Una vida a paso de buey
En la época que se fundó Necochea, un viaje en carreta a Lobería podía durar 15 horas. Hasta la llegada del ferrocarril el transporte era a tracción animal
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Ecos Diarios
La vida de los necochenses dependió en las primeras cuatro décadas casi exclusivamente de la tracción a sangre. Debieron pasar más de dos siglos para que los caballos y las carretas cedieran el paso al tren, el tranvía y los automóviles en esta región.
La velocidad de las primeras carretas era de casi tres kilómetros por hora, por lo que un viaje de aquí a Lobería en ese medio de transporte hubiera demandado unas 15 horas, sin tener en cuenta el tiempo de descanso y si se utilizaran las rutas actuales, ya que hace un siglo no existían puentes y los carreros debían sortear todo tipo de inconvenientes para atravesar arroyos y terrenos accidentados.
Según relataba el ya desaparecido periodista e historiador José Horacio Nicolella en su libro «Historia de las comunicaciones», importantes tropas de carretas de bueyes, «lentas y pesadas, transitaron el Siglo XIX por la república; elementos de lucha y de trabajo, como de provisiones, llegaban en ellas a los fortines; en sus viajes de retorno, cueros, lanas, plumas, tejidos, etc, es decir el producto de la labor campera, llegaba a los poblados mayores».
Según el historiador, ya para la creación del Partido de Necochea, en 1865, bajo el Gobierno de don Mariano Saavedra, se había incorporado un nuevo medio de transporte colectivo, que acortaba las distancias: la diligencia o galera. Sin embargo, la velocidad de ese medio no era muy diferente al de las carretas, ya que podía recorrer tres kilómetros con trescientos metros promedio por hora.
«La distancia entre Buenos Aires y estos pagos sureños se pudo hacer en el tiempo inigualado hasta entonces de 8 o 10 días, en viajes de hasta dos o tres veces por mes», señalaba Nicolella.
«Eran vehículos especiales, de construcción sólida, cerrados, con puerta grande en la parte posterior y ventanas laterales. El correo oficial de la diligencia se identificaba por el escudo argentino colocado en la puerta y leyenda adjunta. Adelante y a un mayor nivel de los asientos interiores, se encontraba el pescante para el mayoral. Además en la parte delantera, iba la berlina con capacidad para tres personas que si bien eran cómodos, siempre quedaban muy expuestos a las inclemencias del tiempo, pues no existía protección frontal. También tenía sólida armazón de tolda, circundada por barandilla de hierro: ahí llevaba carga y equipaje y alguna vez pasajeros».
«Hasta 14 personas o pasajeros transportaban estas galeras. Cierto romanticismo había en las salidas y a las llegadas a las postas del camino: con toques de corneta se anunciaba esta alternativa. Formaba el tren de conducción cuatro caballos al tronco, manejando el mayoral. Varias yuntas de hasta 3, 4 o 5 caballos; cada una de ellas guiada por un cuarteador, que montaba el caballo de la izquierda. El cuarteador más experimentado ocupaba el puesto delantero de la hilera de cuartas: tenía a su cargo los toques de corneta y responsabilidad de buscar el mejor camino para abrir paso. Era veloz la marcha, pues se efectuaba a media rienda, término medio entre el galope y la carrera. A cada dos, tres o cuatro leguas había postas donde se tenía preparados animales de refresco», explicaba Nicolella.
El río y las carretas
Para llegar a nuestra ciudad, las carretas y diligencias se encontraban con un límite físico insalvable: el Río Quequén. Los grandes carretones con las bolsas de cereal. Siete años después de la fundación de Necochea, se habían comenzado a construir en la vecina localidad los primeros depósitos de mercancías.
El futuro se avizoraba próspero. Las tierras eran fértiles y desde hacía varios años los pailebotes se introducían en el río Quequén para cargar tanto tasajo como veinte carretas podían llevar. «El puerto le dará una grandísima importancia y adquirirá un desenvolvimiento considerable, influyendo poderosamente en el progreso y en el aumento de la riqueza pública», prodigaba desde la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires José Hernández, el padre del «Martín Fierro».
Las carretas y las diligencias fueron llegando, y cuando venían desde el otro lado del Quequén podían optar entre la balsa ubicada a la altura del actual puente de Los Manantiales o la de la Loma de Gil para atravesar el río y dirigirse a la Fonda de Chaparro o Gran Hotel La Amistad, en el actual centro comercial, punto de encuentro para los lugareños y sus visitantes.
Pero el punto de reunión de los carreros era la actual Plaza de las Carretas, en la esquina de avenidas 43 y 74. De allí la denominación de ese espacio público. En la actualidad queda como recuerdo de aquella época un pequeño carro de madera, ejemplo de lo que fueron los vehículos que permitieron solventar el crecimiento comercial de la ciudad.
Ya en aquellos años la ciudad de Buenos Aires había pasado del tranvía a caballo al eléctrico, ya que la capital contaba con energía eléctrica, algo que tardó en llegar a Necochea más de una década.
El tren llegó a Necochea en 1894, pero en los primeros tiempos tampoco era un bien para todos, un beneficio social, las grandes transformaciones tardaron en llegar. Sólo la nacionalización logrará que ese servicio público sea, para darle sentido social a un gran territorio nacional.
El Siglo XX
De acuerdo al texto preliminar del Plan Estratégico-Participativo de Desarrollo Urbano Ambiental del Partido de Necochea, «las características sobresalientes de esta época son por un lado, la construcción del Puerto de Quequén, realizado por una compañía francesa y por el otro la introducción del automóvil como medio de locomoción. Estas trajeron aparejado un sin número de cambios en la ciudad entre los que encontramos la pavimentación de las calles céntricas y principales avenidas (San Martín, 59, 58) y el importante desarrollo que tiene el sector del puerto, ya que ahora comienza a trabajar como puerto de ultramar».
Según el Gran Libro del Milenio de Ecos Diarios, «en 1911 Necochea es declarada ciudad, y toda ciudad que se preciara, por entonces, debía contar con un servicio de tranvías. La Sociedad de Fomento de Necochea, encabezada por el vecino Domingo Olivera, promovió, implementó y administró el primer servicio tranviario de la ciudad, inaugurado el 3 de enero de 1913. Los sistemas del país ya dejaban de lado la tracción animal para volcarse a la electricidad. Sin embargo, el tranvía necochense era a vapor. Así como La Plata tuvo tranvía eléctrico antes que Buenos Aires, Necochea tuvo vapor antes que Mar del Plata, adonde este sistema llegó dos años después».
No pasó mucho tiempo, para que los bueyes y caballos que durante siglos habían permitido el desarrollo económico de la región, desaparecieran de los caminos y también de las calles de las ciudades. Hoy se hace difícil imaginar que un viaje a Lobería en carreta podía demandar un día.