La casa llegó a mí, por un dolor, una separación inesperada, la disolución de sueños y proyectos, por un matrimonio que, indefectiblemente, debía quedar en el olvido, por sobre todo y a pesar de todo.
Cuando supe que podía llegar a ella, sentí un amor especial, cómo cuando nos regalan algo mágico, que será para el resto de nuestras vidas, ese premio inesperado que nos hace olvidar, el motivo o el dolor por el cual llegamos a él.
En realidad mi historia con la casa, comenzó muchos años antes, cuando por vivir cerca, pasaba frente a ella, casi todos los días.
Siempre me llamó la atención, su presencia, su belleza... esa combinación de madera y piedra, el techo de tejas. No sé me, transmitía me paz y belleza.
Hasta que un día, sin esperarlo, pude comprarla y sentí que la vida, de alguna manera, me recompensaba de tanto dolor, simplemente con tenerla.
Hasta me olvidé, que su antigua dueña (Susana), había muerto allí, producto de una larga enfermedad.
Cuando abrí por primera vez sus puertas, sentí que me recibía y abrazaba con amor y serenidad, cómo cuando se abrazan los amigos de verdad, después de años de no verse, cómo si quisieran en ese abrazo reconocerse y transmitirse todo el amor y las palabras guardadas por tanto tiempo.
Todo fue felicidad al principio, pude ambientarla a mi gusto, reordenar mis cosas, llenarla de plantas , en macetas y en tierra, bautizarla con un nombre en euskera "LANDARE EXTXEA", (casa de plantas) e instalarnos con mi hijo y mi mascota "Gatu".
Todo fue bien, por fin, mi vida, la casa y todo en general empezaba a funcionar de nuevo.
Pero pasado un tiempo, aquella felicidad, empezó a empañarse.
Comencé a escuchar ruidos y golpes, llegaron de a poco y se instalaron en la casa. Siempre provenían del mismo lugar, mi habitación ( que también había sido, la habitación de Susana), su antigua dueña.
Eran golpes a la madrugada, golpes impensados e inesperados, que me despertaban llena de miedo, susto y sorpresa. No todos los días.
Algunas veces leves y otros muy estruendosos. Siempre en el mismo lugar, el ventanal de mi habitación, que da a la calle.
Así seguimos , Susana y yo, por temporadas me dejaba en paz y por temporadas, los golpes, ruidos y crujidos reaparecían siempre!.
Sin darme cuenta, fue pasando el tiempo....
Un día quise cambiar una lámpara colgada del techo, de nuestra habitación, que había dejado Susana y se produjo un cortocircuito en la red de luz principal, en la calle, que me dejó tres días sin luz y el auxilio de dos electricistas, que no encontraban la causa "normal", de tan grande cortocircuito.
Seguimos en nuestra convivencia, Susana y yo, cada día más complicada.
En otra ocasión, siempre de madrugada y poco antes del amanecer, me despertó un terrible golpe, en la puerta de mi habitación, que me hizo saltar de la cama y correr para ver, si habían entrado ladrones a la casa.
Al tiempo vino a visitarme una amiga, a la tardecita, estábamos en la cocina, compartiendo mates, charlas y risas, cuando escuchamos golpes fuertes, de nudillos en la ventana de la cocina, que nos hizo salir corriendo al patio, para llamar a la policía y buscar a la persona o al ladrón que nos había golpeado la ventana, logrando de esa manera, nuestro terror y desesperación.
Esto fue el colmo de mi paciencia, tomé conciencia de que Susana, se había pasado de la raya.
Ante está situación tan desbordante, mi amiga Marisa, me dijo:
-Vamos a casa Caro, no te quedes sola acá.
Y yo le respondí:
-No gracias, amiga, si me voy hoy, no vuelvo nunca, más a está casa.
Cuando mi amiga se fue, empecé a gritar, llena de rabia y bronca acumulada. Hablando fuerte y con mucha convicción, le pedí a Susana, que hiciésemos un trato: podía quedarse en la casa conmigo, pero que dejara de asustarme para siempre.
Tiré agua bendita en cada rincón, recé y me fui a dormir sabiendo que mi decisión, estaba tomada.
La mejor propuesta para ambas, era aceptar cada una, la presencia de la otra. Desde ese día, mágicamente, desaparecieron los ruidos y golpes para siempre.
Y así logramos , Susana y yo, convivir en "NUESTRA CASA", en perfecta armonía.
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Sobre la autora:
Mi nombre es Carolina Granero. Soy docente de nivel inicial. Jubilada como directora, en el nivel (Jardin 901). Tengo un hijo y vivo en Necochea.
Me encantan las plantas, cocinar y hacer caminatas en el parque y playa.
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