Que no cunda el pánico
Mostrando una vez más su peligrosidad e imprevisibilidad, en este último caso con responsabilidad de quienes siguen sin tomar dimensión de su letalidad, la llegada de la segunda ola contagios de Covid-19 está mostrando por estos días su peor cara a nivel distrital.
Fallecimientos, crecimiento exponencial de los contagios y complicaciones que han puesto en jaque a un sistema sanitario que viene paliando desde hace más de año la lucha contra este flagelo mundial, pintan el cuadro más preocupante que hayamos vivido hasta ahora en torno al coronavirus.
La complicada coyuntura encuentra al personal de salud extenuado, pero dispuesto, por amor propio y fidelidad a la profesión que eligieron sus integrantes, a seguir dando todo de sí. Como hasta ahora.
En toda crisis o situación dramática, es imperioso contar con líderes positivos, equilibrados y sensatos a la hora de tomar decisiones o demandar apoyo a los restantes componentes de la sociedad que integran. Esos generalmente son los que, como en este caso de la pandemia, ocupan cargos ejecutivos y a los que debe responder una ciudadanía tan desconcertada como temerosa y preocupada por lo que está pasando y puede suceder.
Una cuestión clave, para no alterar aún más el estado de la sufriente población es que en sus mensajes esos líderes sean realistas pero cautos a la vez. Serenos pero precisos, siempre optimistas de cara a lo que vendrá y, fundamentalmente, obviando palabras o frases grandilocuentes o inquietantes, como las que vertiera hace días el gobernador Axel Kicillof, hablando de la llegada de un tsunami, claramente terminal. No hay que infundir miedo innecesariamente. Sí convocar a la responsabilidad y a ser fuertes en estas difíciles circunstancias que nos toca vivir.
Nadie ignora la gravedad de la situación que, entre otras falencias, nos encuentra bastante atrasados en la aplicación de las vacunas contra el Covid-19. Producto de varias cuestiones, pero principalmente por la triste realidad de ser un país subdesarrollado, y que ha sabido generar con sus conductas un marcado descreimiento a la hora de relacionarse con otras naciones.
En tamaña realidad deben decidir los más capaces y el resto acatar. Y quienes conducen deben deponer egos personales ya que esto atañe a todos. Dejar de lado las disputas políticas porque el agua amenaza con llegarnos al cuello, pero a todos. Sin distinciones partidarias o de clases sociales.
Otra cuestión no menor es que quienes tienen la mayor responsabilidad de conducir esta crisis sanitaria que nos acomete, deben requerir el apoyo de la ciudadanía, y ésta también tendrá que estar a la altura de la situación. ¿Cómo? Cuidándose individual y grupalmente; cumpliendo con los protocolos y exigiendo que otros lo cumplan; no despreocupándose pensado que son inmunes al virus. Y sólo con estas conductas se estarán ayudando a sí mismos, y fundamentalmente a quienes están exponiendo sus vidas para intentar que otros la sigan teniendo.///