Un médico italiano apasionado por la naturaleza lugareña
Rodolfo Faggioli nació en un pueblo de Ancona. Estudió medicina en Nápoles y llegó a la Argentina en 1889. Se radicó primero en Capitán Sarmiento y luego en Necochea, donde encontró su lugar en el mundo
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Ecos Diarios
«Cada día aprendemos una cosa nueva», aseguraba el médico Rodolfo Faggioli, quien quedó en la historia local como uno de los pioneros de paleontología lugareña, un apasionado de lo que hoy se conoce como trekking y el impulsor de lo que denominó medanoterapia.
Este particular personaje nació en 1860 en Sirolo, un pueblo italiano de la región de Ancona.
Faggioli estudió medicina en la Universidad de Nápoles y llegó a la Argentina en 1889. Al año siguiente, en 1890, participó como médico en la Revolución del Parque, donde atendió a varios heridos.
Tras revalidar su título en el país, trabajó en sociedades italianas de la Capital Federal. Años más tarde se radicó en Capitán Sarmiento.
Pero unos años después llegó a Necochea, donde se desempeñó como agente consular italiano, a la vez que se dedicó a la medicina y encontró aquí el ámbito pleno para desplegar su pasión por la naturaleza.
Trabajaba y estudiaba constantemente sin descanso. A la medicina le consagró los mejores momentos de su vida, su juventud y ya en la vejez le seguía preocupando. «Cada día aprendemos una cosa nueva», aseguraba.
Naturalista por vocación por instinto fue un investigador paciente y concienzudo que realizó hallazgos de gran valor científico. Amaba la naturaleza por sobre todas las cosas y le gustaba desentrañar sus secretos.
Un hobbie
Pese a la rigurosidad de la ciencia y el gran conocimiento que parecía tener de las riquezas paleontológicas ocultas bajo el suelo de nuestro distrito, Faggioli siempre se tomó esta actividad como un hobbie o un deporte.
«Conversando con un joven maestro, le manifestaba que durante el invierno, algún domingo, cuando las preocupaciones profesionales me lo permitían, me dedicaba a un arte benéfico para mi salud y que considero el más sanos de todos», escribía Faggioli en 1933 en las páginas de Ecos Diarios.
El «arte» de Faggioli en realidad era un deporte que hoy se denomina «trekking». Al médico le gustaba las «excursiones» por los médanos costeros. En esas salidas realizaba «excavaciones para desenterrar algún esqueleto fósil, aún objeto de industria lítica o fragmento de la alfarería de los puelches que habitaron estas regiones».
El médico le explicaba a su joven amigo los beneficios de las caminatas por las dunas y la exposición al sol. También hacía referencia a las radiaciones de los médanos, un tema que con los años ha vuelto a cobrar vigencia.
«Las radiaciones naturales que existen en esos elevados médanos contribuyen a enriquecer la hemoglobina y a activar cambios respiratorios, intensificando la nutrición y estimulando el sistema nervioso y las funciones renales», añadía.
En aquel artículo, el médico también hace referencia a un viaje al Paso de Otero, junto a maestro amigo. Fueron en sulky y descubrieron a unos 500 metros del paso un depósito de huesos.
«Esta estratificación de huesos ocupa una extensión de 18 metros de largo, con un espesor de ochenta centímetros en el centro que va disminuyendo en los extremos de la misma», escribió.
«Este yacimiento descansa sobre terreno pampeano, arriba es cubierto por terreno lacustre y en la parte inferior por una sustancia de color ceniza claro que está mezclada con los huesos», explicó. Si bien en un principio el médico identificó aquella sustancia como ceniza, luego, bajo el microscopio, descubrió que se trataba de «restos de infinidad de diatómeas, que son unas algas nicelulares microscópias que suelen crecer y multiplicarse extraordinariamente en las lagunas de agua estancada y corrompida».
El hallazgo
Según Faggioli, los huesos encontrados pertenecían a animales. «Restos de guanacos, ciervos, gamas, avestruces, etc. Pero, casualmente, ni rastros de los numerosos armadillos que poblaron la comarca en aquellos remotísimos tiempos», explicó y calculó en 4.000 años la antigüedad del yacimiento.
El médico también comentó el hallazgo de restos fósiles de animales prehistóricos tales como glyptodontes y un grueso colmillo de smilodon. «En el mismo cuaternario nos posesionamos de los restos del megaterio americanus, el mostruo más grande que vivió en esta región y que podía llegar a tener siete metros de largo y una corpulencia mucho mayor a la del elefante», señaló.
Faggioli fue un profundo admirador de ese sector del distrito y manifestó, hace 50 años, que el Paso de Otero merecía ser estudiado. «Es un paraje importante para paleontólogos, etnólogos y geólogos, como lo han reconocido varios naturalistas que fueron a conocer el paso por indicación mía y merece de los hombres de ciencia un detenido estudio», afirmó.
Poco después de aquella excursión con el maestro, Faggioli volvió al lugar con su familia y realizó una excavación a fin de extraer huesos enteros y enviarnos al Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires.
La pasión de Faggioli por el tema, trajo a nuestra ciudad a su amigo, el famoso científico Florentino Ameghino. Ambos descubrieron en 1909 dos anzuelos trabajados en hueso fósil de guanaco y tallados muy hábilmente por los primitivos pobladores de esta tierra.
Ameghino, quien en esa época se encontraba preocupado en elaborar su teoría del origen del hombre en América, no dio importancia al hallazgo de los anzuelos. Sin embargo, nunca se volvieron a hallar anzuelos de esa característica en el litoral atlántico bonaerense.
Pese a que el mismo Florentino Ameghino reconoció el valor de sus investigaciones, Faggioli era un hombre modesto, que llevaba una vida silenciosa, dedicada íntegramente a la medicina y el estudio.
Muchas de las piezas de las colecciones que reuniera el doctor Faggioli, fueron vendidas, pero otras permanecen aún en el Museo de Ciencia Naturales local.///