Tres faros en el sur del continente
Victoria Ocampo, Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou fueron vanguardistas y precursoras en la lucha de las mujeres para ser reconocidas como iguales cívicas que los varones
Por MARCELO ORTALE
Colaboración
Las tres escritoras nacieron con pocos años de diferencia. Victoria Ocampo, la argentina, en 1890; Gabriela Mistral, la chilena, nació un año después que Ocampo, es decir en 1889; y la uruguaya Juana de Ibarbourou, en 1892. Vigentes aún como modelos a seguir, enriquecieron al continente con su talento y sus aguerridas luchas por la dignidad humana.
Las tres influyeron como muy pocos otros intelectuales en la poesía y prosa de la Argentina, Chile y el Uruguay. Las tres se conocieron entre ellas y se estimaron y defendieron cuando fue necesario hacerlo; las tres fueron feministas, revolucionarias, adelantadas para la época y muy tempranas pregoneras de los derechos femeninos.
Para decirlo de otro modo: si en estos países de América del Sur no hubieran existido escritores varones, con las obras literarias de Ocampo, Mistral e Ibarbourou hubiera alcanzado para lograr un sobrado reconocimiento universal. Los libros de de las tres fueron traducidos a numerosas idiomas. Mistral recibió el Nobel de literatura en 1945. Ocampo e Ibarbourou obtuvieron distinciones académicas relevantes en sus países y más allá de sus fronteras.
Pensadores y escritores de todo el planeta coincidieron en apreciar el talento de estas escritoras americanas. Los máximos intelectuales de inicios y mediados del siglo XX ensalzaron en sus juicios a Mistral y Ocampo; y no sobreactuó, tal como lo expresaron los críticos, el siempre sobrio Congreso uruguayo cuando en 1929 acuñó para ella y le otorgó a Ibarbourou el título de “Juana de América”, bajo el impulso de Juan Zorrilla de San Martín y la presencia de una multitud de poetas y personalidades.
Hace pocos días, al realizarse la entrega anual de premios al concurso literario que organiza la Universidad Notarial Argentina, dijo la escritora Elvira Yorio que Victoria Ocampo “fue una feminista verdadera, por cuanto no propugnó la supremacía de la mujer en desmedro del hombre, sino que eso hubiera equivalido a representar desde el otro extremo lo mismo que rechazaba. En cambio, valorizó con su propio ejemplo, todo lo que la mujer puede llegar a ser, si quiere ser”.
De Ocampo, dijo la entrevistada, “es digna de elogio su pasión ecuménica. En esa esforzada y jamás igualada misión que se impuso a sí misma, de difundir en otros lugares la obra de nuestros más preclaros autores y a su vez, poner al alcance de los argentinos la de los mejores extranjeros, apoyó a muchos intelectuales de distintas tendencias. Basta con nombrar solo algunos de ellos, como Tagore, Malraux, Thomas Merton, Stravinsy, Camus, De Gaulle, Ortega y Gasset, Saint-John Perse, Virginia Woolf, Susan Sontag, Gabriela Mistral, Waldo Frank, Lawrence, Huxley, Lorca, Rusell, Drieu La Rochele, Roger Callois y muchos otros acogidos en su casa o en su revista Sur, y Borges, Mallea, Güiraldes, Bioy Casares , entre tantos de los nuestros.
“La presencia de Victoria Ocampo ha sido decisiva en la literatura contemporánea. O tal vez… debiéramos decir en la cultura toda, donde dejó su impronta a través de un largo período de nuestra historia”, concluyó Yorio.
Ensayista, traductora, editora, filántropa, publicó libros como “La laguna de los nenúfares” (1926), “Diez tomos de Testimonios” y “Tagore en las barrancas de San Isidro” (1961), entre otros. En 1924 había publicado su primera obra, “De Francesca a Beatrice”, que editó la Revista de Occidente de José Ortega y Gasset. Fundó en 1936 la Unión Argentina de Mujeres, grupo que impulsó manifestaciones y demandas feministas y antifascistas.
En pocos años como entre 1958 y 1973 el Fondo Nacional de las Artes, presidido por Victoria Ocampo, desplegó una tarea tan primordial para la cultura. Ella fue merecedora de diversos galardones así como doctorados honoris causa por varias universidades del país y el exterior. También recibió de manos de la reina Isabel la Orden del Imperio Británico y en 1977 se convirtió en la primera mujer elegida miembro de la Academia Argentina de Letras.
La fundadora de la revista “Sur” vino a La Plata a inicios de la década 70 y ofreció una conferencia en la Asociación Sarmiento. Era imposible ver en ella a una persona de 80 años de edad. Quienes allí estuvieron, seguramente recuerdan a una mujer juvenil, llena de bríos intelectuales. La imagen que dejó fue la de una escritora moderna y siempre entusiasmada.
Una sola referencia alcanzaría para medir la importancia de Mistral. Dos jóvenes poetas acudieron a ella para pedirle consejos sobre sus primeros poemas. Ellos se llamaron Pablo Neruda y Octavio Paz, que fueron herederos de su pluma. Pero…nadie es profeta en su tierra y para una franja de chilenos ella no dejó de ser nunca una maestra casi rural. Fue eso y, sin embargo, muchas otras cosas: diplomática (activa cónsul chilena en los Estados Unidos), pedagoga de relieve –a la que México convocó para definir su sistema educativo- y, por encima, una poeta de relieve universal.
Había ejercido como maestra en dos ciudades menores de Chile. No había estudiado el magisterio, ya que no contaba con recursos para ello. Finalmente convalidó sus conocimientos en Santiago y le dieron el título de “profesora del Estado”, algo que le originó críticas de sus colegas-rivales, porque no había hecho la carrera. Su padre se había ido del hogar cuando ella tenía tres años de edad, pero una vez, revolviendo un armario, encontró poemas escritos por él.
Era maestra, aunque muy joven se propuso escribir: “Ignoraba yo por aquellos años (1910-1911) lo que llaman los franceses el metier de côté, o sea, el oficio lateral; pero un buen día saltó de mí misma, pues me puse a escribir prosa mala, y hasta pésima, saltando, casi en seguida, desde ella a la poesía, quien, por la sangre paterna, no era jugo ajeno a mi cuerpo. En el descubrimiento del segundo oficio había comenzado la fiesta de mi vida”.
Fue una fiesta gloriosa y también dolorosa. Un sector de la sociedad chilena intentaría fustigarla por su “lesbianismo de armario”. Como si dictaran una sentencia, le atribuyeron un romance con la escritora norteamericana Doris Dana con quien vivió durante largos años hasta su muerte.
En 2015, al promulgarse en Chile la ley de unión civil que permitió formalizar el casamiento de parejas del mismo sexo, la ex presidenta Michelle Bachelet usó textos de Mistral para explicar el avance legal: “Nuestra Gabriela Mistral escribió a su querida Doris Dana: “Hay que cuidar esto Doris, es una cosa delicada el amor”. Y lo recuerdo hoy porque a través de esta ley lo que hacemos es reconocer desde el Estado el cuidado de las parejas y de las familias y dar un soporte material y jurídico a esa vinculación nacida en el amor”.
Ocampo, Mistral e Ibarbourou, a las que pueden sumarse la argentina Alfonsina Storni y la uruguaya Delmira Agustini, todas contemporáneas, nacidas en la última década del siglo XIX, conformaron una comunidad intelectual de formidable valor.
En esta conclusión fueron coincidentes los críticos literarios, aún cuando se les añade la condición de haber sido todas ellas no sólo grandes poetas y literatas, sino también vanguardistas y precursoras en la lucha de las mujeres para ser reconocidas como iguales cívicas que los varones, en posibilidades y en derechos.