Ese “acto de populismo” recordó la perversa estrategia de Cristina Fernández, aunque respecto de la prensa, a la que daba la espalda, hablándole directamente a la “gente” en eternas “cadenas nacionales”.
El Presidente también ha mostrado un desprecio profundo por el Congreso, al enviarle un inédito DNU con más de trescientos artículos, de las más variadas disciplinas, para que los legisladores ratifiquen o rechacen en un solo acto.
El sano espectáculo del funcionamiento institucional hizo que el Congreso pusiera un límite a semejante atropello, lo cual llevó al Presidente a descalificar a sus integrantes, a los que llamó “traidores”, y a los que ahora, en un ataque de renovada intemperancia, descalifica con el término de “ratas”.
Que muchos legisladores no estén a la altura de las circunstancias no es obra y gracia de una naturaleza perversa que se complota contra nuestro país, sino que es el reflejo de la calidad de los electores. Y si La Libertad Avanza tiene apenas un puñado de legisladores en el Congreso, es porque el 22 de octubre, en primera vuelta, a Milei no le fue de maravillas.
Tal como señalé, el ejercicio del poder, en un Estado de Derecho, requiere límites institucionales, pero también condiciones personales: serenidad, paciencia y templanza.
Es por ello que, si de “ratas” habla el presidente, resulta imprescindible identificarlas. En el mundo de la biología están las denominadas “Dumbo”, las “Manx”, las “Peladas”, las “Rex” y las “Comunes”; pero en el ámbito de la política y de las instituciones, están las nefastas que corroen los recursos públicos, tal como ocurrió con “las K”, y también hay que tener cuidado con las que insistentemente roen y corroen al sistema republicano de gobierno.///
Por Félix V. Lonigro-Abogado constitucionalista
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