Madres con “horas extras”
Además de cuidar a sus hijos, cobijan transitoriamente a bebés y adolescentes, adhiriendo al programa “Familias Solidarias”
Carina tiene dos hijos, Abril de 17 años y Alex de 12. Marta también tiene a su hija, Rosario de 12 años, y además un hijo del corazón, Ignacio, el hijo de su esposo. Ambas madres han cruzado la barrera de los 50 años y mientras muchos a esa altura comienzan a hacer planes para comenzar a disfrutar la madurez de la vida, sin la responsabilidad de la crianza a toda hora, ellas claramente han sentido que aún tienen mucho más amor para dar. Así fue que se involucraron en el programa “Familias Solidarias” del Servicio Local de Promoción y Protección de los Derechos del Niño, dándole un hogar de tránsito a bebes y adolescentes, que por diferentes motivos, en algunos casos violencia o abuso, esperan resolver su problemática para volver con su familia biológica o ser adoptados.
Ayudar
La vocación de servicio, y en especial con los infantes, no le era ajeno a Marta Penovi, docente del nivel inicial y actual directora del Jardín del Colegio Nacional. Pero el límite era su horario laboral. Hasta que hace 5 años, decidió llevarse a una alumna a su casa, luego de generarse un conflicto entre la joven y su padrastro en la escuela. Allí comenzó a germinar un deseo de ayudar que la moviliza hasta hoy, siempre con su esposo Raúl Yunes como ladero. “La chica estuvo 4 o 5 días en mi casa, y volvió con su familia, hubo un final feliz, el papá reflexionó y hasta resultó ser conocido de mi familia. A partir de esta situación tomamos contacto con el Juzgado de Familia y me preguntaron si quería ser parte del programa de familias solidarias”, recuerda Marta sobre el inicio de esta historia. Después de pensarlo en familia, tomaron la decisión de anotarse y les cambió la vida.
La primera experiencia fue con una beba que les revolucionó la rutina. “Salimos corriendo a la farmacia a comprar todo: mamadera, pañales, leche, haciendo memoria de lo que usabas antes cuando tus hijos eran más chicos” recordó Raúl. “Y ahora qué hacemos, cómo seguimos” contó entre risas sobre esa sensación de incertidumbre aquel primer momento que la beba llegó a casa, aunque en la mayoría de las ocasiones, se organiza un tránsito compartido con otra familia para aliviar la carga. Desde entonces les ha tocado cuidar a otro recién nacido y a una adolescente, generalmente por pocos meses, con experiencias siempre enriquecedoras.
Cuidar
Carina Boy, trabajadora social, reconoce que junto a su marido, el profesor Walter Knudsen, “desde hace años veníamos planteando en familia cuidar niños. Fue pasando el tiempo, mis chicos crecieron, lo hablaba con compañeras de trabajo en el Servicio local y como sabían de mi interés, hace 4 años, una familia que iba a cuidar un bebé recién nacido necesitó de otra familia para acompañar algunas horas y, un poco sin pensar, lo hablamos con mis hijos y nos decidimos. Fue una experiencia hermosa, con una bebé que ahora está adoptada y nos sigue visitando, así que tenemos aún contacto, o vamos a los cumpleaños. Pero hay historias en que se corta el vínculo con la familia de abrigo”, relató Carina.
En ocasiones ese vínculo también genera dolor. “Es difícil cuando el niño se expresa y manifiesta que se quiere quedar o te dice ‘ustedes pueden ser mis papás’. Uno sabe que se va a quedar sólo por un tiempo. Es difícil ese límite”.
“Es un hijo más”
Desde su experiencia, Marta Penovi valora que “todas estas historias van camino a resolverse, ya sea porque el menor se restituye a su familia o porque encuentra una familia adoptiva”. Aunque el vínculo afectivo que se genera no sabe de trámites ni normas. “Es un hijo más. Cuando se van me deja tranquila que mejor no pueden estar. No sé si estuvimos preparados, pero te van armando de cosas para afrontarlo. Muchas familias no se animan por el después”, agregó. Raúl, en tanto, reconoció que cuando se van “te queda un vacío, pero van pasando los días y se va llenando nuevamente la batería. Te queda adentro sí la satisfacción de haber ayudado a una persona”.
Ambas madres remarcan sus deseos de seguir en este camino. Para Carina “fueron aprendizajes, una experiencia hermosa, el que sientan la casa como de ellos. Para mi eran 10 años de no cambiar pañales o despertarse tres veces por noche. Pero es enriquecedor haber aportado a su crecimiento saludable. Esto es desinteresado, sólo cuidar al otro. Es difícil decir que no querés cuidar a alguien, más cuando te dicen que es un bebé, que por una circunstancia no tiene una familia en ese momento que lo pueda cuidar”. Por su parte, Marta y Raúl sostienen que “esto no terminó. Esta historia no tiene fin. Pensamos jubilarnos y seguir con esta historia con más intensidad, haciéndolo con más tiempo, sin tener tanta carga de horarios”.
Carina, a modo de reflexión, apuntó que “como comunidad deberíamos ser más cuidadores. Cuando vemos un niño que pasa por tu casa, preguntarle si almorzó, si tiene a dónde ir. Y lo veo en mi hija, que también cumplió un rol de cuidado y siempre me dice cuándo vamos a traer otro bebé a casa. En todas las familias hay afecto para brindar. Me parece que es un gran crecimiento, de entrega, y construir vínculos para el futuro”.