“Me compraron por el valor de un cero kilómetro”
Dijo Verónica Jana Burstein, quien fue robada y vendida por una partera en 1974. En Necochea logró que la Justicia reconociera su derecho a elegir su propio nombre.
La historia de Verónica está marcada por el dolor, la violencia, el desarraigo e incluso la política, pero en medio de tanta oscuridad su caso también se convierte en una luz de esperanza para muchas personas que, como ella, fueron robadas a sus padres y vendidas en los tumultuosos años 70.
Hace unos meses, el 5 de diciembre la Justicia de Necochea logró un fallo histórico y la mujer que fue robada a su madre cuando era bebé y vendida a un policía, pudo elegir su nombre y finalmente tener una identidad propia.
Eligió llamarse Verónica Jana Burstein. De esta manera se convirtió en la primera persona apropiada en los años 70 que accedió a una nueva identidad sin haber encontrado un lazo biológico con sus padres.
Su caso abre una puerta a quienes han sido víctima de apropiación y, como ella, no pudieron encontrar a sus padres y no quieren seguir manteniendo la identidad que les impusieron sus apropiadores.
Mientras tanto, Verónica sigue la lucha para conocer sus orígenes desde Necochea, la ciudad que eligió como su lugar en el mundo y donde se instaló hace tres años con su familia.

Desde la oscuridad
Verónica tuvo una infancia y una adolescencia oscura. Por alguna razón el hombre que conocía como su padre, trataba de mantenerla aislada. Era un policía, un hombre violento que la golpeaba a ella y a su madre.
Ella no entendía muchas cosas y como le ocurre a muchos niños que crecen en un lugar que no sienten como su hogar, soñaba con una familia ideal. En su caso fueron Burstein, unos vecinos a los que trató cuando tenía 8 o 9 años.
Hoy explica que como cualquier persona adoptada, incluso legalmente, no se identificaba con sus padres. “No me sentía parecida a nadie, me sentía sapo de otro pozo”, dijo y precisó que recién entendió de qué se trataba a los 30 años, cuando durante una discusión su supuesta madre le confesó que era adoptada.
“Fue muy fuerte, se me desplomó todo. Mi mamá apropiadora me lo dijo en una discusión. Eso me rompió el corazón”, dijo Verónica. “Supe que ellos me apropiaron a través de una partera que ahora está procesada”.
La mujer de 49 años afirma que aún le cuesta hablar sobre cómo fue a parar a manos de esa pareja. Lo poco que sabe es que la partera en cuestión se dedicaba “al tráfico de menores, a la venta y robo de bebés. Y mi apropiador pertenecía a la Policía”.
El hecho no ocurrió durante la dictadura militar, sino dos años antes, en 1974, más o menos en la época en que murió el presidente Juan Domingo Perón, en un país que vivía aterrorizado por la violencia sin fin de los grupos guerrilleros de Montoneros y el ERP y la ultraderecha de la Triple A.
“No tengo claro el día de nacimiento, pero fue en 1974, aproximadamente a fines de julio o agosto”, dijo Verónica.
Sabe que su padre adoptivo era estéril y había sido dado de baja de la Policía por problemas psiquiátricos, por lo que no podía pasar las pericias para adoptar legalmente. Ante esta situación, el hombre le habría dicho a su esposa: “Yo de donde sea voy a sacar una nena”.
De alguna manera contactó a la partera y “se encargó de buscarme y comprarme. Fui comprada al nacer por más o menos el valor de un cero kilómetro”, dijo Verónica, quien al conocer la verdad sufrió una grave crisis.
Tuvo que hacer tratamiento psiquiátrico porque “sufría pánico, mucho miedo y desesperación por no saber quién era. Eso fue lo peor, yo preguntaba por mi mamá y quería saber quién soy”.
Luego, Verónica comenzó a sentir que había muy pocas probabilidades de encontrar a su verdadera madre y entonces decidió luchar por su propia identidad.
“Yo necesitaba ser nombrada, tener una identidad propia”, afirmó Verónica, quien agradeció el apoyo en ese proceso de su terapéuta Carlos Esteban Pérez.
Precisó que Pérez pertenece a un equipo de derechos humanos y terrorismo de estado y que lo conoció en el Hospital Alvarez de Flores y “a través de él pude construirme”.
“No quería llamarme como me habían nombrado mis apropiadores. Sobre todo llevar el apellido de quien me compró como quien compra un objeto. Eso me hizo mucho ruido en la cabeza”, afirmó.
Así que decidió elegir su propio nombre y eligió Verónica que significa “la que celebra las victorias”. Jana por su abuela, la única familia adoptiva a la que ama, y que siempre la llamaba Janita.
En cuanto al apellido Burstein, “es el de una familia que yo vi durante un corto tiempo, pero era mi ideal. Me gustaba ir a la casa de ellos, donde yo sentía que era normal”.
No obstante, fue muy poco lo que pudo tratar a los Burstein. “No me dejaban compartir mucho con las demás personas. Siempre estábamos muy aislados. Nos mudábamos muchas veces”, dijo Verónica.
Su identidad y su lugar
“Estoy súper agradecida con Necochea, con el juzgado y la defensora que aceptaron mi caso, a pesar de que era muy complicado. Es el primer fallo, por lo que va a sentar precedentes”, dijo Verónica respecto a la resolución que se dio a conocer a fines del año pasado.
Más de un año y medio tardó en llegar la resolución del juzgado, aunque todo el proceso demandó unos ocho años, desde que se animó a ir a la Justicia.
Verónica vive hace tres años y medio en la ciudad. “Había venido una sola vez cuando era adolescente, a los 18 años, por un día y si bien parecía fantasía adolescente, en ese momento dije, algún día voy a vivir acá. Para mí es como si hubiera nacido acá”, dijo la mujer que legalmente nació aquí, porque aquí recibió su propio nombre.
Verónica vino durante la pandemia a Necochea y se quedó varada aquí con su familia. “Y me quedé y la verdad que estoy feliz. He logrado un montón de cosas que yo pensé que nunca iba a poder hacer”.
Así, tras pasar más de la mitad de su vida sin conocer su origen, en Necochea ha encontrado su lugar en el mundo. Verónica tiene tres hijos y un nieto, desde hace unos meses, su propio nombre.
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