Murió --según los números-- el hombre más lindo de mundo
Las razones de una belleza que se define con proporciones matemáticas
Murió Alain Delon. Las nuevas generaciones no tienen demasiado conocimiento de quien fue. Tenía 88 años, era francés y fue un actor de cine que brilló en los 60 y 70. Fue considerado en su época como “el hombre más lindo del mundo”, una afirmación que, como toda que arrastre aires de categórica, se convierte al momento en discutible y controvertida.
En los últimos años los medios se regodeaban de mostrarlo como lo que era, un hombre de más de 80 años a quien el paso del tiempo le había robado gran parte de aquella belleza. Cómo si esa situación fuese su culpa, una muestra de cómo alguien atractivo podía terminar de tan mala manera, como si el paso del tiempo lo hubiese castigado y no fuera parte de un proceso natural.
En los 50 y 60 cuando alguien pretendía pasar por atractivo se le decía: “Pará, ¿quién sos? ¿Alain Delon?”. Y si bien la belleza no deja de ser algo subjetivo, variable de acuerdo a épocas, usos, costumbres, culturas y otras yerbas, la explicación de porqué Alain Delon era considerado hermoso responde a que su rostro respondía a las llamadas “proporciones divinas”, las derivadas del conocido como “Número de Dios”, las mismas que los artistas consideran al generar una obra de arte, un edificio, un libro. El Partenón griego, por mencionar un referente de la historia de la arquitectura, está resuelto respetando esas relaciones entre sus partes.
La proporción áurea es una relación matemática. No mucho más que eso. Es una relación entre las partes de un cuerpo que genera en los humanos la percepción de algo bello. Lo tenemos incorporado en nuestros genes, viene con nosotros. Por eso lo del número de Dios. Como si el Creador hubiese dispuesto esa y no otra manera de percibir lo bello.
¿Porqué sino decimos que una persona es linda? ¿Qué es lo que nos hace definir con naturalidad ese hecho? La respuesta es los rostros que se acercan a estas proporciones.
En el caso de Alain Delon, poseía una simetría y proporciones cercanas a la proporción áurea. La simetría, por ejemplo, era clave en esa percepción. Ya Leonardo Da Vinci en el 1500 estableció las relaciones adecuadas entre las partes de un rostro: la distancia entre los ojos, la longitud de la nariz y la relación entre la frente, los ojos, la nariz y la boca. Mientras más próximos estén esos números a la proporción áurea más cerca está de la belleza percibida como tal, armónica y atractiva.
Tanto Brad Pitt como David Beckam, por tomar dos modelos actuales que algunos expertos en estética han estudiado, tienen sus rasgos faciales cercanos a la proporción áurea, lo que lleva a ser considerados muy atractivos.
Claro que todo lo anterior es una referencia a una belleza física, derivada de ese cierto orden en sus partes. Que se puede percibir a través de la vista en el ser humano, en la arquitectura, en la pintura.
Pero hay otra belleza, y no es consuelo para los feos, que es la sublime y que también es divina y que se percibe con otro órgano. Aquella que se percibe con el corazón, la que no está atada a los números ni a la matemática. La esencial e invisible.
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