Si los gremios y la burocracia no se retiran de las escuelas, no habrá educación de calidad
La educación marchaba en la dirección correcta. De pronto se frenó en seco y todo se estancó en las estructuras ministeriales provinciales
La angustia de padres y alumnos por el año perdido alcanza niveles de honda preocupación. Los medios electrónicos de ningún modo pueden suplir a la escuela primaria y secundaria, el espacio físico es el ámbito ideal de estudio, convivencia y saberes. El hecho de ir a la escuela, encaminarse hacia ella genera una disposición al estudio en el niño y el joven que no se logra desde su casa y por Internet.
Las autoridades educativas tanto nacionales como provinciales se niegan a hablar claro. Que sí, que no, que en esta mano está. El juego es perverso. Van atrás de los acontecimientos. Ciertamente no son los únicos responsables, los gremios contribuyen al dislate, algún dirigente ha afirmado: “Hasta que no haya vacuna no habrá clases, no habrá escuelas”. Nadie ignora que la pandemia genera temor. Sin embargo, hay regiones, ciudades, pueblos o escuelas que en función de sus realidades podrían abrir sus puertas y recibir a los niños y a los jóvenes.
El Covid-19 puede ayudar, con su tragedia, a pensar otra modalidad educativa, más cercana a los docentes, a los padres, a los alumnos, a la comunidad educativa toda.
La variable de escuelas comunitarias o auto gestionadas son una posibilidad que vale la pena experimentar puesto que la centralización en el Estado Nacional o provincial, dejan a los docentes y a los padres fuera de las decisiones que deberían estar en sus manos dado que son los que mejor conocen la situación particular.
Hubo y hay en la Argentina distintas experiencias educativas que revelan el valor de llevar el poder a las escuelas y a la comunidad educativa.
La experiencia de la Educación Secundaria de Adultos iniciada en el país durante el gobierno militar de Juan Carlos Onganía, es un ejemplo digno de recordar. En 1970 se abrieron seis centros educativos gestionados por empresas y sindicatos donde lo importante era la cesión de poder a la sociedad civil. Las entidades ante la necesidad de educar a sus trabajadores ofrecían sus instalaciones y servicios y solicitaban un centro educativo. Aprobada la petición elevaban una terna de posibles directores que debían contar con título docente y la Dirección del Adulto elegía a uno de ellos.
El salario docente lo pagaba el Estado nacional, pero la liquidación la realizaba el director, del depósito bancario que giraba el Gobierno. Esta modalidad fue luego impulsada exponencialmente por el tercer gobierno peronista de 1973, que de seis centros educativos recibidos los llevó a sesenta y seis.
¿Qué era lo novedoso y distintivo de esta experiencia? Se establecían convenios con sindicatos, empresas, clubes, la Iglesia, entre otros, que decidían en función de sus necesidades, una cultura escolar sin la cual no hay proyecto educativo. Era la escuela quien elegía al docente y no las Juntas de Clasificación, como se hace ahora, órgano externo a la escuela, manejado por los gremios y la burocracia estatal.
Hoy se habla mucho de dar poder a los directores, lo que no se dice, para no disgustar al establishment educativo, es que el verdadero poder de un director es elegir el plantel docente y gozar de autonomía financiera, para lograrlo hay que correr a los gremios y a la burocracia pedagógica-estatal.
La educación argentina marchaba en la dirección correcta, esto es, acercarse a la gente, de pronto se frenó en seco y todo se estancó en las estructuras ministeriales de provincia.
Un poco de historia
Hagamos un poco de historia y refresquemos algunos datos. El Congreso Pedagógico Nacional convocado por el presidente Raúl Alfonsín concluyó con cuatro ideas fuerza: federalismo, regionalización, provincialización y desconcentración con articulación interjuridiccional.
La idea del Congreso fue partirle el espinazo al centralismo educativo que venía desde la Ley Lainez de 1905. Esas ideas fueron puestas en la Ley Federal de Educación de 1993, bajo la presidencia del doctor Carlos Menem. El artículo 5 de la Ley decía: el Estado Nacional deberá fijar los lineamientos de la política educativa respetando derechos como el
fortalecimiento de la identidad nacional y el estímulo a las innovaciones educativas y los regímenes alternativos de educación particularmente los sistemas abiertos.
-La participación de la familia, la comunidad, las asociaciones docentes legalmente reconocidas y las organizaciones sociales.
En síntesis se constituían asociaciones educacionales (docentes, padres, vecinos) sin fines de lucro a las cuales el Estado provincial les cedía la infraestructura edilicia. Estas asociaciones serían responsables de los resultados pedagógicos y financieros. Organizarían su currículum, los horarios y el período de clases con un mínimo de días. Conducirían el establecimiento, contratando el personal docente y fijando su salario.
El éxito fue tan espectacular que hubo colas de padres en las puertas de los colegios para inscribir a sus hijos agotándose las vacantes de manera inmediata.
Modo kirchnerista
Lo cierto fue que con la llegada del kirchnerismo se retrocedió en todo aquello que tenía que ver con la participación de la comunidad. Volvía todo a manos de los entendidos. Los sabios del Olimpo pedagógico. Tan cierto es esto que la nueva Ley de Educación, la 26.206, sancionada en el 2006 a instancias del ministro Daniel Filmus, en el artículo 5 (compárelo el lector con el artículo 5 de la Ley Federal de la década del 90, arriba citado) y verá la diferencia. En la kirchnerista dice: el Estado fija la política educativa y controla su cumplimiento con la finalidad de consolidar la unidad nacional, respetando las particularidades provinciales y locales.
-Desaparecen la sociedad civil, la familia, las entidades intermedias y las asociaciones docentes.
La idea era clara no habilitar la posibilidad de escuelas autogestionadas dejando en manos de los “entendidos” la vida escolar.
Para salir de esta ciénaga que todo lo traga hay que sacar de las escuelas las ideas progresistas sesgadas al centralismo, a los gremios y a la burocracia estatal. Es una buena oportunidad para comenzar ya.///
Por Claudio Chaves- Historiador