No hay que elegir entre dos cosas
Ante cualquier frente abierto, Alberto Fernández plantea encrucijadas en una eterna elección entre dos opciones, como si no existieran otras
Hay una frase que se repite como máxima desde que tengo memoria: mientras la economía funcione, lo demás es relativo. «Es la economía, estúpido» dijo James Carville, estratega de campaña de Bill Clinton, y llevó la frase a la fama internacional durante las elecciones que colocarían al demócrata al frente de la Casa Blanca en 1993. Por estos pagos ya habíamos sido pioneros: Carlos Menem lograba índices de aprobación inéditos gracias a las bondades de la flamante convertibilidad. Todo lo demás, cotillón.
Por más que Carville se atribuya la frase, lo cierto es que debe haber sido pronunciada por primera vez en alguna caverna cuando algún ancestro nuestro dijo «es la comida, estúpido» ante alguna disyuntiva. Y es una frase, por decirlo de una forma sutil, de bastante poca monta.
¿Por qué? Porque plantea una disyuntiva: frente a cualquier problema hay que elegir entre aquel problema o la economía, como si no pudieran abordar ambas temáticas.
En Estados Unidos Clinton ganó con la economía como único tema central, sólo acompañado por una reforma en el sistema de salud que nunca logró imponer. Sin embargo, aún hoy conserva buena parte de su popularidad gracias a haber sacado de la recesión al país.
En la Argentina, con la economía se ganaban elecciones por paliza en 1991 y 1993, se ganaba hasta un referéndum para reformar la Constitución y permitir que el líder que nos salvó de décadas de inflación de tres a cuatro dígitos permaneciera en el Poder. Y con la economía se ganaron por paliza las elecciones de 1995, tan sólo un año después de que volara por los aires la sede de la AMIA en el mayor atentado cometido hasta entonces en continente americano, un récord triste que recién sería superado en septiembre de 2001. ¿La diferencia? El nuestro sigue impune. Pero es la economía o nada.
Cuando se plantea que la economía es todo se abre el abanico para lo binario, para el blanco o negro, para el nosotros o ellos, para el bienestar o la muerte. Y eso es patético para cualquier dirigente político que quiera preciarse de tal.
Tiempos “K”
Durante el mandato de Néstor Kirchner vivimos como nunca el poder de la economía, estúpido. Nadie se avivó de que buena parte de la obra pública iba a parar a una empresa fundada un par de días antes de que asumiera la presidencia. Tampoco le importó a nadie que Gustavo Béliz saliera nuevamente eyectado de un gobierno. ¿Recuerdan la toma de la Comisaría 24 de la entonces Policía Federal en La Boca por parte de Luis D’Elía? El ministerio quedó descabezado. D’Elía fue premiado por atentar contra una dependencia del Estado –por si no se dieron cuenta, eso es una comisaría– con un cargo de Subsecretario. Era la economía, no más.
Hay sesudos analistas que se plantean que la economía lo es todo. Y esto, repito, nos lleva a un sistema binario que se resuelve con un sencillo planteo: tanto los Estados Unidos de América como China ostentan el PBI más alto del mundo y, sin embargo, si nos dieran a elegir en cuál de los dos países vivir, casi todos los que estamos medianamente informados sabemos bien cuál elegir.
En uno no hay democracia, sólo existe un partido político ejerciendo una dictadura desde 1949, con campos de concentración para las minorías llamados «centros de reeducación» y donde los derechos humanos mínimos están por debajo de un largo listado, con lo cual la vida, la libertad y la propiedad privada no son tan importantes como una buena heterosexualidad y la fidelidad al régimen. En el otro, nos guste o no, votan cada dos años y con eso alcanza y sobra como carta ganadora. No hace falta un as de espadas ni uno de bastos.
Si viramos para estos pagos, el lema «es la economía, estúpido» está más vigente que nunca. Y no me refiero al aspecto electoral, sino al simbolismo de tener que elegir entre una cosa o la otra. Y Alberto Fernández, cada vez más jefe de Gabinete de Cristina que de la presidencia de la República, lo hace notar en cada conferencia de prensa, esas que antes daba a rolete y ahora otorga de a cuentagotas.
Cuando se le preguntó al Presidente si la híper estricta cuarentena no terminaría por destruir la ya arruinada economía argentina, el hombre respondió que «entre la economía y la vida, elijo la vida». Como si sólo se pudiera elegir una opción y no ambas. Como si no existieran puntos grises. Aferrado a esa idea resbaló en comparaciones equivocadas, refutadas en el acto o poco tiempo después. Había que hacer valer que sólo existía una opción. Luego vino una comparación un tanto más odiosa, aún, cuando dio a entender que entre la vida y la libertad –de reunión, de circulación, de hacer algo–, él elegía la vida. Como si tuviera sentido una vida sin libertad.
Más allá de que uno se pregunta para qué existen tantos ministerios si solo se abordará un problema a la vez –y mal– ahora resulta que en cuestiones económicas también se hace el planteo binario. «Prefiero que los argentinos tengan trabajo a que puedan comprar doscientos dólares», argumentó el Presidente en un planteo que deja pasmado a cualquiera que lo piense diez segundos. O sea: vivimos en un país que hoy se encuentra por debajo de Venezuela, Cuba y Haití en cuanto a salario mínimo medido en dólares. ¿Cuánta gente que trabaja puede comprar doscientos dólares? ¿Cuántos de los que pueden hacerlo lo hacen para guardarlos y no para cubrirse y llegar a fin de mes con un resto?
Blanco o negro, no hay grises. Mientras tanto, son cada vez más quienes, ante cada planteo que haga una voz solitaria sobre una cuestión institucional, responderán que «eso no le soluciona la vida al común de la gente». ¿Te preocupa que promuevan un juicio político contra la Corte? Eso no le soluciona la vida al común de la gente porque es la economía, estúpido. ¿Te resulta injusto que Cristina Fernández quede afuera del impuesto a la riqueza porque tiene un patrimonio declarado inferior a los 30 mil dólares? Eso no le soluciona la vida al común de la gente porque es la economía, estúpido. ¿Tenés algo para decir en contra de que le quiten dos tercios de la magra coparticipación que recibía la Ciudad de Buenos Aires para arreglarle un conflicto salarial a Kicillof? Eso no le soluciona la vida al común de la gente porque es la economía, estúpido. amarga que en el Senado aprueban cosas sin el mínimo respeto por la Constitución Nacional? A quién le importa la Constitución Nacional si siempre será la economía, estúpido.
En un país en el que el grueso de los votantes, más allá del nivel educativo alcanzado, desconoce cuáles son los deberes, funciones y obligaciones que diferencian a un presidente de un gobernador o de un intendente, a un diputado nacional de un senador o de un legislador provincial, es obvio que siempre será sólo la economía. Solo que esta vez ni siquiera tenemos a la economía, estúpido.
Es una oportunidad inmejorable para explicar que los países más estables del mundo, los de mayor igualdad económica, los de menor pobreza, los de mayor libertad individual, los de mejor calidad de vida, son aquellos que tienen instituciones fuertes. Obviamente no son países perfectos: en ellos, para progresar, hay que hacer mérito. Y eso, hoy, también es mala palabra.
Por Nicolás Lucca- Periodista