Mama Antula y Brochero, santos del pueblo
Dos expresiones criollas de un mismo amor a la tierra y a sus gentes y son símbolos de religiosidad
Roberto Bosca (*)
Colaboración
La declaración de que un fiel cristiano ha vivido las virtudes en un grado heroico no es un pronunciamiento meramente abstracto. La canonización de María Antonia (del Señor San José) de Paz y Figueroa (en quechua, idioma que ella hablaba: Mama Antula) representa un modelo criollo de santidad y se inscribe en un marco concreto y determinado que es el periodo eclesial del que es protagonista principal el papa Francisco.
La vida cristiana es una, pero sus expresiones se abren a una pluralidad de formas, todas igualmente legítimas. Este dato no es ocioso ni responde a un azar, sino que confirma una manera de entender el mensaje evangélico que en cada una de sus encarnaciones -y cada pontificado tiene la suya- refleja de un modo propio las verdades reveladas con un matiz peculiar y distinto.
No es indiferente al caso que la nueva santa sea una mujer, pero no una mujer común y corriente, sino una mujer que en el lenguaje actual calificaríamos de empoderada, y que, si bien nació en una familia de buen pasar, incluso de estirpe hidalga y noble, eligió vivir en una condición humilde. Su vida estuvo cuajada de sacrificios y en ella no faltaron, como en tantos santos las grandes incomprensiones.
El caminar del pueblo
Mama Antula caminó descalza las interminables distancias de un país despoblado y vestía pobremente, alimentándose de la voluntad de las buenas gentes. En ella, la geografía se hizo una oración suplicante y ese caminar peregrino nos evoca un llamado muy actual: Argentina, canta y camina. En esa capacidad de ponerse de pie y emprender la travesía acaso árida e inclemente, Antonia nos permite ver un talante que recuerda a la mujer fuerte de la Biblia y que constituye un ejemplo para todos los argentinos. Ella fue una mujer del pueblo.
María Antonia no transcurrió su existencia encerrada en un convento ni hizo un voto público de pobreza -como podría haber sido el caso de una religiosa carmelita descalza-, sino que fue lo que conocemos como una laica consagrada. Vivió en medio de los avatares que identifican a la gente humilde en un paisaje predominantemente rural (su nombre en quechua resulta significativo) pero también urbano de su tiempo.
La mística popular
La religiosidad popular es la expresión que, en su andar también peregrino, el pueblo encuentra de vivir su propia experiencia de lo sagrado. A menudo, esa piedad rústica fue desatendida por la escasez del clero y las grandes distancias, y sin embargo ella supo mantener sus esencias merced a costumbres seculares arraigadas en la vida cotidiana.
Un ritual popular muy antiguo es el de las bendiciones, por ejemplo, la de un padre a su hijo en ocasión de emprender un viaje. En el campo, en medio de aquellas soledades, fue habitual la convivencia sin matrimonio, en parajes alejados de las parroquias y capillas y sin vías de comunicación con los centros poblados. ¿Quién podría dejar de tener en cuenta esa circunstancia al juzgar las conductas de esas buenas gentes que a su modo conservaron la herencia de sus mayores expresada en la riqueza de la fe?
Se podría decir que, como el Cura Brochero, Mama Antula es una santa de la religiosidad popular que fue la predominante en su tiempo, una fe sencilla de matriz hispánica en su práctica, con elementos propios, de impronta devocional y fuertemente mariana, que gusta de las peregrinaciones y las fiestas. Se trata de una categoría pastoral desmerecida en la modernidad que los teólogos han valorado en su exacta dimensión recién en el último medio siglo.
La simiente
Como lo hiciera muchos años después José Gabriel del Rosario Brochero, en el que se reconoce su maternidad espiritual y también canonizado por Francisco, María Antonia de Paz y Figueroa movió a una multitud de almas a acercarse a Dios por medio de los ejercicios espirituales ignacianos, cuyo influjo también alcanzó a los prohombres que construyeron nuestra argentinidad.
Mama Antula supo sobrellevar las contingencias de la vida social y política del país virreinal y de sus gentes encarnadas en una nueva realidad criolla. Su celo por las almas la llevó a tocar la carne sufriente de Cristo en el pueblo, y en esa vocación alcanzó la plenitud de su modo humano viviendo al modo divino.
Su influjo construyó un ethos cultural que engendró las primicias de la patria. Se podría decir que las semillas que ella sembró en su peregrinar itinerante fecundaron el nacimiento de quienes se reconocieron en un destino común.
El amor a sus paisanos y a su tierra fue un testimonio vivo que muestra cómo Mamá Antula expresó su pasión por inculturar en el genio de su pueblo el legado de una fe divina. Esa misma impronta es la que señalaría con una huella indeleble el momento inaugural de una nueva y gloriosa nación.
(*) Abogado y miembro del Consejo Argentino para la Libertad Religiosa
Comentarios
Para comentar, debés estar registrado
Por favor, iniciá sesión