La Ruta Provincial 88, que une las ciudades de Mar del Plata y Necochea, sigue siendo protagonista de numerosos accidentes viales que enlutan a familias y las comunidades, no sólo de nuestra ciudad, sino de gran parte del Sudeste bonaerense. La falta de obras estructurales en este corredor clave, sumado al alto volumen de tránsito y las condiciones precarias de la calzada en algunos sectores, convierten al trazado en uno de los más peligrosos de la provincia.
Desde que comenzó el 2025, la Ruta 88 ya suma diez víctimas fatales en distintos siniestros. Así lo reflejamos la semana pasada en Ecos Diarios, luego de la estadística obtenida en nuestro archivo. El caso más reciente y conmovedor ocurrió el 1º de mayo, a la altura del kilómetro 65, en cercanías del paraje San José, donde tres mujeres fallecieron tras un choque frontal entre un Renault Clio y un Citroën Basalt. Las víctimas eran oriundas de Miramar y Necochea, y el impacto causó gran consternación en ambas comunidades.
Otro accidente de alto impacto ocurrió el 3 de febrero en el kilómetro 20, donde Franco Nahuel López, de 24 años, murió tras permanecer internado durante un mes. Había sido protagonista de un violento choque frontal entre un Volkswagen Gol y una camioneta Amarok.
Ambos hechos reflejan una problemática de fondo: la ruta es angosta, presenta tramos sin señalización adecuada y banquinas irregulares, y a diario soporta un flujo constante de vehículos livianos y pesados, muchos de los cuales transportan la carga que luego el país exporta al mundo a través de Puerto Quequén. Aquí, debemos señalar que no existe otra arteria por la cual se pueda desviar el transporte de gran porte.
Pese a ser una vía estratégica para la economía y la conectividad de la región, la Ruta 88 muestra falencias estructurales notorias. En varios sectores, la calzada apenas llega a los seis metros de ancho, por debajo del mínimo requerido por normativa nacional, lo que obliga a los transportes pesados a circular prácticamente sobre las banquinas.
La falta de iluminación, la señalización deficiente y los baches en algunos sectore agravan la situación. En días de niebla, lluvias o escasa visibilidad, el riesgo se multiplica. Conductores habituales coinciden en señalar que, salvo excepciones, los controles de velocidad y alcoholemia también son insuficientes.
Según datos actualizados de la Agencia Nacional de Seguridad Vial (ANSV), en 2023 fallecieron 4.369 personas en siniestros viales en todo el país. La Provincia de Buenos Aires encabezó esa estadística con 1.351 muertes. En 2022, las cifras fueron aún más alarmantes: 6.184 víctimas fatales en el país, de las cuales 1.881 pertenecían al territorio bonaerense.
Estas estadísticas no hacen más que evidenciar una problemática nacional, pero que en rutas como la 88 se vuelve particularmente grave por la ausencia de políticas sostenidas de inversión y mantenimiento vial.
En el año 2008, el Concejo Deliberante de General Pueyrredón sancionó una ordenanza que solicitaba formalmente la conversión de la Ruta 88 en autovía. Aquella iniciativa fue acompañada por más de seis mil firmas de vecinos, pero nunca tuvo respuesta concreta por parte de Vialidad Provincial ni de los gobiernos de turno.
Más recientemente, se presentó en la Legislatura bonaerense un proyecto para reactivar el debate. La iniciativa pone el foco en la importancia estratégica del corredor y en la necesidad de garantizar una vía segura y eficiente. Sin embargo, el expediente aún espera tratamiento en comisiones.
La transformación de la Ruta 88 en autovía no puede seguir postergándose. La obra debería ser una prioridad en la agenda de los intendentes de Mar del Plata, Batán, Miramar, Otamendi, Mechongué, Lobería, Quequén y Necochea. Todos estos municipios son atravesados por la traza y, año tras año, son también los que despiden vecinos enlutados por accidentes evitables.
Es hora de que se eleve una demanda conjunta a la provincia. No se trata sólo de infraestructura: es una cuestión de seguridad vial, de equidad territorial y de respeto a la vida.
Cada día sin avances es un día más de riesgo para quienes viajan, trabajan o simplemente circulan por esta ruta. El costo ya no puede medirse en millones, sino en nombres y rostros de quienes no volvieron a casa. Lo que muchas veces debe ser un viaje de esparcimiento, se termina convirtiendo en un paseo trágico.
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