Un escritor olvidado
Creador del mito del Tigre del Quequén y la leyenda de los hermanos Barrientos, Eduardo Gutiérrez es uno de los primeros autores que escribió sobre nuestra región
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Ecos Diarios
Un año antes de la fundación de la ciudad de Necochea, apareció en el periódico “La Patria Argentina” el folletín “El Tigre del Quequén”.
El relato sobre las desventuras de Pascual Felipe Pacheco generó décadas después una controversia territorial entre quienes sostienen que la Cueva del Tigre se encuentra en nuestro distrito y los que afirman que en realidad está en el Partido de Coronel Dorrego.
El folletín fue escrito por el periodista Eduardo Gutiérrez, uno de los escritores argentinos más prolíficos del siglo XIX, que en las últimas décadas ha caído en el olvido.
El conocimiento que Gutiérrez tenía de la región era de primera mano, ya que poco después de cumplir 20 años vivió un tiempo en la estancia de sus tíos, los Sáenz Valiente, en el límite entre Balcarce y Lobería.
Periodista y soldado
Gutiérrez había nacido en Buenos Aires el 15 de julio de 1851 y si bien no era buen estudiante, tenía gran facilidad para los idiomas y también para la música.
Con sólo 15 años comenzó a trabajar en “La Nación Argentina”, el periódico que dirigía su hermano José María Gutiérrez. También escribió para “La Crónica”.
A los 20 años ingresó a la Inspección de Milicias, labor que lo llevó a recorrer la campaña. Luego de vivir en la estancia de sus tíos en Balcarce, ingresó al Ejército en 1874.
Participó en la lucha contra el indio en la frontera que en aquella época atravesaba lo que en la actualidad es la provincia de Buenos Aires y también combatió contra Mitre y sus revolucionarios.
Luego de 10 años se retiró con el grado de capitán y volvió al periodismo. Desde 1870 colaboraba con el periódico “La Patria Argentina” y también con “El Pueblo Argentino”.
Hacia 1878 comenzó a publicar los folletines que lo hicieron famoso.
En 1880 comenzó a publicar en “La Patria Argentina” la historia de Pascual Felipe Pacheco.
“Hay algo que es verdad, pero lo más es cuento”, dijo Pacheco años más tarde sobre el libro.
Gutiérrez se había vuelto famoso con las novelas costumbristas y gauchescas surgidas de folletines como “Juan Moreira”, “Hormiga Negra” y “Santos Vega”.
El escritor necesitaba material para mantener su producción, ya que los folletines eran precisamente narraciones seriadas, de aparición semanal en el periódico “La Patria Argentina”.
En ese diario Gutiérrez también escribía las crónicas policiales, lo que le daba oportunidad de conocer casos resonantes.
Su preferencia por los bandidos rurales era producto de su experiencia en el campo. Gutiérrez fue soldado. A los 19 años ingresó en el fuerte “General Paz”, participó de algunas batallas contra los hombres de Calfucurá.
En sus diez años de soldado conoció la miseria de la vida rural y las penurias de los gauchos.
Al dejar el servicio activo, se dedicó a escribir y decidió hacerlo sobre aquello que conocía.
En 1879 escribió su primer folletín: “Antonio Larrea”. Trataba sobre un bandido español que había cometido varios delitos en Buenos Aires.
Un año más tarde, aparecía “El Tigre del Quequén”, el libro sobre Pascual Felipe Pacheco, un gaucho al que se le habían imputado varios crímenes, fugas e incluso incesto.
Gutiérrez entrevistó a Pacheco en la cárcel y esto quedó registrado en la primera página del libro: “La solitaria celda 142 de la Penitenciaría está habitada por uno de aquellos seres en quienes hace presa la justicia de los hombres, palabra tremenda de cuyo significado no se dan cuenta los mismos que la practican”, comenzaba.
“El 142 es uno de los tipos más curiosos que habita el horror de aquel presidio, donde todo sentimiento de amor y de cariño desaparece, para ser remplazada por la cara adusta del guardián y el duro régimen de aquella disciplina severa”, señalaba.
“Allá en su juventud este fue un gaucho que andaba libremente por la inmensidad de la pampa (…) sobre su magnífico caballo, envidia de sus compañeros”, escribía Gutiérrez.
“Hoy su horizonte se ha limitado: su pampa querida es aquella celda desnuda, de cuatro varas cuadradas, y su caballo se ha convertido en el grillete que se amarras su pie o en la condena de veinte años, que gravitará esa eternidad sobre su cabeza, hasta que su vida haya pasado de la juventud a la última vejez”, señalaba el escritor.
Los Barrientos
Seis años después de “El Tigre del Quequén”, Gutiérrez publicó “Los hermanos Barrientos”, libro que tiene como protagonistas a dos bandidos rurales que se ocultaban en la zona serrana del vecino distrito.
Los hermanos Barrientos formaron una banda de matreros luego de que uno de ellos fuera injustamente condenado por un crimen y huyera de la prisión.
Se ocultaban en una cueva en un cerro cercano a la Numancia. Hoy ese lugar es conocido como la cueva de los Barrientos y se organizan visitas guiadas para conocerlo.
Tiempo atrás, el Museo Histórico “La Lobería Grande” reeditó el libro de Eduardo Gutiérrez.
“Entre los últimos gauchos bonaerenses, «El Tigre del Quequén» y Julio Barrientos presentan ciertos rasgos coinciden. Sus andanzas transcurrieron por las serranías de la zona sur de la provincia y ambos fueron a terminar sus días en los montes del antiguo centro indígena de Toay”, escribió Hugo Chumbita en su libro “Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina”.
Según este autor “El Tigre del Quequén recibió ese apodo en sus andanzas por el sur bonaerense, pero era porteño, nacido alrededor de 1827 en Palermo. Se ha dicho que era hijo natural del famoso general Angel Pacheco, aunque lo crió como huérfano una parienta de Rosas. Trabajaba de tropero y cuentan que tenía apenas 16 años cuando en una pulpería enfrentó e hirió a un afamado malevo”.
Como el mismo Pacheco dijo más tarde, algo de verdad había en lo escrito por Gutiérrez, pero lo más era cuento. Y es precisamente la biografía novelada de Gutiérrez la que le dio fama al Tigre del Quequén.///