Los 140 años del sueño de la Necochea turística
En 1883 Julián Azúa desarrolló una primitiva “casa de baños” y al año siguiente inició la construcción de un hotel frente al mar. Lo llamaron “El loco de la costa”, porque no creían que pudiera lograr su objetivo, pero se convirtió en el primer empresario hotelero de la ciudad
¿Quién fue el primero que pensó en Necochea como balneario? Esa pregunta se hizo hace unos 90 años el poeta y escritor Eduardo Escobar en su libro “Necochea, ciudad progresista y poética”.
Este año se cumplen 140 años de la habilitación del primer emprendimiento turístico en el distrito.
Fue en 1883 cuando Julián Azúa habilitó una casa de baños junto al mar. Al año siguiente comenzó a cavar los cimientos. Aquel emprendimiento en una playa azotada por los vientos del sur, sin árboles, con dunas que extendían su dominio a cientos de metros de la orilla, le valió el apoyo de “El loco de la costa”.
Así lo dejó registrado un contemporáneo de Azúa, el periodista de origen español Antonio Noguera.
En 1888 Noguera publicó un libro titulado “Necochea, su historia, progreso y porvenir”. Es la primera publicación que se conoce sobre nuestra ciudad y también una de las menos conocidas.
Contra viento y marea
En su libro, Noguera relató que “las apacibles tardes del verano transcurren deliciosas en ‘La Perla del Océano’ (más tarde ‘San Sebastián Argentino’)”, el hotel que levantó Azúa junto al mar.
Según el periodista, la obra de Azúa fue realizada “a costa de sacrificios y empeños”..
“Este hombre, uno de los primeros pobladores de Necochea, merece con sinceridad un aplauso. Su hombre nunca será extraño para Necochea, porque Necochea nunca olvidará al hijo del trabajo, que con el sudor de su frente, ha escrito en su suelo una página digna, decorosa y brillante de progreso”, agregaba.
Sin mezquinar elogios, decía que Azúa “con su capital y energía propias de la raza vascongada a que pertenece, se propuso llevar a cabo, hace como cuatro años la empresa más temeraria que hasta hoy se haya concebido en Necochea y que su profunda penetración le hacía ver su hermoso porvenir”.
El periodista también refleja el pesimismo con que los vecinos de la primitiva Necochea veían el fatigoso trabajo del vasco Azúa. “¿Pero quién era capaz de pensar en esa época, que pudiese mantenerse firme un edificio en la costa del Atlántico? ¿Con qué objeto?… Para baños, decía Azúa y los que lo veían afanoso y entusiasta, huían porque aquello era una locura; pero cuántas más decepciones recibía, más empeño demostraba y cuando más lo abandonaba, más fuerte se sentía”.
De acuerdo al periodista, la empresa parecía imposible: “¿Quién se atrevería a suministrarle los elementos necesarios para levantar su castillo? Nadie, seguramente, pero no por eso desmayaba ni menos el no contar con brazos que lo ayudaran, porque aquello era pedir peras al olmo”.
Según Noguera “el loco de la costa” no era un empresario turístico como los de la actualidad. El mismo arremetió la construcción del hotel: “Con sus propias manos, ayudado de su joven hijo, iba apilando piedra sobre piedra, ya revolviendo la mezcla de arena y cal, para empezar más tarde la obra de carpintería que habría de proporcionarle un techo donde repararía los días de fatiga, recompensando las crueldades del invierno, mitigando los rigores del verano”.
Muchos locos como Azúa
En el libro “Necochea, ciudad progresista y poética”, Escobar reproduce el acta fundacional de Necochea y señala que junto a los nombres de Angel Murga y Victorio de la Canal aparecía el “vecino” Julián Azúa.
Dos años después de la fundación, en 1883, Azúa inauguró la primera casa de baños y al año siguiente inició la construcción de su hotel frente al mar.
Ya para 1888, cuando se publicó el libro de Noguera, Azúa había levantado su hotel y su balneario. “Hoy día es el paraje más concurrido, no sólo por los del pueblo, sino que de año en año ha ido aumentado el número de bañistas extranjeros que han quedado completamente encantados de esa mansión saludable y poética, que les ha proporcionado los más felices momentos de tranquilidad y bienestar”, describía el libro.
“El último verano, las 48 casillas de baño que existían, han sido insuficientes para contentar a la inmensa concurrencia que afluía. Felizmente, este año entró en grandes reformas, que podrían satisfacer las exigencias necesarias, pues, además de refaccionar completamente el hotel y aumentar su persona, las casillas serán duplicadas”, explicaba.
“Al comparar el ayer con el hoy, se me ocurre una plegaria en favor de Necochea. Dadle, Dios poderoso, muchos locos como Azúa”, finalizaba Noguera.
Lamentablemente, tiempo después un fuerte temporal se llevó todo lo construido.
Los vestigios de ese primitivo balneario quedaron hasta 1955, cuando el comisionado municipal Soldavini hizo retirar los últimos postes de quebracho que quedaban, restos de la antigua rambla. En ese mismo año se ordenó también eliminar algunos hierros que sobresalían en el piso y resultaban peligrosos para la gente que circulaba por el lugar.
Hace 100 años
Hasta fines de la década del 20, cuando se construyó el Puente Colgante, para llegar desde Capital Federal y otras ciudades ubicadas al Noreste, había que cruzar el Río Quequén en balsa.
Por esta razón, desde fines del siglo XIX, el medio de transporte más cómodo para llegar a Necochea era el tren, ya que el puente ferroviario permitía cruzar el cauce de agua de la forma más rápida.
Debido a ello, las mejores estadísticas de arribo de turistas a Necochea eran las realizadas por el personal del Ferrocarril Sud. Según Ecos Diarios, desde el 1º de noviembre al 31 de enero de 1925 al 31 de enero de 1926, habían arribado a Necochea 2.168 turistas.
Las estadísticas publicadas el 30 de marzo de 1926 revelaban que desde el 1 de noviembre de 1921 habían llegado a nuestra ciudad un total de 3.785 personas.
Los números parecen hoy insignificantes, pero se los podría comparar con los del incipiente balneario San Cayetano, que en la segunda quincena de enero de 2020 fue visitado por 3.200 turistas.
En aquellos primeros años del Siglo XX, por ejemplo, el turista arribaba a la estación de trenes y podía desde allí tomar un tranvía, que circulaba por la actual calle 62 hacia la avenida 59, rodeaba la plaza y luego tomaba hacia la Diagonal, denominada entonces Avenida Atlántica, por donde se dirigía a la Villa.
La ciudad era muy distinta. Los automóviles circulaban por la izquierda, como lo hacían en Inglaterra y todas las calles y avenidas de la ciudad estaban arboladas.
La mayor parte de la población se concentraba aún alrededor de la plaza Dardo Rocha y entre las otras tres plazas: la de las Carretas, la Isabel La Católica y la ubicada en 74 y 75. Las calles, por cierto, tenían nombre y no número.
Las costumbres de los necochenses eran distintas. El servicio eléctrico todavía no era regular y el cinematógrafo, era la diversión favorita de los vecinos en años que la televisión todavía ni se imaginaba.
También las costumbres playeras eran distintas. La gente iba a la playa con sus mejores galas y mucha ropa. Señores con trajes de tres piezas, corbatas, zapatos y sombrero, se reunían a dialogar a orillas del mar.
Las señoras también iban vestidas con sombreros, trajes y chalinas, sin olvidar las sombrillas al tono.
Los picnics en la playa implicaban traslados en masa, en los que no faltaban los músicos con sus instrumentos.
Los bañistas, sin embargo, debían respetar el denominado reglamento de baños, que impedía que los señores se acercaran demasiado a las damas, pese a que las mallas de estas ocultaban más de lo que dejaban ver.
Sin embargo, la opinión general de los bañistas de entonces no era muy diferente a la de ahora: Necochea, la mejor playa argentina.
El fundador del balneario
El furor que hace ya cien años atraía a miles de personas hacia la zona costera, no hubiera sido posible sin “locos” como Azúa.
En su notable libro sobre los orígenes de la ciudad, Eduardo Escobar señalaba que Julián Azúa era un “enamorado del mar”.
“Pensando en el gran porvenir de la zona costanera, no omitió esfuerzos en realizar su proyecto por eso puede llamársele en todo tiempo el fundador del balneario. El primer hotel que construyó hecho en parte de piedra le puso el nombre La Perla del San Sebastián Argentino”, escribió.
“Llevó las primeras casillas y no satisfecho aún con sus espléndidas iniciativas construyó una rambla que por desventura las olas con su furia destruyeron”, señaló Escobar, quien consideró hace 90 años que el trabajo del pionero fue la “palanca” del “futuro brillante” del balneario.
Años más tarde la ciudad de Necochea ya se ubicaba como segundo destino turístico de la Provincia de Buenos Aires, detrás de Mar del Plata.
Fue la era dorada del turismo necochense, la que acuñó aquel viejo slogan de «la playa del suave declive». Cuando los contingentes turísticos estaban integrados casi exclusivamente por representantes de la clase alta, que llegaban a los hoteles de la naciente Villa balnearia para instalarse durante un mes.
Época de hoteles magníficos, como La Perla, el Necochea Hotel y otras gigantescas construcciones que se levantaban peleando metros a las dunas.
Según una crónica de los años 20, «la playa, que constituye uno de los encantos más apreciables de la moderna ciudad, es, al decir de los que la conocen prácticamente y conocen otras del territorio de la provincia, la mejor y más segura».///