Todo lo popular es culto
La mayor parte del cancionero popular argentino, salvo el tango, le apunta a la alegría. Dos casos paradigmáticos: Alberto Castillo, que terminó asimilado por el rock nacional y Antonio Tormo. La gracia de muchas coplas anónimas
Por Marcelo Ortale
Colaboración
Pese a la influencia del tango canción, cuyas letras son más bien lastimeras y cantan dramas íntimos –que tanto representan a nuestra idiosincrasia-, la mayor parte del cancionero popular argentino le apunta a la alegría. Allí están la cumbia, el chamamé, el cielito, el cuándo, el gato, el escondido, la chacarera, los carnavalitos, el candombe, el valsecito, la milonga campera, cruzados ahora con el rock nacional
Coplas aforísticas, decidoras, llenas de sana picardía, sin embargo tratadas por buena parte de la cátedra como si fueran baratijas del habla marginal. Pero quien quiera saber de qué se trata realmente, puede consultar los libros de académicos serios y bien templados, como Pedro Barcia, Sergio Pujol, Horacio Salas y otros que en sus textos rescatan y ensalzan este “cante jondo” no quejumbroso y tan vital del idioma argentino. Aún cuando resultaría erróneo desvalorizar la vigencia universal del tango.
En este enero que corre, en los horizontes de las periferias, se escuchan ya los lejanos bombos y tamboriles de las comparsas que todavía ensayan y pretenden recobrar al Carnaval.
La voz angulada de Alberto Castillo y la letra de Rodolfo Sciamarella. Esa canción –que se oyó desde Salta a Tierra del Fuego durante décadas- se atrevió a desafiar una de las esencias doctrinarias del tango, que es la de rendir tributo compasivo al malevo abandonado por la mina.
Castillo, el de los cien barrios porteños, el de la voz arrabalera que antes de los 40 se había recibido de médico en la Universidad Nacional de La Plata, terminó asimilado en los 90 por el rock nacional y grabó con Los Auténtico Decadentes el festivo candombe “Siga el baile”.
Hubo una época sin internet y sin televisión. En esa extendida inocencia colectiva también arrobaban las canciones de Antonio Tormo. Por ejemplo, la del “Rancho e la Cambicha”, escrita en 1950 por Mario Millán Medina, cuyas cuatro primeras coplas no pueden dejar de rescatarse: “Esta noche que hay baile/en el rancho e’ la cambicha,/ chamamé de sobrepaso/ tangueadito bailaré/ Chamamé milongueado/ al estilo oriental,/ troteando despacito/ como bailan los tagüé./ Al compás de acordeona/ bailaré el rasguido doble,/troteando despacito/ este doble chamamé./Y esta noche de alegría/ con la dama más mejor/ en el rancho e’ la cambicha/al trotecito tanguearé”.
Alegría, una constante en esos versos populares. En las casas de familias, en los grupos de amigos, los aforismos corrientes hacían también sonreír. Cuando algún familiar o conocido avisaba que se iba a casar, sus parientes y amigos solían ponerse a cantar –en forma irónica- la suntuosa Marcha Nupcial de Wagner, pero con esta letra: “No te casés/ pensalo bien/ que el matrimonio/ es una estupidez…”.
Un viejo canto popular de 1893, cuya letra con algunas variaciones compuso Aberto Vacarezza y que grabó Carlos Gardel en 1926, decía: “No me tires con la tapa de la olla/ Porque se abolla, porque se abolla/ No me tires con la tapa e’ la tinaja/Porque se raja/ Por la mitad..”. Esa letra se utilizaba hace seis o siete décadas para concluir con sonrisas algunas discusiones domésticas.
Quien quiera profundizar puede hacerlo en “Canciones Argentinas” (Emecé) el muy completo libro escrito por Sergio Pujol. Allí se investigan las letras de canciones escritas en el período que va de 1910 a 2010, buscando en esa revisión centenaria las constantes que caracterizan al cancionero argentino, poniendo el foco en el tango, folclore, rock y en las composiciones románticas como el bolero.
Hay referencias valiosas, inesperadas, en ese libro difícil de hallar. Así Pujol reseña que “en 1919, una revista porteña encuestó a sus lectores para saber si el tango era indecente o no. La mayoría contestó que sí”.
Las letras y canciones populares argentinas compiten con el material que llega del extranjero, en especial del poderío musical y literario del arte musical de los Estados Unidos. Canaro, Mores, De Caro están en el tango y, enfrente o junto a ellos, René Cóspito importa el jazz. Pero además campea en ese ambiente una suerte de discriminación entre dos comovisiones: la culta y la popular.
Todo lo popular es culto. Así lo entendió también Ernesto Sábado, cerrado admirador de Alberto Castillo: “es nuestro intérprete más fidedigno”, decía el escritor. A uno de los últimos cumpleaños del autor de “El Tunel” asistieron, especialmente invitados, Alberto Castillo y Vicentico, el arreglador de Los Fabulosos Cadillac.
Este fenómeno de convivencia se vivió –y se sigue viviendo ahora, con mucha intensidad- en la otra orilla rioplatense, la del Uruguay. Allí ha crecido ahora, como nunca antes, la tradición de la murga, tal vez el género más popular de los orientales. Se sabe que las letras de las murgas remedan a las similares de Tenerife, las Canarias y Las Palmas, y se las define como una suerte de operetas que combinan letras de humor y de protesta, con un marco muy colorido en los vestuarios y maquillajes.
Con una fuerte tradición que arranca a principios del siglo XX, la murga cuenta en la actualidad con intérpretes sobresalientes. Uno de ellos es Tabaré Cardozo, una suerte de Zitarrosa actualizado, con mucha fusión de lo contemporáneo en su música y letra, casi un rockero. Cualquiera puede verlo por youtube y será difícil que quien lo haga no se convierta en un seguidor de este artista.
¿Y del folclore? En el Colón actuaron Los Fronterizos, Ariel Ramìrez, Los hermanos Abalos, Eduardo Falú, Mercedes Sosa, Zamba Quipildor, Antonio Tarragó Ros, Ramona Galarza, Los Chalchaleros y tantos otros más como Lucía Galán, Sandra Mihanovich, Marcela Morelo, María Marta Serra Lima, Patricia Sosa, Valeria Lynch y María Graña.
Si a lo popular se le abre una puerta –aún la que parezca más inaccesible- entra y se queda para siempre.///