Ella recuerda que fue allá por el año 1940 ó 1942 (no está muy segura).
Mientras tomaba la sopa, único alimento del día, miraba de reojo el reloj; quería salir, ya, rumbo a la escuela.
El ambiente en su casa era por demás tenso, el padre había perdido su empleo, Margarita, su hermana menor, enferma, y la familia sin dinero para medicamentos.
Su madre trataba de demostrar fortaleza, pero por momentos no podía evitar las lágrimas.
Ya en la escuela, ella suspiró aliviada: por unas horas estaría tranquila. Sin embargo eso no sucedió: en la hora de lectura en voz alta, parada al lado del banco, le resultó sumamente difícil demostrar serenidad; su voz era apenas un susurro, le temblaban las manos al sostener el libro; la maestra, al percibir su nerviosismo, con un dejo de ternura en su voz, le dijo:
-Está bien, tome asiento.
Ella esperaba el sonar de la campana, anunciando el recreo; cuando por fin sonó, corrió al patio, se sentó en un tronco, debajo de un viejo árbol, que tantas veces le había regalado su sombra, se tapó la cara con las manos y descargó su angustia con profundos sollozos.
Al escuchar pasos que se acercaban vio que era una de sus compañeras, a quien ella envidiaba su pelo largo y enrulado que contrastaba con el suyo, lacio y renegrido; ésta era amable y sonriente; le apoyó su mano en el hombro mientras, con una sonrisa, le ofrecía un trozo de pan con miel (sin imaginar que esa sonrisa y ese pan endulzado le cambiarían su día).
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Sobre la autora:

Beby Roldán, jubilada. Desde pequeña evidenció su pasión por la lectura. Se formó como escritora en distintos talleres literarios. Escribe poesía y narrativa. Narradora de leyendas tradicionales. Conductora de espacios radiales.
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